David N. Stamos, Evolución: los grandes temas. Sexo, raza, religión y otras cuestiones. Barcelona, Biblioteca Buridán, 2009, 391 páginas (ed original 2008); traducción de Josep Sarret Grau.
Breve preámbulo: este no es un libro socialista, éste no es un libro afable con el marxismo, éste es un libro que en ocasiones no infrecuentes provoca irritación justificada. No es tampoco un ensayo que combata el cientificismo. Es sin duda un libro que se acerca con alguna frecuencia a las peligrosas aguas del combate contra lo políticamente correcto a través de una heterodoxia algo histriónica y en ocasiones chulesca. Es ciertamente un ensayo que da una visión injusta, una mera caricatura, de la tradición marxista y de otras tradiciones políticas de izquierda (el feminismo, por ejemplo), pero es, mirado como se quiera mirar, un excelente material para un seminario en 10 u 11 sesiones en el que los ciudadanos/as y activistas de izquierda, no importa la orientación concreta, mucho podríamos debatir y aprender. De hecho, me atrevo a sugerir una recomendación así a quien pueda corresponder.
Excelentemente escrito (el traductor juega aquí su importante papel como es sabido), ampliamente documentado, rigurosa y brillantemente argumentado en general (por ejemplo, en su aproximación a la idea de razón suficiente de Leibniz (p. 308)), pletórico de debates científico-filosóficos de interés, con humor muy british y visión cinematográfica muy a lo Hollywood, epistemológicamente algo tradicional (véase su acercamiento a la filosofía de la ciencia de Popper y a la distinción entre los contextos de descubrimiento y justificación), Evolución: los grandes temas está compuesto de una Introducción sustantiva, de nueve capítulos -1. La evolución y el conocimiento. 2. La evolución y la conciencia. 3. La evolución y el lenguaje 4. La evolución y el sexo. 5. La evolución y el feminismo. 6. La evolución y la raza. 7. La evolución y la ética. 8. La evolución y la religión. 9. La evolución y el significado de la vida-, de un apéndice sobre errores comunes en la comprensión de la evolución y de un informativo glosario. Su autor, David N. Stamos, enseña filosofía en la York University de Toronto y es colaborador usual de las principales revistas académicas centradas en temáticas de filosofía de la biología, además de autor de otros dos ensayos sobre el legado de Darwin: The Species Problem (2003) y Darwin and the Nature of Species (2007).
Con Evolución Stamos no pretende realizar una defensa per se de la ciencia de la biología evolutiva. Es innecesario: ese es, en su razonable opinión, un debate superado entre los científicos y entre las personas informadas, algo ya hecho en numerosas ocasiones y que no es necesario repetir. La ciencia evolucionista, la biología evolutiva «es uno de los mayores y más sólidos logros del conocimiento humano» (p. 15), posiblemente, señala Stamos, «el más importante de todos los tiempos». Negar la evolución es negar la naturaleza y el valor de la propia evidencia empírica.
El objetivo del autor es, pues, otro muy distinto: «se trata de averiguar si, y en qué medida, la biología evolutiva puede contribuir a esclarecer las grandes cuestiones que se debaten en el campo de las humanidades y de las ciencias sociales» (p. 16). Dichas así las cosas es difícil por no decir imposible, responder negativamente: la biología evolutiva puede contribuir a esclarecer numerosas cuestiones que se debaten en los ámbitos señalados por el autor. El tema principal, como Stamos reconoce a continuación, presente en todos los capítulos del volumen, es otro. Se trata de intervenir -no es necesario que les señale la posición del autor- en el debate entre las explicaciones evolucionistas y lo que, según Stamos se ha dado en llamar el modelo estándar de las ciencias sociales (SSSM, por sus siglas en inglés) y que el presenta en los términos siguientes: «el SSSM es una forma de considerar la naturaleza humana que puede encontrarse en diversos campos, en la sociología, en la psicología evolutiva, en la antropología cultural, en el marxismo y en los estudios de género, feministas u homosexuales» (p. 17). Aunque una dicotomía excluyente no sería admisible, apunta Stamos, el debate no ha cambiado tanto «como para que ya n sea posible establecer una clara distinción entre los dos modelos en conflicto» (p. 17). El debate, apunta, no es entre naturaleza versus crianza, sino entre naturaleza-crianza contra crianza. Los biólogos afirman rutinariamente que una exposición completa de un rasgo determinado, físico o conductual, requiere una explicación genética y en última instancia evolutiva además de una explicación medioambiental (crianza). Por el contrario, el SSSM, hace todo lo posible para «minimizar el papel de la biología y maximizar el papel del entorno, concretamente, el de la cultura y el condicionamiento» (p. 18). La SSSM, señala, considera en última instancia a la naturaleza como algo enormemente plástico, muy moldeable. Lo erróneo del modelo estándar no es que sea completamente erróneo sino que «es una forma de pensar que produce resistencia, incluso fobia o rechazo, ante el hecho de que los humanos somos una especie biológica» (p. 21). De ahí una de las conclusiones políticas del autor: «… es posible afirmar que el experimento comunista ha fracasado en muchos países del mundo, igual que fracasó la experiencia de las comunas hippies de los años sesenta, no porque detrás de estos experimentos hubiese gente estúpida o malvada, sino porque partían de una teoría errónea de la naturaleza humana» (p. 24).
