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La cuestión nacional como cuestión social

Las tareas de la izquierda para la ruptura en Catalunya

Fuentes: La Hiedra

El escenario político catalán ha llegado a un impás después de la consulta del 9N. El aparente refuerzo inicial que ha supuesto para Artur Mas y el crecimiento de Podemos también en Catalunya hacen aflorar numerosos debates sobre el papel de la izquierda frente al proceso soberanista. En este artículo se trazan unas lineas de […]

El escenario político catalán ha llegado a un impás después de la consulta del 9N. El aparente refuerzo inicial que ha supuesto para Artur Mas y el crecimiento de Podemos también en Catalunya hacen aflorar numerosos debates sobre el papel de la izquierda frente al proceso soberanista. En este artículo se trazan unas lineas de análisis sobre la estrategia de la izquierda, defendiendo el potencial rupturista del proceso abierto en Catalunya, siempre que se sepa recoger el guante de la reivindicación nacional al mismo tiempo que se disputa el modelo de país a la derecha catalana.

El 25 de noviembre Artur Mas, presidente de la Generalitat y pionero en políticas de austeridad, desvelaba su nueva «hoja de ruta» tras la consulta del 9N. En su conferencia, Mas repasó la historia de su mandato (sin mencionar su etapa de recortes sociales) y el largo recorrido de «la voluntad de autogobierno de Catalunya», afirmando que:

hunde sus raíces en la profundidad de su historia. Este año conmemoramos 300 años de la pérdida de las instituciones y las libertades catalanas; y 100 años del primer intento de recuperarlas con la creación de la Mancomunidad (…) el anhelo de autogobierno forma parte consustancial de la identidad catalana, de nuestra manera de pensar, de hacer y de ser1.

Mas se preguntaba si «¿Son capaces algunos partidos, no todos obviamente, de aparcar por una sola vez y por un corto período de tiempo sus diferencias y decidir sumar?» A continuación animaba a superar «la dinámica partidista» para configurar una lista «amplia, transversal y fuerte». Finalmente, Mas reflexionaba «que la ideología no pase por encima de los ideales» y apelaba a «hacer brillar la luz del ideal común». Todo ello le ha llevado a proponer un «gobierno de país» de 18 meses, sin ideología, o lo que es lo mismo, ocultando que se deberán tomar decisiones en el terreno de lo social y mantener la agenda de la austeridad.

Las palabras de Mas, ejemplo de las aspiraciones de la burguesía catalana a encarnar la esencia de la Voluntat Catalana, no deben sorprendernos. La réplica a sus reflexiones y a su invitación patriótica y de «unidad nacional» ya la puso de manifiesto un marxista irlandés en 1910, precisamente en la época de la creación de la Mancomunitat en Catalunya. Explicaba James Connolly, célebre exponente del movimiento socialista e independentista de Irlanda, respecto a la retórica de la pequeña burguesía y las clases medias irlandesas sobre la necesidad de crear «un movimiento Nacionalista real»:

un movimiento en el que cada clase reconocerá los derechos de las otras clases para dejar de lado sus conflictos, se unirá en una lucha nacional contra el enemigo común: Inglaterra. No hace falta decir que la única clase decepcionada por estas frases fue la clase trabajadora. En efecto, cuando las cuestiones relativas a los intereses de ‘clase’ son eliminadas de la controversia pública, las clases conservadoras y propietarias se anotan una victoria, puesto que su única esperanza de seguridad depende de esta eliminación2.

Una visión histórica de la nación

La línea roja señalada por Connolly evidencia la diferencia fundamental entre una visión nacionalista, que concibe la nación como un elemento esencialista y ahistórico (aunque se engalane de tradición), y un análisis histórico, dialéctico, según el cual el concepto de nación es relativamente moderno, surgido como respuesta a unas necesidades concretas en el plano económico y en el proceso concreto del desarrollo del capitalismo3.

