Tomado del editorial de un reciente suplemento de economía de El País, titulado El beneficio de la catástrofe -se agradece que eviten la retórica-: «la enfermedad engorda los beneficios de las farmacéuticas, la muerte siempre es un negocio seguro, los delitos multiplican la avidez por la protección pagada, la obsesión por la apariencia (belleza, obesidad) […]
Tomado del editorial de un reciente suplemento de economía de El País, titulado El beneficio de la catástrofe -se agradece que eviten la retórica-: «la enfermedad engorda los beneficios de las farmacéuticas, la muerte siempre es un negocio seguro, los delitos multiplican la avidez por la protección pagada, la obsesión por la apariencia (belleza, obesidad) se ha convertido en una mina de oro», etcétera.
En alusión a la salud mental se habló también en estos días de cómo la búsqueda de beneficio induce la producción de medicamentos que cronifican enfermedades, pues la adhesión al tratamiento es más rentable que la cura.
Un día este concepto de rentabilidad resultará equivalente a la idea de que sacrificar a niños y beber su sangre mejorará las cosechas. Hoy, sin embargo, parece lógico. «Desde una perspectiva socialdemócrata», continúa el editorial, «lo relevante es poner este mecanismo de generación de beneficios» -en alusión a crear enfermos, matar, hundir ciudades, generar angustia y dolor- «en disposición de beneficiar al conjunto de la sociedad», lo cual es como decir que sacrificar niños y beber su sangre podría además servir para remediar el hambre de un par de familias si se cocina la carne de los niños muertos.
Habrá quien juzgue el ejemplo exagerado. Pero quien haya padecido la herida en gentes amigas o en la propia vida y haya visto cómo la misma organización que la causaba venía presta a poner la venda y cobrarla, y a ocuparse de que no terminara de cicatrizar para seguir cobrando el precio de las vendas, sabrá que no hay exageración posible.
«El 15M», dice César Rendueles, «se quedó a las puertas de los centros de trabajo». Es un problema grave que no se soluciona hablando del paro, el precariado, la renta básica o las formas de vida alternativas, pues todo eso hoy no está al margen de lo que sucede en los centros de trabajo donde se fabrica y destroza nuestra supuesta realidad.
El problema de en qué condiciones se trabaja va unido a qué es lo que se hace cuando se trabaja. Oh, sí, pero esto ya se conoce; un poco más de lírica, por favor.
Levantad, carpinteros, la viga del tejado, haced sonar los cables de la luz como si fueran arpas, que retumben los cielos porque el trabajo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe, porque la democracia obrera yace a las puertas de la ciudad, porque libertad no conocemos sino la libertad de no elegir lo que se hace.
Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/culturas/29376-levantad-la-viga.html