Este es, pues, el eje básico en discusión en todos los capítulos del ensayo. No es posible trazar aquí un resumen de estas aproximaciones. Me limitaré a señalar algunos puntos debatibles de la posición y argumentación del autor, un profesor de la York University que ha dictado y dirigido seminarios, como él mismo señala en el volumen, sobre teoría de la argumentación.
Alguna maldad, no siempre inocente, y algún error argumentativo se escapan de su pluma. Ejemplos de lo primero, «Empezaremos por un artículo muy popular escrito en colaboración por el ya fallecido paleontólogo Stephen Jay Gould (famoso por sus populares ensayos y libros sobre la evolución)…», señala. Stephen J. Gould no es sólo famoso por esos ensayos y libros de divulgación. Tampoco esta anotación esta merece ser olvidada: comentando elogiosamente la reseña de Dawkins al Not in our Genes de Rose, Kamin y Lewontin, al que líneas más adelante llama «fervoroso marxista» (p. 67), Stamos escribe complacido: «Dawkins lleva a cabo un rápido pero excelente trabajo poniendo al descubierto el fondo ideológico y las falacias comunes en los críticos de un punto de vista evolucionista de la naturaleza humana. El fondo ideológico es el antirreduccionismo izquierdista, la negación de que la sociología y la psicología puedan reducirse de algún modo a la biología» (p. 63). ¿Esa conjetura, esa posición metodológica, es forzosamente antirreducccionismo izquierdista? Igualmente, la referencia a que «muchos de nosotros vivimos actualmente en una especie de tierra de la abundancia» al hacer referencia en nota (p. 67) a una explicación biológica (poco afinada) de la obesidad, apuntan a una cosmovisión poliética muy satisfecha y algo conservadora del autor, eso sí, con varias homenajes y reconocimientos a la figura de Martin Luther King («..quien decía que lo importante no es el color de la piel de un hombre sino el contenido de su carácter. Nunca se han pronunciado unas palabras más verdaderas que estas, ni siquiera repitiéndolas desde una perspectiva evolucionista» (p. 227)). La expresión «estudiantes-reclutas» (p. 178) para referirse a las militantes feministas universitarias norteamericana va en la misma línea poco afable políticamente, al igual que la conclusión que extrae Stamos al referirse a leyes «que establezcan por la fuerza la igualdad de sexos» (p. 181): la única esperanza de conseguir una sociedad plenamente igualitaria, una sociedad que minimice el género, dado que hay que combatir la biología desarrollada a lo largo de millones de años de evolución, sería «la práctica a fondo de la ingeniería genética, una esperanza emparentada con el sueño convertido en pesadilla del Parque Jurásico» (p. 181). Sin olvidar este paso sobre el racismo de las minorías y la naturaleza humana que parece sentar cátedra en tierra abierta: «Las minorías también dan frecuentemente muestras de racismo, y no solamente respecto a la mayoría, sino hacia otros grupos minoritarios, un rasgo de la naturaleza humana que pone muy acertadamente de relieve la película Crash» (p. 227).
En cuanto a argumentaciones poco afinadas, doy también sólo unos ejemplos. Refiriéndose a Gould y a su artículo «Argumentos racistas y CI», señala Stamos que «Gould era marxista y, como todos los marxistas, creía en la ideología de la plasticidad humana» (p. 225). Tanto da que Gould fuera o no marxista, como él señala, tiembla uno cuando Stamos habla de «buenos marxistas» pensando en quienes y en qué opinión tienen de los «malos marxistas», pero es absolutamente inadmisible que Stamos haga referencia a que todos los marxistas acepten, sean buenos o malos, la plasticidad de la naturaleza humana en el sentido al que Stamos parece aquí apuntar: todo es posible si nos empeñamos social y políticamente en ello (Ni que decir tiene que Lewontin también es un marxista «motivado por la ideología de la plasticidad de la naturaleza humana» (p. 226)). En el último capítulo del volumen Stamos apunta que la mejor definición de filosofía que conoce es la que afirma que la filosofía intenta responder de una forma sistemática y rigurosa a la pregunta «¿qué es x?», donde x es una variable que se sustituye por diversos conceptos fundamentales (así, conocimiento, ciencia, especie, ley de la naturaleza). Ni que decir tiene que una definición así, sin delimitación de la noción «conceptos fundamentales», tarea que Stamos no realiza, no es una ninguna definición; por consiguiente, la mejor definición de filosofía que Stamos conoce no es de hecho ni siquiera una definición (por favor, tengan la gentileza de no preguntarme cuál es mi candidata a mejor definición). De la misma forma cuando en el glosario define Stamos el modelo estándar de las ciencias sociales (p. 354), señala que es un modelo explicativo, común nada más y nada menos que al conductismo, a la antropología cultural, al marxismo, al feminismo y a los estudios sobre la sexualidad, que niega efectivamente la existencia de una naturaleza humana para centrarse en el entorno para una explicación completa de aspectos de la conducta humana como la homosexualidad, la violación o el racismo, apuntando inmediatamente, como definición equivalente («en otras palabras», según sus palabras) algo que no es en absouto una definición equivalente: «en la medida en que el modelo estándar tiene en cuenta a la naturaleza humana, lo hace no como algo innato sino como algo totalmente plástico (moldeable)».
