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Ley del valor e independencia nacional

Fuentes: Rebelión

Herria 2000 Eliza ha abierto una reflexión sobre el futuro del trabajo en el contexto de la crisis mundial. Hace falta este estudio para comprender el presente y para saber qué hacemos en el futuro. Ahora la parte de Euskal Herria bajo dominación española está entre las 40 zonas más ricas1 de la UE las […]

Herria 2000 Eliza ha abierto una reflexión sobre el futuro del trabajo en el contexto de la crisis mundial. Hace falta este estudio para comprender el presente y para saber qué hacemos en el futuro. Ahora la parte de Euskal Herria bajo dominación española está entre las 40 zonas más ricas1 de la UE las 286 existentes, pero tiene una tasa de paro del 13,83%, el 36,5% de los parados no reciben ayuda oficial alguna, el gasto de protección social está ocho puntos más bajo que la media europea, el 93% de los contratos nuevos son precarios, la tasa de temporalidad es de 8,6 puntos por encima de la media europea, el pueblo trabajador ha perdido 5,3 puntos de salario en los últimos 14 años, el 35% de los asalariado gana menos de 1100 € al mes y el 71% de las pensiones está por debajo del umbral de pobreza, 1,45% de la población controla el 44,78% de la riqueza, mientras que al 98,55% se reparte el 55,22%.

¿Quiénes son los responsables de esta angustiosa situación? ¿La «economía» a secas o el Estado como «forma política del capital»2? Sin duda, lo segundo. El Estado no es un ente pasivo, es una fuerza activa, y más en lo político, que es la quintaesencia de lo económico3. Por ejemplo, en 1997 el gobiernillo vascongado editó un insípido libro4 en el que se recogían las ideas de la intelectualidad socialdemócrata. A. Touraine, volvió a repetir lo esencial de su idea sobre la sociedad post-industrial5 anunciada en 1969, sin preocuparse porque había sido criticada como «engañosa»6 por autores de la derecha civilizada de la época. A. Gorz también participó en el libro, repitiendo prácticamente lo mismo que en 19917. M. Cetron8, explicó que un robot sustituye a cuatro operarios todo el día, cometiendo un 1% de errores frente al 15% de los trabajadores, y los coches hechos por robots duran 90 meses contra los 42 que duran los hechos por trabajadores. Este investigador yanqui propuso recortar derechos laborales; educación tecnológica y abrirse a la tecnología extranjera; invertir en comercio y turismo, y pocos impuestos y muchas privatizaciones.

Este último autor ofreció una visión fieramente neoliberal con altas dosis de Schumpeter, comparada con otras que sólo denunciaban la «crisis laboral mundial»9 sin proponer nada. O que creaban pesimismo al sostener que nadie tenía respuesta ante la pregunta de «cómo hacer compatible con la era global la justicia social»10; o lo que peor, tras reconocer que se estában perdiendo decenas de miles de puestos industriales debido a la «globalización», el mensaje no era otro que el de combinar la globalización con gobiernos socialmente responsables11. Y lo peor era cuando algún reformista huía de cualquier referencia al poder de clase mientras hablaba de «cambio radical en el mundo del trabajo»12. En los ’90 la socialdemocracia divagaba sobre la economía informatizada y desmaterializada13; sobre la supuesta «nueva economía» que había acabado para siempre con el capitalismo clásico, inaugurando el «postcapitalismo»14, etc.; aunque no faltaron algunos estudios semi-críticos15 sobre el deterioro y la precarización del trabajo. Releídos ahora estos y otros textos comprobamos su nulidad teórica y estratégica para no ya prever lo que se avecinaba sino siquiera para interpretar lo que entonces ya sucedía, y resistir un poco el contraataque burgués en vez de apoyarlo con todas sus fuerzas.

Pero no todo era desierto intelectual. La «crisis del trabajo» es efecto, entre otras causas, de la financiarización y mundialización del capital, y autores marxistas ya demostraron la larga base teórica16 que confirmaba la solidez de método marxista ante la gravedad y complejización crecientes de la explotación asalariada. El mito del «fin del trabajo» fue desmitificado al demostrarse que se ampliaba justo lo opuesto, el «trabajo sin fin»17. Se demostró que la destrucción del trabajo seguro y con derechos, y su sustitución por trabajos precarizados y sin derechos, incluso «invisibles» al estar en la economía sumergida, respondía a la contraofensiva del capital para salir de su crisis de fondo18, a la vez que se llegaba a la raíz del problema: la incapacidad del keynesianismo y del marginalismo neoclásico para conocer el funcionamiento del capitalismo19. Las intermitentes promesas del capital de que, por fin, saldremos de la crisis y entraremos en un eterno mundo feliz de pluriempleo y buenos salarios, han sido refutadas sin piedad20.

