Esto es, gana la derecha representada por Mas en coalición con la muletilla ilustrada y burguesa de Esquerra Republicana. Con el izquierdismo de distrito obrero de CUP, los que juegan a la independencia suman 1,9 millones de votos, lo que abre la posibilidad legítima de un referéndum consultivo, reivindicación social y política mayoritaria en Cataluña […]
Esto es, gana la derecha representada por Mas en coalición con la muletilla ilustrada y burguesa de Esquerra Republicana. Con el izquierdismo de distrito obrero de CUP, los que juegan a la independencia suman 1,9 millones de votos, lo que abre la posibilidad legítima de un referéndum consultivo, reivindicación social y política mayoritaria en Cataluña desde hace mucho tiempo.
En cualquier caso, es ampliamente hegemónica la derechona autóctona, la que ha aplicado en el territorio catalán idénticas políticas neoliberales a las del PP: recortes salvajes en educación, sanidad, servicios sociales, leyes favorables al capital… Y todo ello ha estado oculto bajo siete llaves mediante la polarización maniqueísta e interesada secesionismo-unionismo, Catalunya-España o Madrid-Barcelona o independentismo-españolismo o nacionalismo catalán contra nacionalismo español.
El debate capital-trabajo o izquierda-derecha ha estado ausente de la campaña electoral, alentando una dicotomía falsa entre banderas y sentimientos a flor de piel que invitaban más a la acción emotiva que a la reflexión crítica, racional y ponderada.
El bloque nacionalista español ha contado con el aval de un millón de votos entre Ciudadanos y el PP. Lo que no alcanza el partido de Rajoy, lo araña con saña y populismo de eslogan fácil y repetitivo el falangismo pijo y de rostro risueño y amable de Rivera y los suyos.
El tercer espacio sería el del PSC, muy a la baja pero manteniendo el tipo, y el de Podemos con la nueva izquierda catalana de corte y confección made in IU, con un fuerte retroceso real y en expectativas a priori. Esta izquierda moderada llega a los 900.000 votos.
La comparativa clásica entre derecha e izquierda resulta complicada de mensurar, ya que los sufragios de la presunta izquierda solapados en la coalición Junts pel Sí de Mas, Junqueras y otros se hallan dispersos en una hucha común y anónima.
Las principales consecuencias de estos comicios son variadas.
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No habrá declaración unilateral de independencia al no obtenerse más de un 50 por ciento de sufragios a favor de la misma.
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La mayoría absoluta estaría de acuerdo en la convocatoria de un referéndum vinculante donde las posturas serían claras y no cabría interferencias que decantaran o desvirtuaran el voto por motivos ajenos a la pugna política e ideológica tradicionales.
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En esta nueva fase de incertidumbre, las políticas neoliberales continuarán su curso. PP y Mas tensarán la acuerda hasta las inminentes elecciones generales del mes de Diciembre. Después, ya se verá en función de la nueva coyuntura política salida de las urnas. Los grandes mentores del neoliberalismo (UE, FMI y Banco Central Europeo) marcarán directrices en breve y proveerán de arsenal ideológico a sus huestes y testaferros políticos (PP, PSOE y CDC).
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Podemos ha fracasado rotundamente tras el subidón urbano de las elecciones municipales. Las gentes de izquierda empiezan a ver su alternativa como una versión descafeinada similar a la representada por el PSOE. Y siempre es mejor el original a la copia. Serio aviso para Iglesias y sus ínfulas hegemónicas a lo Syriza.
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Ciudadanos ha venido para quedarse. Los poderes fácticos están de enhorabuena por el retorno rápido de sus inversiones bajo cuerda. Rivera, con un discurso ligero plagado indefiniciones calculadas y de tópicos banales pero de digestión inmediata más una puesta en escena juvenil de chicos y chicas de alimentación excelente y bien estudiados a través de másteres caros en universidades elitistas del extranjero, está llenando los huecos de la corrupción que lastran al hermano mayor del PP. El sencillo y simple mensaje publicitario de Ciudadanos cala en las capas populares menos politizadas como un titular sensacionalista de la sección de deportes o un reclamo incisivo de oportunidades irresistibles de cualquier centro comercial. Son mensajes sin conflicto, evasivos, conciliadores, muy del tipo de los estilos del cocinero Karlos Arguiñano y del presidente regionalista cántabro Miguel Ángel Revilla: la vida es linda, la vida hay que vivirla, el mundo es una batalla natural y permanente entre la mayoría buena y los pocos malos que desean fastidiar al prójimo, sin embargo, tranquilo masa indiferenciada no ir a más en vuestra conciencia de clase, la gente buena aunque cabreada vence al final del relato con argumentos iguales a los reality show de éxito.
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El voto trabajador es volátil y tornadizo, escasamente ideológico y nada politizado. Prima la emoción sobre la reflexión: ese es el granero ideal para confrontaciones nacionalistas sin fuste social de contenido meramente sentimental.
Todo terminaría dentro de lo correcto, hasta la hipótesis de una independencia política y jurídica de Cataluña, si se alentara una consulta legal y democrática.
Y después, vuelta a la normalidad: Cataluña, con eñe o en pleno ejercicio de sus atributos aborígenes, sería otro país capitalista más del Sur de Europa, con mayor o menor pedigrí, más o menos cerca de la elite o crema dominante.
La clase trabajadora, con independencia o sin ella, seguiría en las mismas que la española: luchar por un espacio político propio y por la defensa de un sistema público sólido y de calidad. Y, quizá, abriendo horizontes para una república socialista o parecida o, cuando menos, por otro modelo de sociedad no capitalista.
Ahora bien, la expresión de la voluntad de Cataluña es completamente legítima. El referéndum debería ser la próxima estación de paso, lo que liberaría a la izquierda real de caer en la trampa nacionalista de derechas, sea ésta liderada por Convergencia o por el PP/Ciudadanos.
El posible enfrentamiento dialéctico entre Mas/Junqueras y Rajoy/Sánchez/Rivera de aquí a las generales decembrinas difuminará aún más los perfiles de izquierda y derecha en detrimento de las posibilidades menguantes de Iglesias y sus podemitas de diverso signo.
Ni la «unidad popular» de última hora con Garzón y lo que no se haya ido ya de IU podrá salvar los muebles de una situación que se antoja favorable para el PP, Ciudadanos y el PSOE, el nuevo tripartidismo (sin izquierda real anticapitalista) que se avecina por los vientos que corren ahora mismo.
Podemos puede ser el enésimo intento de la nueva izquierda socialdemócrata adaptada a la coyuntura histórica concreta que vende sus principios al sistema que dice querer cambiar por un plato de lentejas o un menú diario de restaurante popular: leves retoques para calmar sus conciencias manchadas por la renuencia ideológica y el politiqueo táctico de luces cortas y estrategias versátiles.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.