Sin embargo, como señala el historiador marxista escocés Neil Davidson, «argumentar que las naciones sólo aparecieron en algún punto de finales del siglo XVIII [con las revoluciones burguesas] será tan absurdo como argumentar que el capitalismo sólo apareció en ese mismo período»4. Así, la conciencia nacional, a distinguir del nacionalismo como movimiento y visión política, fue desarrollándose en algunos lugares de Europa desde la emergencia del absolutismo ya a mediados del siglo XV, primero en su formación psicológica y posteriormente en extensión geográfica. Sin embargo, no fue hasta el período comprendido entre la última revolución burguesa en 1789 (la revolución francesa) y las revoluciones democráticas de 1848 que la conciencia nacional empieza a emerger entre las clases sociales bajo los gobernantes de los nuevos estados-nación, en parte como resultado de un adoctrinamiento deliberado, pero sobre todo por el modo de vida experimentado en sociedades moldeadas por el estado-nación. Esta visión histórica o análisis marxista de la nación se contrapone a la visión promulgada por los diferentes nacionalismos, que intentan construir un relato nacional arraigado en una lectura mitificadora de un pasado ancestral; pero también se distancia de explicaciones de tipo economicista que asimilan estado-nación y conciencia nacional, reduciendo esta última a una creación de la burguesía que responde exclusivamente a sus intereses.

Para resumir, la conciencia nacional, que emerge de condiciones históricas y materiales concretas dentro del marco del capitalismo, tardó tantos siglos en convertirse en una forma de conciencia dominante como tardó el modo de producción capitalista en convertirse en el modo de producción dominante. La cuestión clave es que lo hizo precisamente como consecuencia de esto último.

El potencial rupturista de la lucha nacional

Un sector importante de la izquierda, tanto en Catalunya como (especialmente) en el resto del Estado, considera que el «proceso soberanista» catalán es una maniobra de Mas y la clase dirigente catalana para sortear el desgaste de CiU por su política de austeridad.

Parte de esta visión se construye sobre el imaginario de un nacionalismo catalán «pequeñoburgués» contrapuesto a una clase trabajadora desafecta a este nacionalismo debido a su «origen español». El argumento principal se apoya en un internacionalismo abstracto, escudándose en las palabras que cierran el Manifiesto Comunista: «¡Trabajadores del mundo, uníos!». Así, el nacionalismo no sería más que una distracción creada por la burguesía para dividir a la clase trabajadora y seguir manteniendo sus intereses y privilegios. Una versión mucho más refinada y menos dogmática de esta posición está representada por el artículo «Por qué Catalunya no será independiente» aparecido en Público5. A pesar de que los autores hacen gala de una buena capacidad de análisis y de que defienden el derecho a la autodeterminación, su punto de partida es que «tres años de crisis, de amagos de consulta y posteriores abandonos, en los que las idas y venidas de Mas en estos días son el último capítulo, no permiten tomarse muy en serio el proceso soberanista catalán». Así, no viendo ningún posible actor en el escenario independentista más que la derecha catalana, los autores concluyen abogando por la irrupción de Podemos, ya que «puede empujar hacia un reconocimiento de la crisis política catalana en sus propios términos; y lo que es más importante al procés constituent català hacia el único marco en el que parece viable: el proceso constituyente en el Estado español».

Ya sea porque se considere la cuestión nacional o la independencia como una distracción, o porque se defienda que ésta deba subordinarse a un proceso general a nivel del Estado español, el problema de estas posiciones de la izquierda es que no acaban de distinguir entre nacionalismo opresor y nacionalismo oprimido y, por consiguiente, no tienen en cuenta el potencial rupturista del proceso nacional catalán.

En este sentido, históricamente el marxismo revolucionario ha insistido en la diferencia entre nacionalismos y ha criticado la posición presuntamente internacionalista que niega el hecho nacional. El argumento es que, en la práctica, esta posición sostiene la absorción de las pequeñas naciones por las grandes y, por tanto, la opresión6.

Por falta de espacio no expondremos aquí las razones por las cuales el nacionalismo catalán es un nacionalismo oprimido7. Nos limitaremos a citar al revolucionario marxista Andreu Nin que, ya en los años 30, señalaba el carácter regresivo de la unidad española y la contraponía al contenido democrático del movimiento nacional catalán (y vasco) y a su enorme importancia como factor revolucionario. Remarcaba: «volver la espalda hacia esos movimientos, adoptar una actitud de indiferencia ante los mismos, por mucho que se pretenda cubrir dicha actitud con la capa del internacionalismo, es hacer el juego a las clases privilegiadas de la nación dominante, que quieren convertir a los y las trabajadoras en cómplices de la política de opresión nacional»8.