Visto lo anterior, podemos decir que está mal planteada la pregunta que nos hace Herria 2000 Eliza sobre si teniendo en cuenta «la nueva realidad en la producción de riqueza. ¿De qué sirve la mano de obra en una sociedad de servicios?». La supuesta «nueva realidad de producción de riqueza» es simplemente la táctica del capital para intentar acelerar al máximo el ciclo entero de producción y realización del beneficio. El sector I, productor de bienes de producción, está sobrecargado de capacidades productivas excedentarias, y para desatascar los crecientes cuellos de botella que frenan la acumulación, la burguesía expande la «sociedad de servicios» comerciales, administrativos, financieros, etc., encargado de que las mercancías lleguen al mercado, se vendan, aumenten la tasa de ganancia y con ésta la tasa de beneficio. La crisis de 1968-73 confirmó la importancia del «sector servicios»21, especializada cada vez más en la financiarización para agilizar la acumulación, pero que no se ha convertido en la rama económica vital sino que sigue bullendo la prioridad genético-estructural de la ley del valor22 y de la producción de mercancías aunque sean inmateriales. Las viejas elucubraciones de que la financiarización y los servicios han logrado que el dinero cree dinero, en vez de la explotación asalariada, han sido desbaratadas por múltiples estudios que confirman la identidad histórica sustantiva, al margen de sus formas externas23, de la financiarización actual con la del capitalismo de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

Parte de la confusión sobre la mentira de que los servicios «crean dinero», cuando sólo ayudan a la circulación del capital y la transformación de la plusvalía en plusvalor y en beneficio, proviene de aceptar la clasificación burguesa del sector primario o agrícola y extractor; del secundario o industrial y transformador, y del terciario o de servicios. Esta clasificación invierte la causa por el efecto, la producción por la circulación, y así la realidad aparece cabeza abajo, ocultando la contradicción antagónica entre el trabajo como capacidad humana y el trabajo explotado, alienado e inhumano, y sobre todo la cuestión del trabajo abstracto24 como plasmación de la dictadura del capital sobre el ser humano. La crítica marxista sostiene que lo decisivo es el sector I, el de la producción de bienes de producción, de máquinas, infraestructuras e instalaciones imprescindibles para la fabricación de mercancías, para poner en acción la fuerza de trabajo, la única que crea valor25. El sector II es el de la producción de bienes de consumo, que no sirven para producir nuevas mercancías sino para gastar las mercancías fabricadas y obtener así el beneficio; y el sector III el de la producción de medios de destrucción, de armas que aseguran la explotación, que a la larga son un despilfarro improductivo pero no de inmediato. Un ejemplo de la irracionalidad capitalista es la tendencia imparable a la militarización destructiva cada vez más costosa para obtener cada vez menos beneficios económicos26.

Que en una economía domine el «sector servicios» indica que depende mucho de otras economías que sí producen valor porque en ellas predomina la producción de bienes de producción, o sector I. Lo vital a medio y largo plazo es la producción de valor, la productividad del trabajo y el ahorro de tiempo y energía. Un trabajo es productivo cuando valoriza el capital invertido para poner en acción la fuerza de trabajo que ha producido ese valor, o sea, cuando al final de todo el proceso económico el capitalista tiene más capital que antes de iniciar la producción. Por ejemplo, el trabajo de un payaso es productivo cuando hace reír en un circo llenando el aforo y produciendo un beneficio al empresario circense, pero su trabajo es socialmente improductivo cuando él actúa individualmente en una calle recogiendo las propinas de los transeúntes27. El payaso puede enriquecerse incluso más actuando por libre, en la calle, que trabajando por un salario en un circo, pero esa riqueza individual es socialmente improductiva, excepto en el caso de que con sus ahorros el payaso monte otro circo, contrate a otros payasos y, al final y tras pagarles sus salarios, obtenga una ganancia que en parte reinvierte en ampliar el circo y en parte de la queda como beneficio privado aumentando su capital inicial.

