Si el esperpento, como dijera Valle Inclán, es en el campo de la literatura la exposición de la realidad a la lógica matemática de un espejo cóncavo (el culo de un vaso de vino, por ejemplo) semejante virtud observa la caricatura en el plano gráfico. En Luces de Bohemia, Max Estrella definía en su delirio […]
Si el esperpento, como dijera Valle Inclán, es en el campo de la literatura la exposición de la realidad a la lógica matemática de un espejo cóncavo (el culo de un vaso de vino, por ejemplo) semejante virtud observa la caricatura en el plano gráfico. En Luces de Bohemia, Max Estrella definía en su delirio la técnica del esperpento al asegurar: «Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos hacen posible el esperpento porque el sentido trágico de la vida sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada». La misma premisa había seguido Goya en su pintura negra, apelando al contraste y a la degradación para mejor reflejar la realidad, y de idéntica manera trabaja la caricatura José Mercader, apoyándose en tres virtudes, no precisamente teologales, que si bien en otros artistas también son relevantes, en el caso que nos ocupa disfrutan la propiedad de aparecer juntas y, además, en su más alta y cálida expresión.
Por un lado la capacidad imprescindible para saber captar esos rasgos básicos que, diestramente manejados, transformen al personaje en estudio en su mejor y más veraz versión. Nadie como Mercader para en dos trazos, simples y precisos, descubrir la cara oculta de su eminencia o de su santidad, develar el verdadero espíritu del presidente, (de cualquier presidente) o desnudar al estoico general hasta que nadie pueda distinguirlo de la montura.
Por otra parte, también dispone Mercader de la agudeza y creatividad necesarias para reconvertir una expresión en un emblema y así lograr que las orejas hablen lo que los ojos mienten, o hacer posible que a un apéndice nasal le salgan dientes, que ensotanados mediadores parezcan hipopótamos, y murciélagos algunos periodistas.
Y, finalmente, una disposición y capacidad para el trabajo que si en lugar de al arte hubiera dedicado al comercio, ya hace muchas caricaturas lo habrían convertido en millonario o en senador de la República.
Súmesele a las tres virtudes descritas, su corrosivo humor presente en cada una de sus pinceladas, su enorme talento como escritor que él mismo, sospecho, no acaba de admitir y, sobre todo, la humanidad de su conciencia y compromiso, y estaremos hablando entonces de uno de los creadores más hermosos y dignos que haya aportado al mundo América Latina.
En el Museo de Historia y Geografía va a estar exponiendo sus caricaturas el artista dominicano radicado en Canadá desde principios de los años 80.
A pesar de la creatividad manifestada, del inmenso trabajo hecho durante tantos años, del genio que mueve su mano y sopla su cabeza, todavía en su patria natal la mezquindad de algunos críticos insiste en desconocerlo, en conferirle una pésima reputación que, como siempre ocurre en estos casos, el artista agradece. Al fin y al cabo, es gracias a esa mala fama que todavía conserva su buen nombre.