Concertacionistas bien intencionados consideran que el desafío de Michelle Bachelet durante la campaña de balotaje sería de «convencer a los indignados y desesperados que no creen en la Nueva Mayoría como motor de una transformación profunda» (1). Tales palabras traducen una incomprensión profunda no sólo del desprestigio de las instituciones en las cuales se desenvuelve […]
Concertacionistas bien intencionados consideran que el desafío de Michelle Bachelet durante la campaña de balotaje sería de «convencer a los indignados y desesperados que no creen en la Nueva Mayoría como motor de una transformación profunda» (1).
Tales palabras traducen una incomprensión profunda no sólo del desprestigio de las instituciones en las cuales se desenvuelve la Nueva Mayoría y el duopolio partidario que organiza la vida política postdictadura, sino que también del carácter anticipador de las luchas sociales que desde el 2006-2007 comenzaron a dar dos sectores importantes de la actividad nacional: el de los estudiantes secundarios en el famoso Movimiento Pingüino, contra el cual se ejerció una inmediata y desmedida violencia policial, y el de los trabajadores de cerca de 100 empresas contratistas de Forestal Arauco de propiedad del empresario Anacleto Angelini.
Fue el inicio del desinfle de la imagen del modelo económico «exitoso». Estas «revueltas lógicas» (2) descorrieron el velo de la llamada economía social de mercado. Se instaló en el sentido común una verdad incuestionable: el vínculo causal entre la concentración extrema de la riqueza y la mercantilización de la existencia con la desigualdad social y el endeudamiento generalizado. Por esa grieta en la ideología de la dominación del capital se asomó el nuevo ciclo de luchas por más democracia, más igualdad y contra las aristas más odiosas del capitalismo neoliberal.
En ese proceso destituyente se aclaró, después de más de una década de pactos y consensos entre la Concertación y la Alianza, la función de la democracia binominal y de ese artefacto que el filósofo francés Alain Badiou llama «el parlamentarismo capitalista» (le capitalo-parlamentarisme). Gobernar para los poderosos, con instituciones llamadas democráticas, en nombre del respeto de los parámetros macroeconómicos del capitalismo neoliberal.
Fue al término del primer lustro del siglo XXI que muchos hombres, mujeres y jóvenes vivieron en carne propia los efectos represivos del Estado post dictadura. El que ha dejado marcas indelebles en tantas comunidades mapuche y en sus luchadores y presos políticos. Un Estado represivo que funcionaría esta vez con instituciones democráticas: un verdadero oxímoron del discurso dominante. De esos que forman parte del paisaje natural de la academia silenciosa que no utiliza las armas de la crítica y le tiene urticaria a conceptos como «clase dominante» o «conflictos de clase». Como si por obra y gracia del neoliberalismo la desigualdad fuera una lacra y no una relación social entre grupos sociales donde el poder político y la riqueza están asimétricamente distribuidos.
Y fue en su lucha ejemplar, por mejores salarios y por la negociación interempresa y por rama, que los trabajadores forestales vivieron también una feroz represión del Estado gobernado por Michelle Bachelet y la Concertación. Conocieron en vivo y en directo el implacable rodaje del capitalismo salvaje.
Habrá que repetirlo cuantas veces sea necesario. Imposible olvidar el episodio teatral y de mal gusto de las «manitos levantadas» a lo don Francisco para celebrar la traición y el engaño que a los ojos del movimiento de los secundarios fue la firma de la LGE. Prueba de que las elites políticas desconocían el país real en que habitaban y que la política oficial había entrado en una fase de descomposición.
El pasado represivo de la Concertación
Difícil no recordar que en el último mandato de la Concertación fueron asesinados por las fuerzas policiales dependientes del ministerio del Interior Rodrigo Cisternas, Jaime Mendoza Collío y Matías Catrileo. Claro, era la época en que la Concertación gobernaba con la Razón de Estado y la Ley Antiterrorista sin que ninguno de sus operadores políticos, consultores comunicacionales, parlamentarios o cabezas pensantes se planteara siquiera la pregunta de cuál podría ser la reacción popular ante tanto agravio a los derechos sociales y a la convivencia democrática.