En efecto, la brecha nacional en el Estado español siempre ha sido muy relevante. El período de mayor lucha social, que incluyó las revoluciones en Asturias (1934) y Catalunya y Aragón (1936-1937), se inició con luchas exitosas por la independencia en Cuba y Filipinas que crearon una crisis política letal para la clase dirigente española. Posteriormente, la revuelta anticolonial en el norte de Marruecos y el propio movimiento catalanista aceleraron esa crisis y alimentaron las luchas laborales. En otras palabras, históricamente las luchas nacionales han servido de inspiración, o al menos han abierto espacios, para la lucha social en el Estado español.

Por ello es vital reconocer la cuestión nacional como una oportunidad de ruptura fundamental que se suma al resto de procesos rupturistas a nivel estatal, como la crisis institucional, la crisis del bipartidismo y el surgimiento de Podemos. El movimiento independentista catalán implica en sí mismo la apertura de un proceso constituyente, enmarcado en un escenario de apertura de procesos constituyentes en plural que configura, en su conjunto, la crisis del régimen del 78. Así, impulsar la apertura de diversos procesos constituyentes no significa que el catalán tenga que estar subordinado a otro proceso estatal más amplio. Apostar por la ruptura constituyente catalana es del todo complementario con el resto de rupturas/procesos constituyentes que pueden llevarse a cabo dentro del Estado. La solidaridad y la coordinación entre los diversos procesos, y no su subordinación o contraposición, pueden llegar a convertir las brechas abiertas en el régimen del 78 en una herida mortal.

En conclusión, la ruptura constituyente catalana puede convertirse en una contribución determinante para acelerar la descomposición del estado-nación actual, construido sobre los valores de la economía de mercado, la monarquía, el imperialismo y la unidad de España. Así pues, dejar en manos de la derecha neoliberal catalana y del independentismo transversal la cuestión nacional significa renunciar a la pugna por la hegemonía de un proceso popular que, pese a tener actualmente una correlación de fuerzas desfavorable para la izquierda alternativa, contiene el potencial de cristalizar en la apertura de un gran espacio político de ruptura social.

Frente al «postindependentismo», ganar el modelo de país

Citando de nuevo a Nin, éste alertaba que «la revolución social no se desarrolla en línea recta [aunque] esa concepción ingenua y falsa sobrevive todavía en la conciencia de muchos militantes del movimiento obrero, lo cual les impulsa a rechazar todas aquellas acciones que no persigan como fin inmediato esa ‘revolución’ milagrosa que en veinticuatro horas ha de realizar la transformación catastrófica y radical de la sociedad». Sus palabras iban precisamente dirigidas a quienes, bajo esta visión de la revolución, «reservan el mayor de los desprecios o la indiferencia más absoluta a problemas tales como el de la emancipación de las nacionalidades oprimidas»9.

No obstante, estas palabras también pueden servirnos para criticar el mecanicismo de cierta izquierda independentista, cuya concepción de la historia en etapas le lleva a ver la liberación nacional como un proceso previo o separado de la lucha social. El reconocimiento del derecho a la separación no implica la propaganda en favor de la misma en todas las circunstancias, ni el considerarla invariablemente como un hecho progresista. En este sentido, es vital tener en cuenta dos realidades que minan el potencial rupturista del proceso nacional catalán. La primera corresponde a la orientación de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y de Ómnium, los actores que han llevado el peso principal de la movilización independentista en los últimos dos años. Aunque estos actores han ayudado a la gran masividad del movimiento y han actuado en varios momentos de ariete de presión del proceso, han hecho un tótem del «tots junts» (todos juntos) y la moderación. Este espacio avaló la mencionada propuesta de Mas poco después de que se hiciera pública. Se trata de una toma de posición grave que muestra la victoria dentro de la ANC del relato del soberanismo transversal y la derecha catalana de «primero la independencia» y la «voluntad del país», dejando a un lado la cuestión social y el modelo de estado futuro.

La segunda realidad hace referencia a los sectores sociales que apoyan el proceso nacional catalán. Hay un sector considerable de la clase trabajadora activamente favorable a este proceso o la independencia, como muestran las masivas movilizaciones soberanistas o la elevada participación en la consulta del 9N. Sin embargo, la participación fue muy desigual y las cifras más bajas han correspondido a las comarcas de la primera corona metropolitana de Barcelona, antiguamente conocida como el cinturón rojo. También fueron bajos los resultados de los barrios populares de Barcelona como Nou Barris o los de otras ciudades como Tarragona, Lleida, Blanes, Igualada o Mataró10. Aunque el escaso seguimiento de las movilizaciones unionistas muestran que no hay una oposición frontal al proceso nacional, los resultados de la consulta del 9N muestran que el apoyo a la independencia está al límite de ser mayoritario debido a la resistencia o la pasividad de una parte significativa de los sectores trabajadores de Catalunya (especialmente donde no hay una fuerte identidad catalana11). Esta desafección proviene de la desconfianza hacia el catalanismo conservador y recortador de CiU y hacia el apoyo de la dirección de la ANC a la actuación de este partido. Muchas personas asimilan el proceso nacional o la independencia al binomio CiU-ANC.

