El discurso de Bush en el Departamento de Estado donde renovó viejas amenazas e inventó nuevos cuentos de hadas para los tontos que le creen, fue un discurso subversivo donde invitó a las fuerzas armadas a la insubordinación e hizo un llamado para crear un fondo económico internacional para comprar de nuevo a Cuba. Sus […]
El discurso de Bush en el Departamento de Estado donde renovó viejas amenazas e inventó nuevos cuentos de hadas para los tontos que le creen, fue un discurso subversivo donde invitó a las fuerzas armadas a la insubordinación e hizo un llamado para crear un fondo económico internacional para comprar de nuevo a Cuba. Sus promesas de becas y de regalar computadoras no puede ser más que risible en un país que tiene el primer lugar en América Latina en su nivel educativo e incluso ensambla computadoras.
El ministro cubano de exteriores, Felipe Pérez Roque llamó por su nombre a este intento de esparcir la violencia y vaticinó que esa guerra duraría cien años más. No contemos los doscientos años que llevamos rebelándonos contra ese intento de subyugación, colonización, caudillaje y sumisión. La expansión territorial de los Estados Unidos ha sido una intención claramente diseñada desde los albores de aquella nación.
El Presidente Thomas Jefferson tuvo en miras la incorporación política de la isla mayor del Caribe al territorio continental. El Presidente James Monroe elaboró su famosa doctrina destinada a apartar a los estados europeos de las naciones americanas, con vistas a reservarlas como territorio de caza de la ambiciosa y voraz nación del norte. México pagó caro, con la mitad de su territorio, ese plan largamente acariciado.
La política del Destino Manifiesto, elaborada por John L. Sullivan, postulaba que los americanos del norte eran una raza escogida por Dios para fundar una sociedad modelo. La teoría de la fruta madura sostenía que Cuba caería algún día, por su propio peso, dentro de los Estados Unidos.
En la isla existió un partido anexionista, a mediados del siglo XIX, que tenía como objetivo incorporar a Cuba como un estado más de la Unión Americana. El Presidente Teodoro Roosevelt diseñó la política del Gran Garrote y la Diplomacia de las Cañoneras y al frente de los Rough Riders desembarcó en Cuba para intentar el viejo sueño. Estados Unidos irrumpió militarmente en Cuba en 1898 y en 1906. Colgó a la constitución de la nueva república una enmienda que le permitía intervenir con sus fuerzas armadas cuando lo estimase conveniente.
Martí escribió a su amigo mexicano Manuel Mercado que el objetivo de toda su lucha había sido impedir que los Estados Unidos, apoyándose en las Antillas, cayesen con ese peso más sobre América Latina. Pero desde el siglo diecinueve la plena independencia de Cuba se frustró una y otra vez. La revolución de 1933, animada por Mella y Guiteras, tenía en miras la emancipación de Cuba de la dependencia económica y política de Estados Unidos y fue abortada. Por eso la Revolución de 1959 inscribió objetivos antimperialistas en sus banderas. Es la causa principal de este enfrentamiento de casi cinco decenios, en esta última etapa.
La aprobación de la ley Helms-Burton fue una prueba más del nivel de envenenamiento a que ha sido llevada la opinión pública estadounidense en estos casi cinco decenios de antagonismos. Esa mentalidad puritana y maniquea, de cierta parte del público norteamericano, ha sido manipulada hasta la fatiga por los medios de comunicación. Ningún otro hecho histórico o político ocurrido en el mundo ha sido tan deformado ante la opinión nacional de Estados Unidos como la Revolución Cubana.
Estados Unidos insiste en que nunca ha aplicado un bloqueo a Cuba sino una medida de embargo. Pero las diferencias entre bloqueo y embargo son grandes. Embargo es una medida unilateral, es la paralización del comercio de un país con otro. El bloqueo es la obtención del aislamiento político, comercial, internacional y cultural de un estado usando presiones gubernamentales, coacciones económicas o cabildeo diplomático, Eso es algo más que un embargo, es una persecución sistematizada, es un acto de guerra no declarada.
¿Hasta qué punto pueden nuestras identidades latinoamericanas soportar la impronta política y social de un gran coloso industrial? ¿Cómo han resistido nuestras débiles economías la presión de un gigante financiero y comercial de codicioso vecino? ¿Puede David enfrentar eternamente a Goliat? Después de tanta sangre vertida, de tanto combatir, ¿puede el tonto de Bush convertir la isla en una republiquita bananera?
Son obvias las respuestas. Bush trata de ganar de nuevo los votos de los carcamales floridanos. Ducho en las artes del chanchullo, la confabulación y la artimaña, asaltó la Presidencia por fraudes electorales. Es el forajido que ha tenido a docena y media de malversadores en su gabinete, el asesino que se ha cubierto de sangre en Iraq, que autorizó las torturas y legalizó los campos de concentración y ahora nos viene a predicar sobre la libertad, la democracia y las elecciones. Solamente un australopiteco como él puede imaginar que este pueblo agache la cerviz y extienda sus brazos para que le sean encadenados de nuevo.
En Cuba hay dificultades, sí, pero son mínimas comparadas con los obstáculos que surgirían tras una nueva ocupación yanqui. Lo nuestro es lo nuestro y los problemas que padecemos serán resueltos con métodos revolucionarios y no dejándonos seducir por los caramelos del consumo.