Hechos que pueden ser fácilmente interpretados por los que acostumbran a utilizar las categorías de análisis de las ciencias sociales, sin los eufemismos de la academia adicta al concertacionismo, como el carácter de clase (dominante) del Estado. Y a definir al mismo tiempo al «concertacionismo» como un conglomerado y una política que se ajusta a la alternancia en el poder y expresa los intereses de la misma clase dominante en su conjunto, pero en una versión de consejera en reformas al régimen político y al modelo de concentración de la riqueza debido a sus vínculos pasados con el movimiento social de 1983 a 1988. Cuando éste fue un actor central en el ocaso de la dictadura y al cambio de régimen político.
El cambio de ciclo político, resultado de las luchas sociales hizo que la legitimidad cambiara de lado; que los antiguos vínculos concertacionistas con la sociedad activa se rompieran y que, por lo tanto, vivamos un proceso lento, pero constante de ascenso de hegemonía popular y ciudadana que comienza a expresarse en manifestaciones plurales del descontento y disputas ideológicas y políticas y culturales en variados ámbitos de la vida nacional.
Dos caras de la misma Moneda
En este sentido, la pugna ideológica entre los cuadros políticos de la Concertación y los de la Alianza, en torno al pasado pinochetista, ha sido pura diversión. Por supuesto, con la llegada de nuevas generaciones a la lucha social se acabó el famoso miedo de volver a la época del Leviatán pinochetista (azuzado como espantapájaros por la elite concertacionista durante la primera mitad de su reinado) para garantizar gobernabilidad o, al otro cuco derechista mercurial: el pasado socialo-estatista de la Unidad Popular amalgamado al programa de la Nueva Mayoría. Grosera maniobra propagandística en tiempo de elecciones.
Es muy posible que una investigación seria demuestre, no obstante, que la mentalidad de las FF.AA está lejos de haber adherido a los valores de apertura y de convivencia y, que por el contrario, se sigan cultivando en las filas de la oficialidad los valores del orden, de la propiedad a secas, el temor a los cambios sociales y el apego a la patriotera tradición militar.
Vista así la realidad social, el hecho más relevante de la década ha sido una vez más la irrupción de la fuerza autónoma y popular del Chile de los de abajo. Desde una perspectiva histórica ha sido algo impresionante ver en movimiento cuatro conjuntos sociales en un tiempo político comprimido: trabajadores (forestales, del cobre, pescadores, portuarios, de servicios y del Estado), estudiantes (secundarios, universitarios y de institutos técnicos), pobladores (diversas agrupaciones como los ANDHA, MPL, UKAMAU), el pueblo mapuche (comunidades, estudiantes y organizaciones políticas y sociales), pueblos y territorios sociales urbanos (ciudadanos, comerciantes, pobladores y trabajadores en revueltas como Magallanes, Aysén, Dichato, etc), Ambientalistas-ecologistas (movimiento nacional contra HydroAysén, Freirina, etc).
Aquellos dos primeros conjuntos sociales y sus movilizaciones aparentemente puntuales, cargadas de sentido antineoliberal y democrático casi imperceptibles, cuya irrupción en el 2006-2007, fueron en realidad acontecimientos intempestivos antes que el mundo entero se sintiera sacudido desde el 2011 por multitudinarias movilizaciones sociales en Túnez, España, EE.UU. y Egipto. La simultaneidad de estos movimientos de naturaleza local pero con proyecciones internacionales y el nexo con las movilizaciones sociales estudiantiles y ambientalistas que el mismo año comenzaron en Chile, sólo puede pasar desapercibido para los ideólogos de la Concertación y la derecha que ven en las movilizaciones sociales ciudadanas, estudiantiles y ambientalistas un lujo de una sociedad que «crece» y no una alerta y sana reacción ante el despeñadero social, político y ecológico al cual se dirige un modelo depredador y explotador de lo humano, lo político (la exigencia democrática negada por el binominal y la Constitución pinochetista) y lo social.
¿Cómo no entender entonces la indignación política y la capacidad de acción de la ACES y del movimiento estudiantil universitario en la puesta en jaque al lucro en la educación? ¿Cómo no admirar la continuidad y fidelidad con sus luchas del 2006 y la conservación de la memoria política para darle sentido y continuidad a sus justas demandas? ¿Cómo no solidarizar con la justa lucha de los trabajadores del cobre y el movimiento solidario de los portuarios? ¿Cómo negarse a entender la dosis de rabia acumulada por tantos trabajadores precarizados y subcontratados, así como la nefasta labor de contención de las demandas laborales de la burocracia de la CUT? ¿Cómo no solidarizar con la afirmación mapuche? ¿Cómo no celebrar las razones del triunfo de la lista A Luchar en la Fech y condenar las reacciones destempladas de concertacionistas ante el triunfo de la UNE y el FEL, preocupados por la caída de la DC, del desarrollo del anarquismo político y social y de la nula presencia de los partidos de la Nueva Mayoría en el movimiento estudiantil?
