La vida es aspirar. La distancia más corta entre dos puntos era la línea recta. Hoy es la raya de cocaína. Nadie llega tan lejos tan rápido. La coca está de moda. Según Naciones Unidas, el Estado español tiene la tasa de consumo más alta del mundo: un 3% de su población entre 15 y […]
La vida es aspirar.
La distancia más corta entre dos puntos era la línea recta. Hoy es la raya de cocaína. Nadie llega tan lejos tan rápido. La coca está de moda. Según Naciones Unidas, el Estado español tiene la tasa de consumo más alta del mundo: un 3% de su población entre 15 y 64 años toma cocaína. Ese porcentaje supera por primera vez el de EEUU (2,8%) y cuadriplica la media europea (0,75%). Las previsiones anuncian un ligero aumento del consumo durante los próximos años.
La vida es disparar.
Los «tiros» de cocaína arrasan. Cada vez hay más aficionados. En la última década su número se ha duplicado entre los adultos y se ha multiplicado por cuatro entre los estudiantes de secundaria (del 1.8% al 7.2%). En Euskadi, casi un 10% de los chavales entre 12 y 19 años reconoce, en un estudio presentado esta semana por el Gobierno vasco, haber probado en alguna ocasión la cocaína, casi el doble que hace diez años. Polvo somos, cada vez más y desde más chiquitos.
La vida es suspirar.
A cada rato, a cada paso. Los expertos no entienden por qué se droga tanto la gente. No ven motivos. Recuerdo un cartel, cerca de la plaza de La Casilla en Bilbao, hace un par de años. En un folio, el dibujo de un coche antiguo, un teléfono de contacto y este anuncio: «Alquilo raya de garaje. Calle General Eguia». El precio, por supuesto, increíble, imposible. La raya, por lo suelos. La vida, por las nubes.
La vida es saltar.
La frontera, la valla, los límites establecidos. El horizonte mismo. No queda otra opción. El Manual de Lecturas Rápidas para la Supervivencia escarba con uno de sus poemas, «La cuestión», bajo la poderosa línea blanca. «La raya, al final todo se reduce a la raya,/ hay que tirarse en ella, revolcarse,/ enfangarse en ella hasta el fondo,/ que su blancura te otorgue un halo de pureza,/ y dominarla, demostrar claro ese dominio,/ como un vaquero en el rodeo./ Eso sí, jamás traspasarla,/ eso no lo toleran». La buena vida está del otro lado de la línea. A un salto. A un asalto. Tras las rayas enemigas.