Por tanto, el reto de la izquierda es involucrar a todos estos sectores a la movilización para poder ejercer la autodeterminación e iniciar un proceso constituyente catalán. Esto sólo se podrá hacer si se le disputa el «modelo de país» al bloque «ANC-CiU» o, en otras palabras, si se construye un imaginario donde el paso adelante en términos nacionales comporte un nuevo modelo social favorable a las clases populares.

Para ello no es suficiente lo que se ha denominado «postindependentismo»12, es decir, aplazar las tareas sociales a un escenario post-independencia o defender la independencia porque comportará «automáticamente» mejores servicios sociales (como hace ERC o incluso sectores a su izquierda). Se trata de dotarse de una estrategia de izquierdas y de clase (no sólo nacional) para desbordar a CiU y al soberanismo transversal, planteando la lucha social desde ahora mismo para conseguir mejoras democráticas y sociales dentro de un proceso constituyente catalán. El deber clave de la izquierda catalana es pasar a la ofensiva contra la derecha nacionalista en todo este proceso nacional.

La izquierda y el proceso nacional catalán

El liderazgo mediático del proceso en manos de CiU y la ANC ha comportado problemas para que la izquierda ponga en la agenda un relato y una forma de trabajar distintas. El apoyo de ERC al gobierno de CiU, aceptando los recortes a cambio de un supuesto avance en el proceso soberanista, ha sido uno de los factores clave dificultando la aparición en primer plano de un relato alternativo.

El principal defensor de la independencia como proceso constituyente en términos sociales y nacionales es la CUP. No obstante, su actuación no ha estado exenta de críticas. Por un lado, inicialmente no intervino en la ANC. No sabemos qué habría pasado en caso contrario, pero está claro que ahora la ANC es un espacio cerrado y muy diferente al inicial, con lo cual ya es poco viable influir dentro. En cualquier caso, la CUP, debido a las distintas posiciones internas, ha tomado la iniciativa en poca medida, más allá de la campaña «Independència per canviar-ho tot». Esta campaña, muy interesante en su enfoque político, pecaba no obstante de no tener una orientación que permitiera ir más allá de los sectores anticapitalistas e independentistas ya convencidos. Más recientemente, la CUP-AE lo ha solventado impulsando dos espacios muy interesantes, la «Xarxa Referèndum 9N» y la campaña «Esquerres pel Si Si». Sin embargo, esto sucedía a poco más de tres meses vista de la consulta del 9N, lo cual, especialmente para el primer espacio, ha impedido desarrollar su capacidad de incidencia.

Finalmente, la CUP apoyó el sustituto de consulta del 9N después de la maniobra de retroceso de CiU. Una posición necesaria, ya que ayudó a tensar las contradicciones de Mas respecto al rebautizado «proceso participativo ciudadano» y consiguió generar un apoyo parlamentario mayoritario (haciendo girar el rechazo inicial de ERC y ICV) hacia un 9N rebajado, pero que seguía siendo una jornada de movilización. La no realización de la consulta habría paralizado el proceso nacional catalán y reforzado todavía más el discurso de que se trata de un proceso desde arriba orquestado por Mas. Pese a este hecho importante, el apoyo al 9N se hizo con dificultades para incidir con un discurso propio, social y de crítica al gobierno convergente. Todo ello no ha conseguido romper el relato de la derecha catalanista de «Todos juntos contra España».

El otro actor de la izquierda catalana que ha intentado incidir en el proceso nacional ha sido el Procés Constituent, presionando públicamente y de forma clara por la consulta desobediente y participando en marcos amplios como los ya señalados («Xarxa Referèndum 9N» y «Esquerres pel Si Si»). En lo que respecta a ICV y EUiA, ambas formaciones han actuado de forma acomplejada en el tema nacional y en la reivindicación de un referéndum desobediente, lo cual les ha impedido una mayor actuación frente a CiU.