De los medios periodísticos, políticos e intelectuales de la Concertación también viene el eufemismo de que esta «corrigió» el modelo para evitar decir que se lo consolidó (el senador electo Carlos Montes). Digamos que quien trató de redondear los ángulos del neoliberalismo, para ajustarlo con alzas ridículas de impuestos y con las mismas medidas tipo parche concertacionista y bonos asistenciales utilizados por Bachelet, para supuestamente combatir la pobreza y la desigualdad, pero sin traducción en votos y en popularidad, fue el gobierno de Piñera. Ahí estalló la verdad de que la Concertación y la alianza eran las dos caras de la misma moneda neoliberal. O «las dos derechas» como lo escribieron en su momento Jorge Arrate y Sergio Aguiló. Además, fue durante los 20 años de concertacionismo que los Luksic, Paulman, Angelini, Ponce Lerou y algunos otros grupos y monopolios se consolidaron con la obtención de astronómicas ganancias. Y sin pagar tributos al fisco.
El llamado «piñerismo» fue la tentativa de arrebatarle las banderas social-liberales a la Concertación cuyo invento fue llamar «progresismo» a su apego a los preceptos neoliberales. Esta, cuestionada en el plano de la ideología y de los mitos por el movimiento social estudiantil, ambientalista y de trabajadores, se apresuró a su vez a arrebatarle las nuevas banderas al movimiento social para luego transformarlas en promesas electorales. En tal empresa contaron y cuentan con Michelle Bachelet, que alguna consciencia tomó en su trabajo de funcionaria de la ONU acerca del hecho incontestable de que su país, Chile, ese del cual ella había sido presidenta, se situaba en todos los temas sociales del siglo por debajo de los estándares internacionales. Motivo de vergüenza tiene que haber sido para la Secretaria de ONU Mujer comparar los montos de inversión del Estado chileno en servicios a la mujer, salud, educación y pensiones con los de otras naciones democráticas. Durante su mandato, Andrés Velasco en Hacienda, cuya influencia sobre la presidenta fue considerable, siguió una estricta línea neoliberal y pro empresarial; factor que le impidió una toma de consciencia a la candidata actual acerca de los cambios que ya en su primer período convenía iniciar. Nada pudieron sus consejeros de «izquierda» contra el lado neoliberal de la actual candidata, quien en su mandato creó falsas expectativas que se desinflaron una tras otra.
Materia de sobra para ser suspicaz, crítico, desconfiado, ciudadano consciente y voluntariamente anti desmemoriado.
¿Copias o mimetismo en el duopolio?
Iniciado el período de la Alianza, muchos desde la izquierda se confundieron y caracterizaron al Gobierno de los «managers» de reformador y menos timorato que la propia Concertación. Pero la epidermis social ya estaba sensible. Al intentar aumentar el precio del gas a los ciudadanos magallánicos en un 16,8 %, el Gobierno aliancista provocó una insurrección ciudadana-popular intempestiva en enero del 2011. La razón por la cual Piñera corrigió rumbo es simple: no se podía gobernar más a la derecha y de manera neoliberal que lo había hecho la propia Concertación. Chile entero era y es un país privatizado. Había que suavizar la mano.
El riesgo de explosión de la caldera social era una hipótesis real puesto que movimientos sociales espontáneos se organizaban de manera autónoma, por fuera del Estado, sin control de los operadores concertacionistas.
El modelo concertacionista de gestión política del neoliberalismo, sin embargo, había sido exitoso (para la poderosa oligarquía económica). Es la conclusión reciente y soterrada de los foros y conciliábulos de la Sofofa, la CPC y la Enade. La derecha no tenía discurso ni plan B para enfrentar la embestida social y su impacto en las consciencias. Aferrada al discurso mercantil de que «todo tiene un precio y nada es gratis», hizo el ridículo. Incapaz de producir ideología o relato, repite hoy, con la caja de resonancia mercurial y de Copesa, el viejo discurso del «estatismo socialista» para hacer noticia y desinformar en los medios bajo su control. No por esto habrá que llamarse a engaño acerca de la función sistémica de la Nueva Mayoría y su discurso destinado a sembrar la duda acerca del verdadero carácter de sus reformas.
