Desde que en los últimos años del franquismo se aprobara la Ley General de Educación, promovida por los sectores tecnocráticos del régimen vinculados al Opus Dei, para adaptar el sistema educativo español a las necesidades de la modernización económica de la sociedad, dicho sistema se ha visto, durante el periodo democrático, sometido a constantes reformas […]
Desde que en los últimos años del franquismo se aprobara la Ley General de Educación, promovida por los sectores tecnocráticos del régimen vinculados al Opus Dei, para adaptar el sistema educativo español a las necesidades de la modernización económica de la sociedad, dicho sistema se ha visto, durante el periodo democrático, sometido a constantes reformas y retoques (LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE, LOMCE). El grueso de dichas reformas han sido llevadas a cabo por el PSOE, con excepción de la LOCE (que no llegó a implantarse prácticamente debido a su paralización tras la victoria electoral de Zapatero) y la LOMCE, que está en proceso de implantación en estos momentos en medio de una fuerte contestación.
Recordemos que la LOMCE solo modifica parcialmente la LOE, es decir, mantiene buena parte de la ley anterior e introduce algunos retoques significativos. Es de esperar que bastantes de los cuales, en lo esencial, serían mantenidos por el PSOE (más allá de ciertas escenificaciones de desacuerdo) pues son básicamente adaptaciones a las recomendaciones y estrategias de la Comisión Europea en materia de educación, si bien entendidas e implementadas a la manera autoritaria y descaradamente clasista que acostumbra el PP.
La gran reforma que determinó la estructura actual del sistema fue la LOGSE, puesto que las leyes posteriores han mantenido la estructura fundamental que dicha ley implantó y las líneas fundamentales que los ideólogos de dicha ley promovieron. Se puede decir que las reformas posteriores a la LOGSE han consistido, fundamentalmente, en «ajustes estructurales» para ir adaptando el sistema educativo a las nuevas necesidades de la economía e ir consolidando un cierto «sentido común» sobre el tema que, al margen de diferencias más bien superficiales entre (presuntos) progresistas y (presuntos) conservadores, se ha convertido en hegemónico. En la construcción de esa hegemonía ideológica acerca de la educación han desempeñado un papel fundamental los «expertos», fundamentalmente psicopedagogos o, al menos, personas vinculadas a las Facultades de «ciencias de la educación». El profesorado, por su parte, apenas ha sido escuchado y, con el paso de los años, se ha visto crecientemente «pedagogizado» (vale decir, colonizado ideológicamente por el pedagogismo), especialmente sus sectores más «progres».
En estas circunstancias, la oposición a la LOMCE por parte de estos sectores se ha sustanciado sobre todo en los aspectos más identificables como propios del PP, «ideología del esfuerzo», segregación temprana, asignatura de religión evaluable, etc. Pero no han podido ser suficientemente escuchadas voces que impugnen el trasfondo reaccionario (aunque disfrazado de progresismo) que TODAS las reformas legislativas en materia de educación han venido compartiendo e impulsando más allá de las diferencias partidistas. Esto es especialmente grave por lo que supone, especialmente para los sectores que se consideran «de izquierdas», de claudicación ideológica y desarme intelectual ante el desmantelamiento de la educación pública impulsado por la UE, la OCDE y demás organismos supranacionales con la colaboración activa del gobierno (el actual y los anteriores).
Se aceptan prácticamente como indiscutibles ciertos dogmas que merecen una revisión crítica profunda o, en el mejor de los casos, una clarificación de su significado. La comprensividad , el carácter inclusivo (al menos tal como se ha venido entendiendo hasta ahora), la adaptación de la escuela a la «sociedad del conocimiento» y aumento del peso de las TIC (tecnologías de la intoxicación y el consumismo), la formación continua del profesorado o el aprendizaje para toda la vida (lifelong learning), así como la supuesta necesidad de una formación inicial de carácter pedagógico para todos los docentes de cualquier nivel, vinculada en ocasiones a la reivindicación de un «cuerpo único» del profesorado, son casi indiscutibles según el «sentido común» progresista dominante. No es políticamente correcto cuestionar o discutir a fondo ninguna de estas cuestiones ni, en su caso, la manera como han sido implantadas. Se rehuye de un debate necesario sobre hasta qué punto esas ideas han servido de cuña -en no pocas ocasiones pervirtiendo su sentido original-para el desmantelamiento de la enseñanza pública, han perjudicado gravemente a las clases populares y han agravado las diferencias sociales .