Por otro lado, no podemos dejar de mencionar el último actor en aparecer. La irrupción de Podem en el escenario político catalán y su espectacular crecimiento está en gran parte conectado a la antedicha reticencia de las clases populares catalanas hacia el proceso soberanista existente, así como a la atracción que está ejerciendo sobre la gente descontenta con la situación social, gente que había comenzado a agruparse en torno a la CUP, especialmente en los momentos inmediatamente anteriores y posteriores a las elecciones catalanas del 2012. Por desgracia, desde entonces la falta de una voluntad política clara de apertura y de una orientación acorde a esta necesaria adaptación ha lastrado la capacidad de canalizar todo este malestar por parte de la CUP.

La irrupción de Podem como virtual tercera fuerza en el arco parlamentario catalán, así como su crecimiento en el que se comienza a conocer como «cinturón morado» de Barcelona (después del impresionante acto de presentación del 21 de noviembre), es un fenómeno que no puede quedar fuera de ningún análisis sobre el proceso nacional. Algunos datos sobre quienes votan Podemos son reveladores: un 40% se abstenían previamente, se consideran «de clase social subjetiva más baja que la media de la sociedad», en gran parte expresan un fenómeno «nuevo» de voto dual (para las elecciones generales votarían Podemos, mientras que en las autonómicas votarían CUP o ERC) y una de cada cinco es independentista, mientras que la mayoría quiere más autogobierno13. El espectacular apoyo a Podemos por parte de sectores populares y de la clase trabajadora en Catalunya puede estar reflejando un sentimiento creciente de que el cambio político a nivel estatal es «más factible» que el proceso de independencia, sobre todo después de la claudicación convergente a desobedecer al Estado, del bloqueo y represión del gobierno de Rajoy y de la timidez seguidista de ERC (que ha permitido de nuevo a CiU mantenerse en el gobierno). Lo que está claro, y más allá de las críticas que se puedan realizar a la dirección de Podemos, es que está sabiendo entender mejor los sentimientos e impulsos de las clases populares de Catalunya que gran parte de la izquierda catalana.

Este último aspecto es importante retenerlo frente a las críticas beligerantes contra Podemos provenientes de ciertos sectores de la izquierda independentista, tildándola de «española» o «lerrouxista». De hecho, cabe señalar que la nueva formación ha tenido en algunos momentos una actitud más ofensiva en favor de la autodeterminación de Catalunya y de la celebración de una consulta que IU u otros sectores de la izquierda estatal, aunque ello ha coexistido con declaraciones muy ambiguas (o incluso contrarias) de otras portavocías. En cualquier caso, parece claro que la evolución del discurso de Podemos en todo el Estado, cada vez más moderado, puede significar un retroceso importante en la defensa de la autodeterminación, lo cual puede ser muy problemático para la situación en Catalunya.

¿Qué hacer? Por un proceso constituyente catalán

El escenario actual reclama la existencia de una izquierda que sea ofensiva tanto en la cuestión nacional como en la social. Por un lado, si la izquierda no es ofensiva en el terreno nacional, va a ceder este espacio y esta reivindicación (que tiene un enorme apoyo social y de movilización) a la derecha. Por el otro, no se puede caer en una alianza acrítica para avanzar en el campo nacional y perder la independencia de clase, es decir, hace falta combatir desde la izquierda por un modelo de país más justo en términos sociales, económicos y democráticos.

Existen dos grandes dificultades para la izquierda. La primera es romper con el relato transversal y la estrategia dominante de la ANC y CiU. La segunda es la dificultad para desbordar a Mas, tanto por su posición privilegiada como gobierno como porque está yendo más lejos de lo que parte de la izquierda pensaba (ya sea por oportunismo o por un sector independentista creciente dentro de la propia Convergència). No se puede desbordar a Mas en términos únicamente de reivindicación nacional o criticándole por no enfrentarse al Estado español, sino que es necesario fundamentar la crítica en el hecho de que está destruyendo socialmente «el país» y porque su modelo de país va en contra de las clases populares.

En este sentido, las contradicciones de Mas, que ha ido sorteando y cogiendo oxígeno como ha podido, no han dejado de agrandarse. Desde las elecciones autonómicas del 2012 CiU ha ido perdiendo apoyos considerablemente. A pesar del refuerzo obtenido con la consulta, las encuestas tras el 9N apuntan a una pérdida de entre 16 y 18 escaños respecto a las elecciones de 201214. Una vez cosechados los réditos del 9N, estas contradicciones se agudizarán aún más si CiU no convoca elecciones anticipadas y con los presupuestos del 2015, que implicarán más recortes.