A mediados de mandato de la Alianza surgió el debate de quién copia a quién. El de definir el tema del «Piñerismo». A saber, si era la prolongación del concertacionismo con los medios de la Alianza derechista, o una política de la «derecha liberal» adaptada a las nuevas realidades sociales como condición para conservar el Gobierno. Tal dilema instaló un debate ideológico en la derecha que se reveló extemporáneo debido a la emergencia de la crítica social al lucro, los abusos y a la precariedad del trabajo. Fue cuando Jovino Novoa de la UDI escribió su opúsculo «Con la fuerza de la libertad» para defender doctrinariamente la continuidad del neoliberalismo duro, puro y salvaje. Esquizofrenia política de haut voltige o a alto nivel.
Durante este tiempo el concertacionismo desorientado se reordenó y congenió con el Partido Comunista con el fin de restablecer los vínculos debilitados con los movimientos sociales para construir rápido un programa consensuado con los empresarios. Un punteo de reformas dúctiles -vaciadas estas de contenido transformador- serviría para recolectar fondos empresariales y poder hacer campaña con ex dirigentes estudiantiles de las federaciones universitarias, ligados al movimiento social estudiantil y también al mundo del trabajo. Giorgio Jackson e Iván Fuentes fueron seducidos por las estructuras partidarias.
La respuesta de los neoliberales «blandos» de la Alianza no se hizo esperar: la derecha chilena necesita una mise à jour o puesta al día, declararon. Incluso, según estos sectores «neoliberales lúcidos», el Gobierno bacheletista sería una buena opción para dar «gobernabilidad» y administrar los cambios necesarios con el fin de mantener los pilares del sistema de dominación de clase y de explotación del trabajo; de la naturaleza y el manejo de las necesidades sociales en pensiones, educación, vivienda y previsión. A partir de los datos de la experiencia anterior se ve la intención de hacer algunas concesiones en bienes públicos, encauzar una caricatura de reforma constitucional, darle pinceladas al binominal para «corregirlo», intentar una reforma o reajustes funcionales a la estructura tributaria favorable a las empresas (con mucha alharaca empresarial para limitarla), aumentando por aquí y rebajando por allá a los más ricos, pero sin poner en cuestión la lógica neoliberal («hay que dejar que los ricos se enriquezcan», dixit: Pinochet) de la estructura impositiva ni las excesivas tasas de ganancias de los grupos empresariales.
Así gobernará la Concertación, lo demás es llamarse a engaño con eso de que hay que «afinar» el análisis.
Lo que no dicen las cifras electorales
Con o sin los quórums parlamentarios requeridos, no habrán cambios estructurales. El parlamentarismo binominal es incapaz de transformarse solo y por dentro; está en crisis de legitimidad y representatividad, pero opera. Es capaz de succionar las demandas sociales y a algunos ex líderes sociales para integrarlos y cooptarlos (esperamos equivocarnos, pero las declaraciones de algunos y los silencios de otros advierten). Veremos si resisten a las fuerzas sistémicas. Por de pronto quien ganó fue el dispositivo binominal. Es preferible tener un gobierno que no dispare por principio contra los manifestantes que uno que tenga por principio mantener el orden a cualquier precio. Es una diferencia notable. Y ese gobierno no saldrá de las fuerzas del binominal. Con dos candidaturas de izquierda que plantaron presencia popular, aún así, se estuvo lejos de avanzar en el proyecto de un gobierno alternativo de los trabajadores y los movimientos sociales.
Otra cosa es cambiar las estructuras. Para eso es preciso terminar en algún momento con las relaciones sociales capitalistas de explotación, modificar el sistema de propiedad privada de los capitales y recursos naturales y establecer formas de control y participación ciudadana sobre lo que es social y común. Junto con profundizar el proceso constituyente y social tal como lo acaba de plantear el Partido Igualdad en su llamado a los trabajadores, estudiantes y organizaciones de la izquierda anticapitalista. Además de imponer derechos para desmantelar los dispositivos de dominación y las opresiones específicas de la mujer, de las identidades sexuales y de los pueblos autóctonos. Contando con el hecho objetivo que el gran unificador de las luchas sociales dispersas es la dominación sistémica misma del capital.
