Ese terremoto político, que ha sacudido la política madrileña en las elecciones del 4 de mayo, es una réplica de las conmociones sociales que vienen padeciendo los sistemas liberales en todo el mundo, afectados por una duradera depresión económica desde hace ya 13 años.
Las victorias de la derecha y los avances de la extrema derecha se multiplican por doquier; ahora le ha tocado a la población madrileña certificar esa deriva política de las democracias liberales hacia el conservadurismo. Los votantes madrileños le han vuelto la espalda al primer gobierno de coalición de la monarquía reinstaurada en 1976. Un posible diagnóstico puede ser éste: otra victoria del neoliberalismo frente a una oposición progresista que no sabe plantear una alternativa consistente al actual sistema socio-económico. Pero esa conclusión requiere una explicación histórico-política que nos permita trazar una estrategia de futuro.
Madrid es una ciudad de masas anónimas y tranquilas, formadas por un aluvión de inmigrantes sin lazos personales entre sí y con graves problemas provocados por la depresión económica de la economía de mercado. La generación que llegó a la ciudad en los años del franquismo traía un bagaje cultural de su lugar de origen y una memoria histórica que se ha ido difuminando con el paso del tiempo. Sus descendientes han aprendido que con dinero se pueden comprar todas las comodidades, sustituyendo los derechos por las satisfacciones. Así frente a la responsabilidad colectiva y la moralidad tradicional, la ciudad anónima dura y desalmada ha modelado la personalidad de sus habitantes con el individualismo egoísta. De tal modo, tras el fracaso del 15M y los gobiernos municipales progresistas, esas individualidades sin identidad consolidada han encontrado un clavo ardiendo al que agarrarse en el españolismo conservador.
Los problemas económicos forman parte del desamparo que explica esa repentina ceguera; miles de personas han dejado de percibir el abismo al que se asoman para evitar el vértigo que podría hacerle caer en él. El dilema que ha planteado Díaz Ayuso ante la pandemia de COVID es real, aunque lo haya planteado de forma sibilinamente capciosa: salud o economía. Y es seguramente ese acierto el que le ha valido la confianza de los madrileños. No es una casualidad que Más Madrid, el segundo partido más votado, estuviera liderado por una médica: representaba el otro cuerno del dilema. Y entre esas dos alternativas ha ganado la economía.
Cuando un/a liberal nos habla de libertad -como ha hecho la presidenta de la Comunidad de Madrid en la campaña electoral-, se refiere al comercio y la propiedad privada, afirma los valores del dinero y el mercado, nos está hablando de esa economía que le proporciona beneficios al empresario y que da trabajo a la gente. Y hay mucha gente que lo está pasando mal por los problemas económicos, gente que piensa que solo puede solucionar su situación angustiosa si se da un reflote de la economía neoliberal. Pues el truco de la derecha es el pensamiento único: consiste en afirmar que su propuesta es la única posibilidad real para organizar la economía.
La izquierda se ha contentado con negar el dilema que estaban viviendo millones de personas, mientras el gobierno ofrece soluciones mágicas a una economía en profunda decadencia. Es verdad que el planteamiento de Díaz Ayuso es equívoco, pero hay que saber en qué consiste el error: ¿qué economía es opuesta a la salud? –evidentemente no cualquier economía, sino precisamente la economía de mercado-. Ese dilema aparece constantemente de varios modos diferentes en los planteamientos ecologistas que buscan proteger el medio ambiente bajo otros presupuestos radicalmente diferentes a los que guían el pensamiento de la presidenta madrileña y sus votantes. Pero ¡qué difícil es pensar bajo otros presupuestos cuando se vive en la sociedad del consumo de masas!
Ahí tienen ustedes el ejemplo de Cuba, donde la salud y la educación es lo primero, y donde la economía se funda en parámetros diferentes a los establecidos por el mercado. Ahora bien, nadie en este país se plantea vivir como los cubanos, con austeridad y sencillez, aunque probablemente sea la forma de vida más justa y razonable. Cuando el agotamiento de los recursos naturales empiece a notarse con intensidad –según pronóstico probable de investigaciones científicas que han sido recogidas en los planteamientos de la ONU para los objetivos del milenio-, no habrá más solución que vivir de forma austera; pero me pregunto cómo van a reaccionar las masas de consumidores inconscientes modeladas por el capitalismo. Los primeros síntomas de una tragedia histórica comparable a la que sacudió el mundo hace casi un siglo, se están manifestando estos años por el auge de los movimientos conservadores del neoliberalismo.
Tenemos que pensar los medios para que no se repita ese resultado, multiplicado por las Comunidades Autónomas del Estado español. Si el diagnóstico que he presentado es correcto y el resultado electoral madrileño es fruto de la inconsciencia de individuos aislados en una sociedad de masas, manipulada por medios de comunicación falaces, el remedio está claro: construir un tejido social capaz de parar y absorber la avalancha conservadora. Y concretando para Extremadura, ese tejido existe en la multitud de plataformas ciudadanas que han aparecido en los últimos años para combatir los proyectos mineros que están planeados para la Comunidad. El sentimiento de amor a la naturaleza y la defensa del medio ambiente sano tiene mucha fuerza entre nosotros. En el dilema entre economía o salud aquí puede ganar la salud. Si el presidente socialista no quiere perder su puesto al frente de la Junta, cediendo el paso al extremismo, tendrá que escuchar la voz de la ciudadanía que se opone al desarrollo capitalista que ha sido planeado para Extremadura. Y plantear un amplio debate público acerca de un futuro sostenible y justo para esta tierra.