La izquierda tiene como tarea hacer de cuña y agrandar estas contradicciones, y para ello es importante aportar una centralidad a la lucha social y a la construcción de un proyecto de país desde abajo. Efectivamente, el apoyo público a la movilización social no sólo refuerza y legitima la propia lucha, sino que es la forma más explícita de mostrar el modelo de país que se defiende. En este sentido, puede ser muy útil impulsar el apoyo específico a las luchas sociales existentes desde las campañas favorables a la independencia. Al mismo tiempo, la lucha social puede ayudar a avanzar en la lucha nacional, poniendo a CiU contra las cuerdas y creando un sujeto colectivo (las clases populares) con fuerza para intervenir en un proceso constituyente.

De cara a unas más que posibles elecciones anticipadas, el tema de la independencia es un factor suficientemente central en la arena política como para ser recogido por una candidatura de ruptura, sin por ello obviar que hay que trabajar o buscar alianzas con sectores de la izquierda que no están claramente por la independencia (como EUiA o Podem). Igualmente será vital trazar alianzas con el resto de la lucha social y la izquierda del Estado frente a una problemática común como son la crisis y las políticas de austeridad, participando por ejemplo en las Marchas por la Dignidad. Como ya se ha señalado, la solidaridad y coordinación entre los procesos constituyentes del conjunto del Estado es fundamental frente al régimen del 78.

En otras palabras, la cuestión nacional es indisociable de la cuestión social. Pero si, como avisaba agudamente Connolly, o como desea Mas, subordinamos los intereses de la clase trabajadora y los sectores populares al «ideal común», es decir, a los intereses de la clase dirigente nacional, condenaremos la capacidad del movimiento independentista catalán para forzar un proceso constituyente social en Catalunya y, por consiguiente, en el resto del Estado. Transformar el «procés sobiranista» en un proceso de ruptura en clave social depende de la capacidad de articular un movimiento desde la izquierda y desde abajo con independencia política y que sepa ver el potencial rupturista de la cuestión nacional, sin por ello anteponer la lucha por la independencia a la lucha por los derechos sociales.

Notas:

1 http://bit.ly/1vMkc5K

2 Connolly, J. (1910): «Labour in Irish History», marxist.org. http://bit.ly/1EQWdvV (la traducción es mía).

3 Boix, G. (2013): «¿Nación o clase? Las respuestas del marxismo a la cuestión nacional», La Hiedra, n. 7, septiembre 2013: http://bit.ly/1xaPMPa

4 Davidson, N. (2014): «La novedad histórica de la nación», La Hiedra, n. 8, enero 2014: http://bit.ly/1ycEYkS

5 Rodríguez, E. y López, I. (2014): «Por qué Catalunya no será independiente», Publico.es, 15/10/2014: http://bit.ly/176rAn5

6 Boix, G., 2013.

7 Esta cuestión se ha tratado profundamente en Ibid.

8 Nin, A. (1934): «El marxismo y los movimientos nacionalistas», Leviatán, nº 5, septiembre 1934: http://bit.ly/176rBrb

9 Ibid.

10 La media de participación fue del 41’6%. En el Baix Llobregat fue del 33%, en el Vallés Occidental del 39%. En las localidades del Barcelonès, L’Hospitalet contó con un 25% de participación, Badalona un 31%, Sant Adrià un 24%, Sant Coloma un 22% y Barcelona un 44%. Simón, O. (2014): «9N més enllà dels titulars», enlluita.org, 11/11/2014: http://bit.ly/1rGVx6l. Véanse también los mapas de participación en http://bit.ly/1BaJmkc

11 El 20% de la población catalana actual (1’4 millones) ha nacido en otras regiones del Estado español. Picazo, S. (2014): «Independentistes al barri del Carmel», elcritic.cat, 10/12/2014: http://bit.ly/1Bm2Gch

12 Véase el artículo de Mir, J. (2014): «El mentrestantisme i el postindependentisme per sobreviure al ‘procés'», diario.es, 28/10/2014: http://bit.ly/1zDutma

13 Ara.cat, 22/12/2014: http://bit.ly/1tH7BpB

14 http://bit.ly/1CWJZjp

Albert Garcia (@algoliver) es militante de En lluita / En lucha

Fuente: http://lahiedra.info/las-tareas-de-la-izquierda-para-la-ruptura-en-catalunya-la-cuestion-nacional-como-cuestion-social/

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