Carlos López-Fanjul, profesor de genética de la Universidad Complutense, comentando la obra el Charles Darwin de Michael Ruse, valoraba la prudencia intelectual de este filósofo canadiense de la biología: Ruse era plenamente consciente de que al proyectar el neodarwinismo sobre fenómenos como las teorías sobre el conocimiento humano, la moral o la religión, se estaba haciendo uso de unos mecanismos selectivos que se han aplicado con indudable éxito en el estudio de la forma, la función y el comportamiento de organismos no humanos, pero a los que ahora se les obligaba a operar en frecuentes ocasiones sobre el sustrato genético de la conducta humana en líneas generales aún desconocido. La cautela de Ruse, por cierto uno de los autores más citados y comentados por Stamos, acaso no siempre haya sido cultivada por este último.
Por lo demás, y en cuanto a la tradición marxista y a su total lejanía de las explicaciones de base naturalista, reiteradamente apuntada críticamente por el autor, vale la pena recordar este pasaje de una comunicación que un filósofo hispánico, expulsado de la Universidad en 1965 y trasterrado por presiones del arzobispado barcelonés a la Facultad de Económicas desde la Facultad de Filosofía por explicar Kant y la ilustración años antes, presentaba a un congreso de filosofía celebrado en Guanajuato, México, en 1981, hace ya más de un cuarto de siglo: «Una cosa es estar de acuerdo en que las ciencias biológicas -y, en particular, con la sociobiología si llega a mayoría de edad- son el fundamento inmediato de la investigación social, su «antidisciplina» según el término de Wilson, y otra muy distinta aceptar que, como escribe éste en el último y más popular libro de su «trilogía», la sensualidad y el claroscuro del mundo emocional religioso o artístico no se pueden estudiar dignamente más que desde el punto de vista biológico… Una posición así, indistinguible del clásico imperialismo de ciertas disciplinas científicas en épocas cuya ingenuidad se suponía superada, implica la negación de la autonomía categorial de las ciencias sociales. Cuando los sociobiólogos mantienen posiciones así… llegan a observaciones y afirmaciones que, con independencia de su verdad material, tienen mucho de ignorationis elenchi». Es innecesario recordar el autor de la comunicación. Por si ha habitado el olvido: Manuel Sacristán Luzón (1925-1985).
PS: Señalaba Gustavo Duch («UNA VACA Y UN CAMINO», El Correo Vasco, 31 de Agosto de 2009), que según un reciente estudio chileno, aun en los caracoles, el estereotipo de la lentitud, los individuos que no se estresan viven más años. La lógica es conocida, el saber popular hace siglos que insiste sobre ello, la experiencia de todos nosotros lo confirma una y mil veces más. Pero ya se sabe que en la cosas de la ciencia hay que esperar a tener demostraciones que prueban que la selección natural escoge la calma y la favorece. Los caracoles con metabolismos más lentos viven más años puesto que cuentan con mayores reservas de energía para gastar en otras actividades, como el crecimiento o la reproducción. ¿No era Paul Lafargue, yerno de Marx por cierto, quien ya elogiaba a la pereza hace más de un siglo? ¿No hay, una vez más, una forma razonable de conciliar las enseñanzas de la tradición marxista con los argumentos y conclusiones de los estudios evolutivos? ¿No fue Singer quien ya sugirió hace una década que la izquierda debía ser darwinista aunque sea verdad, o parcialmente verdadero cuanto menos, como sugiere Maximo Sandín, profesor de Antropología Biológica de la Universidad Autónoma de Madrid, que las enseñanzas de Darwin son frecuentemente utilizadas por los poderosos contemporáneos para intentar mantener el control social