Parte de la confusión generada procede, a mi juicio, de la creencia en que las reformas promovidas por el PSOE eran fundamentalmente «progresistas» dado que se entiende que, a pesar de tales o cuales veleidades de sus dirigentes, se trata de un partido esencialmente «de izquierdas» o de «centro-izquierda». Esto último puede ser cierto si se atiende a buena parte de sus votantes y militantes, pero resulta mucho más discutible si se analizan las políticas que ha llevado a cabo cuando ha gobernado.
Por lo que toca a sus políticas educativas el PSOE se ha caracterizado por su maestría en presentar como progresistas medidas que sistemáticamente han perjudicado sobre todo el derecho a la educación de las clases populares y desfavorecidas, de forma que los críticos con esas políticas han podido ser descalificados como reaccionarios (cuando es justo lo contrario las más de las veces), falsos progres, nostálgicos fascistoides, etc. Quienes así reaccionan a las críticas parecen a veces confundir o incluso identificar el «progreso» con las transformaciones sociales (siempre destructivas) que la lógica de la reproducción ampliada del capital impone incesantemente y a ritmo acelerado. En esta mistificación el papel de los pedagogos ha sido esencial y no está exento de cierta combinación de mentalidad tecnocrática, intereses corporativos, ingenuidad bienintencionada y desprecio por el conocimiento. La capacidad de los «expertos en educación» para presentar como muy progresista lo que no es sino la materialización de la mentalidad hegemónica neoliberal es ciertamente admirable.
El último ejemplo de esto lo podemos observar en su apoyo, más o menos explícito, al modelo educativo basado en competencias . Se trata de un modelo promovido por las instituciones encargadas de asegurar el predominio capitalista (OCDE, BM, FMI, Comisión Europea) que busca la optimización de la adaptación de la mano de obra a las necesidades del mercado, el debilitamiento de la capacidad de negociación colectiva de los trabajadores y la destrucción definitiva de las bases culturales mínimas a partir de las cuales entender el mundo para poder elaborar un pensamiento crítico. Esto último venía siendo preparado por los efectos de la implantación de la LOGSE y su apuesta por un cierto constructivismo (de corte psicologista) como metodología pedagógica cuasi-obligatoria. Precisamente es tirando de este hilo como se puede apreciar que, además de la muy justamente denunciada alianza entre neoliberalismo y neoconservadurismo, existe otra, mucho más insidiosa y apenas denunciada, entre el mismo neoliberalismo y un progresismo romo y claudicante, que ha sido capaz de abducir a buena parte de la comunidad educativa con los pedagogos como abanderados.
Este aspecto de adalides no declarados del neoliberalismo se pudo apreciar muy bien en la polémica que suscitó el Máster de Formación del Profesorado . La «secta pedagógica» defendió con uñas y dientes dicho máster -y con él el llamado «plan bolonia»- que les asegura el control ideológico sobre la enseñanza secundaria (la primaria hacía tiempo que la controlaban) y los blinda frente a cualquier crítica, por razonable que ésta sea. Los defensores de la pedagogía dominante actúan por intereses corporativos para constituir una verdadera casta que someta al sistema educativo a sus designios: vaciar de cualquier atisbo de conocimiento efectivo, saber riguroso, capacidad de análisis y crítica la enseñanza y sustituirlos por los presuntos «saberes» vacíos de todo contenido que ellos detentan. Ellos «enseñan a enseñar» a los profesores, para que éstos «enseñen a aprender» a los alumnos que «aprenderán a aprender» felices y contentos de adquirir las competencias básicas que les permitan ser explotados como mano de obra precaria y obligada al constante reciclaje de sus competencias (lifelong learning), en un mundo que, gracias a la «secta pedagógica», nunca llegarán a entender ni, por tanto, podrán transformar.
Mientras tanto, los hijos de las clases dirigentes se formarán en escuelas privadas, según una pedagogía básicamente tradicional con contenidos y exigencia, y entenderán perfectamente su posición en el mundo y lo que de ella se deriva. Está claro que los «logsianos» son muy conscientes de lo que significa la lucha de clases, lo malo es que militan (lo sepan o no) a favor del bando al que dicen oponerse.
Enrique Galindo Ferrández. Profesor de Enseñanza Secundaria, activista de la Marea Verde y militante de base de Izquierda Unida.
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