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Las vacaciones de la bestia en El Paso

Fuentes: Rebelión

Créalo usted o no, el terrorista y criminal Luis Posada Carriles deambula por las calles de El Paso, con el desenfado de un turista, aparentemente escapando de las largas horas que consumen las sesiones del juicio que se lleva a cabo en su contra, desde el 10 de enero, en el Tribunal Federal de Texas, […]

Créalo usted o no, el terrorista y criminal Luis Posada Carriles deambula por las calles de El Paso, con el desenfado de un turista, aparentemente escapando de las largas horas que consumen las sesiones del juicio que se lleva a cabo en su contra, desde el 10 de enero, en el Tribunal Federal de Texas, acusado de mentir en su solicitud de asilo político y ciudadanía. Esos paseos, en los que se le ve en el rostro la tranquilidad de quien se sabe protegido por la impunidad, los realiza con relativa frecuencia. No tiene, aparentemente, de qué preocuparse, ni tan siquiera los remordimientos de su conciencia, ni el recuerdo de sus víctimas parecen distraerle cuando se detiene ante cualquier vidriera de una tienda, en la que entra y compra algún artículo.

Aburrido en la habitación del hotel, tras leer cualquier revista o periódico, sale a caminar en lenta y cansona marcha, protegido del frío, sin ser reconocido por los transeúntes en la agitada ciudad, preocupados los más por la sobrevivencia y por los embates de la crisis y el desempleo, así como por sus rutinarios problemas. Pocos logran reconocerlo y, los que lo hacen, se apartan de él cruzando los dedos ante el asomo del monstruo y los peligros que parecen emanar de él como sórdida amenaza.

Acostumbrado a andar en las sombras y ocultando a duras penas su eterna y desmedida egolatría, no se resistió a reconocer a un reportero de la agencia EFE, usando la misma voz gangosa que escuché de él hace algunos años, en noviembre de 1994, cuando me adiestraba en el manejo de explosivos para que yo los colocara en el cabaret habanero denominado «Tropicana», cuando le expresó: «Me gusta El Paso». (…) «Es una ciudad muy bonita y aquí me siento muy bien».

Una foto tomada por el periodista de EFE lo presenta con una cínica sonrisa, mostrando una tranquilidad que hace pensar lo que para todos no es una simple sospecha: sabe de antemano que la farsa judicial es solo un show más y no será condenado. Sus propios abogados se lo han prometido ante la complacencia de la jueza Kathleen Cardone y la dudosa actuación de los fiscales acusadores. Por ello se le ve confiado. Todo su pasado criminal permanece oculto en el proceso y al jurado se le dan solo los argumentos que los mezquinos intereses que lo protegen quieran ofrecer. No tiene nada que temer y él está consciente de ello, así lo demuestra en cada sesión del juicio, en que ha llegado a dormir, incluso, o a mirar con fría indiferencia a sus acusadores.

La tambaleante actividad de la fiscalía en el intento de endilgarle 11 cargos por presunto fraude, obstrucción de procesos, perjurio y falsas declaraciones, tomando como base a sus mentiras a funcionarios de Estados Unidos, al ser interrogado en sus reclamos de asilo político y de ciudadanía, parecen no preocupar un ápice a la bestia. Tampoco se siente amenazado porque se le involucre en la oleada de acciones terroristas de los años 90, ocurridas en la Habana y Varadero, pues sabe de antemano que la jueza desestimará juzgarlo por terrorismo y aceptará, si quiere hacerlo, solo su culpabilidad por mentir sobre su vinculación a estos hechos.

Una poderosa conspiración de silencio rodea todo el proceso contra Posada Carriles. La propia jueza está consciente de ello y no se atreve a hurgar en el pasado terrorista del acusado, contenido en miles de documentos en manos de los fiscales, donde abundan las pruebas ofrecidas por Cuba y Guatemala. Cada uno sabe de antemano su papel: los abogados defensores tienen como único leiv motiv el inculpar a Cuba; los fiscales, actuando erráticos y con dudosa profesionalidad, no sacan bajo de la manga toda la verdad que comprometería a su acusado, llegando incluso a cometer errores de procedimiento que benefician al criminal en lugar de perjudicarlo. El jurado, por su parte, solo tiene acceso a lo que se le ofrece como plato sobre la mesa. Su juicio, por tanto, estará limitado a verdades a medias, pruebas insuficientes y a un manojo de dudas «razonables» que afectarán a su veredicto final.

Mientras el mundo espera con incredulidad una condena irrisoria o una anulación del juicio, reclamada insistentemente por la defensa, crecen las críticas ante la impunidad. Los contrarrevolucionarios en Miami y en varias ciudades de Estados Unidos prevén la victoria anticipada. Los familiares de las víctimas del terrorismo ejercido por Posada Carriles, aún reclaman justicia para sus seres queridos.

Nosotros, por nuestra parte, los que conocemos la justicia norteamericana, no esperamos milagros. La farsa se consumará otra vez: la verdad quedará pisoteada y burlada; la legalidad será vulnerada nuevamente y, de hecho, se terminará otra oscura página de la que el pueblo norteamericano tendrá que avergonzarse alguna vez.