Dos posibilidades. Habrán reformas impostergables que la Concertación intentará realizar según el criterio de «en la medida de lo posible» si sortea las trampas del juego político institucional. Pero lo fundamental no se realizará, debido a las presiones sistémicas, como: restituirles los plenos derechos laborales a los trabajadores; implementar una matriz energética sustentable que responda a los requerimientos ciudadanos; dar poder democrático a las regiones; regular el sistema bancario y financiero, legislar contra los contaminadores y abusadores; recuperar todos los fondos de empresas en paraísos fiscales; expropiar y nacionalizar bajo control ciudadano los recursos naturales; el mar y el agua; crear una red bancaria bajo control social; construir un sistema de educación público gratuito y de accesibilidad universal junto con crear un régimen de pensiones y viviendas digna y una nueva Constitución acorde con las urgencias de los tiempos presentes, fruto de debates amplios para elegir no menos de cien delegados.
Estas medidas de transición hacia un Chile mejor serán el fruto del empuje convergente de los movimientos sociales-ciudadanos, organizaciones de trabajadores y partidos populares que articulados entre ellos, luchen por profundizar las tibias medidas de la Nueva Mayoría hasta radicalizarlas y al mismo tiempo reactivar las que siendo parte de un programa sociopolítico compartido sean puestas como objetivo estratégico. Manteniendo autonomía y creando antipoderes o, lo que es lo mismo, formas nuevas de poder popular democrático. Como siempre en estos casos de movilización social y de consciencia de cambios, las tareas de la izquierda y de los ciudadanos son evidentes: ponerse detrás de las demandas y empujarlas con más organización y movilización amplia.
La confluencia del accionar y de la articulación de las demandas particulares de los cuatro conjuntos o movimientos sociales más arriba nombrados puede abrir una nueva secuencias de invenciones políticas y de rupturas democráticas, que bien sabemos, los inquilinos del Estado tratarán de impedir incluso con violencia.
El ánimo ciudadano actual es favorable a las iniciativas de los movimientos sociales con un programa común. Todas las encuestas y estudios lo demuestran. Además, ni el 22% del padrón electoral que votó por Bachelet la ha dado un cheque en blanco a la mal llamada «Nueva Mayoría». La derrota del ideario derechista no tiene parangón en la historia reciente. Por el momento están por el suelo en las encuestas.
Dato nada de anecdótico: mirando en detalle las cifras de los porcentajes electorales del SERVEL, Bachelet fue menos votada que Parisi en una de las zonas más devastadas por el tsunami del 27F. En las mesas de Talcahuano, Bachelet es perdedora ante un Parisi agitador que hizo campaña demagógica contra «la clase política» para que se «jubilara», esgrimiendo y apropiándose de manera hábil de una crítica popular y de izquierda contra los abusos de los grupos económicos y dirigiendo un ataque frontal a los impresos de El Mercurio y La Tercera, fieles soportes del duopolio y del binominal. Los mismos que han intentado hacer creer que Bachelet fue la más votada en las zonas damnificadas. Falso. Sumando los votos de Parisi, más los de Marco Enríquez-Ominami con los de Marcel, Roxana y Alfredo Sfeir, tanto Matthei como Bachelet reciben palizas de proporciones que deben ser materia de conversación en los meetings de los dueños del país.
Circunstancia que explica la derrota de Escalona, completamente previsible: un político que viene de afuera, sin sintonía alguna con el sufrimiento de una ciudadanía cansada del centralismo y de la arrogancia santiaguina. Errores crasos, productos de la práctica del cuoteo, de «el que tiene mantiene», del desprecio por la democracia partidaria interna y de la incomprensión de los procesos mentales que recorren la sociedad chilena. Hay crisis de la representación parlamentaria y presidencial, pero no así de las formas emergentes de la democracia participativa auténtica. Como la experimentada en asambleas participativas y deliberativas, así como los procesos electorales abiertos practicados por las federaciones estudiantiles y el movimiento social por la educación pública y gratuita para todos. Un ejemplo que le ha dado una legitimidad extraordinaria al movimiento estudiantil ante los ojos ciudadanos.
Y conviene destacar, para consideraciones del análisis político necesario, que electores de la derecha aliancista y de la Nueva Mayoría dieron un castigo ejemplar a algunos candidatos con rasgos detestables como Laurence Golborne, asociado a abusos empresariales y a corruptela familiar; Camilo Escalona, figura emblemática del ala conservadora de la política concertacionista, connotado operador bacheletista, hombre bisagra con la DC y opositor acérrimo del proyecto de Asamblea Constituyente y, Soledad Alvear, figura de proa del ala conservadora de la Democracia Cristiana.
¿Desesperación, ultraizquierdismo? No. Claridad ante la naturaleza misma de una coalición que vuelve para ejercer el poder del Estado y que cuenta en sus filas con individuos con pasado represor como Felipe Harboe, al cual el flamante diputado Giorgio Jackson le entregó un incomprensible apoyo antes de declarar que hab°ia que votar por Bachelet porque «abría puertas». Hacia dónde cabe preguntarse.
En Chile, con razón, se instaló la irreverencia hacia los poderes que mienten, abusan y explotan. Razones de más para que el 50% del padrón electoral no vote por el duopolio.
Cinco golondrinas
Han sido los movimientos sociales y de pueblos quienes estos últimos años han escrito las prioridades en la agenda política de los cambios. Y por fuera de la institucionalidad actual. Los políticos no han hecho otra cosa que apropiárselas para morigerarlas.
La fuerza propulsora de estas dinámicas viene de abajo; del movimiento sociopolítico compuesto de movimientos sociales y ciudadanos, organizaciones populares, de luchadores sociales y de militantes y partidos de la izquierda de transformación social. Y es en el choque contra los planes de los de arriba, del duopolio y de su sistema binominal y contra la forma de gobierno y Estado que este poder dominante asume, que se recrea y mantiene el conflicto social mismo y las contradicciones que genera su propia negatividad: el imperativo de democracia participativa y de nuevas alternativas y proposiciones de control ciudadano y popular sobre lo público acaparado y privatizado.
Cabe estar alerta, puesto que el hecho novedoso en las recientes elecciones parlamentarias fue la entrada en la cámara de diputados de los cinco candidatos considerados por algunos analistas como los «representantes de los movimientos sociales». En sus respectivos distritos los ex dirigentes estudiantiles Boric, Cariola, Vallejo y Jackson, junto con el dirigente social aysenino Iván Fuentes, obtuvieron altas votaciones.
Hasta el momento la actividad parlamentaria se encuentra en manos de las elites del duopolio y sometida a los intereses económicos dominantes, que son los del neoliberalismo, por tanto, en un sitio como ese (la cámara de diputados) el único recurso posible para algunos será adaptarse a las formas de obediencia de las maquinarias partidarias y hacer propuestas que puedan ser viables para los intereses estratégicos dominantes. También podrán mostrar un lado «díscolo» para ponerle «color» a un parlamento que necesita sangre nueva para el simulacro.
La otra posibilidad que les queda a los 5 electos es la regeneración de la política y de la democracia participativa fortaleciendo la actividad de los movimientos sociales y respondiendo a las formas de democracia de asamblea en la lucha en las cuales estos dirigentes hicieron parte de su aprendizaje político. El dilema clásico en la historia de la izquierda y de los movimientos sociales es: o van a integrarse para reforzar el desprestigiado parlamento que expresa la inercia institucional de sistema político y se inscriben en el circulo perverso de privatización de la política. O bien y por contra, van a acentuar el cambio de paradigma social y los procesos de repolitización social y de reconstrucción de la conciencia de clase y de subjetividad ciudadana que se están dando en la actualidad en Chile y en el mundo; lo que implica poner su cuota de poder en el parlamento a disposición de los movimientos sociales, y someterse a su mandato (de los MS) y al principio de revocabilidad (de la misma manera que un parlamentario cuando es ministro es reemplazado por otro de la misma tienda). Si van aportar a la nueva democracia en germen y a los nuevos procesos constituyentes emergentes, o se van a dejar vampirizar por la vieja elite binominal.
Para los partidos del espectáculo, que hacen campañas electorales a golpe de subvenciones de las grandes empresas, en los que sus cargos son ocupados por políticos profesionales atornillados período tras período y que construyen su programa a base de encuestas; para estos, regeneración política significa obediencia; significa que no haya movilización social, que el pueblo acate lo que se aprueba en el Congreso y que las elecciones las ganen los que tienen el dinero para fastuosas campañas y un poder de influencia sobre los medios tradicionales. Para quienes creemos en la política y en la democracia, la regeneración no puede ser otra cosa que la participación activa de la mayoría social en la política y el control de ésta sobre la economía.
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(1) Patricia Politzer en elmostrador.cl
(2) El concepto de Revueltas Lógicas lo utiliza Alain Badiou en su libro «La relation énigmatique entre philosophie et politique» (2011) quien a su vez lo tomó de una célebre revista, Les Révoltes logiques, dirigida por Jacques Rancière.