Desde la totalidad económica, muchos trabajos improductivos son, empero, indirectamente productivos porque son necesarios para la acumulación del capital en su conjunto, debiendo analizarse cada caso en aislado pero dentro del proceso entero de acumulación. La exigencia del análisis concreto aumenta al crecer la importancia de las finanzas, de los servicios, etc., y de la mundialización, debido a las conexiones entre el papel del dinero y la teoría del valor28, y para desmontar la propaganda sobre el «nuevo empresariado», el nuevo «pequeño capitalismo» que nace de los microcréditos, de la «banca de los pobres», etc., cuando se trata del incremento de la salvaje autoexplotación29 incluso familiar para huir de la miseria. En Hego Euskal Herria el sector I tiene un peso muy superior al del capitalismo español en su conjunto, pero no así en Ipar Euskal Herria donde la industrialización es mínima.

Según Marx la economía, sobre todo la burguesa, es economía del tiempo de trabajo, de su productividad: hacer más con menos tiempo, o ley de la «mínima acción» de Maupertius, que en la Naturaleza adquiere la forma de «tendencia hacia una reducción del gasto de energía»30. La productividad del trabajo se materializa en la antropogenia31 y es innegable en el Paleolítico: en el abbevillense se obtenían 10 centímetros de filo útil trabajando un kilogramo de sílex, aumentando en el acheliense a 40 centímetros, en el musteriense a dos metros y en el magdaleniense a entre 6 a 20 metros32. Pero como ley social, la de la productividad del trabajo y ahorro de energía es tendencial, sometida a presiones de todo tipo de entre las que destacan las del poder explotador cuando éste surge en la historia. La clase dominante dirige esta ley tendencial hacia sus intereses patriarcales, de nación y de clase explotadora, de manera que, con el tiempo, crecen las presiones para aumentar la productividad del trabajo en beneficio de la minoría explotadora. En el capitalismo, la productividad pasa a depender de las exigencias de la ley del valor, que actúa siempre bajo las presiones de la tendencia a la acumulación de capital como necesidad histórica33, y que a la vez refuerza esa necesidad tendencial.

Trotsky mostró la extrema importancia de la productividad del trabajo para comprender las profundas relaciones entre el nacionalismo y la economía34. Las sociedades más productivas tienden a superar económicamente a sus competidoras, aunque la supremacía militar, la hegemonía monetaria y financiera, el enclave geoestratégico, las alianzas internacionales, etc., anulan, condicionan o debilitan las ventajas de la superior productividad. El reparto de la plusvalía colectiva en el imperialismo depende de la dialéctica de esta complejidad de factores y de la lucha de clases, sujetas en última instancia a la ley del valor35. La superioridad económica permite dedicar más inversiones en ciencia y en tecnología, y en el sector III, logrando explotar a continentes enteros, como se comprueba en la expansión europea entre 1830 y 191436. Esta fue la dinámica de la acumulación originaria de capital, que ahora, más de tres siglos después, se ha ampliando a todas las realidades materiales e inmateriales con lo que alguien define como «acumulación por desposesión»37. Bajo estas presiones, los pueblos débiles necesitan recursos defensivos, sobre todo su independencia estatal para aplicar políticas socioeconómicas adecuadas a sus intereses, o tendrán que plegarse a las exigencias imperialistas, como lo demuestra historia reciente38.

La ley de la productividad del trabajo ayuda a la libertad de un pueblo según qué Estado tenga, pero la ley del valor objetiva e inevitablemente genera fetichismo39, dependencia y explotación. Un pueblo sujeto a la ley del valor tiene una independencia formal y aparente, ilusoria, porque sus fuerzas productivas son propiedad de la burguesía sujeta a las leyes del capital, burguesía que tarde o temprano aceptará la «protección» imperialista para defenderse de su propio pueblo. Una nación oprimida no puede tener un Estado obrero que potencie la productividad del trabajo a la vez que avanza hacia la extinción histórica de la ley del valor. Por esto, su primera conquista ha de ser la independencia básica para tomar las elementales medidas sociales y democráticas, y luego, sobre ellas, acelerar el avance al socialismo. Euskal Herria malvive en esta opresión y su futuro depende, entre otras cosas, de la capacidad de su pueblo trabajador para incidir en las contradicciones del capitalismo guiando sus dinámicas tendenciales hacia la independencia y el socialismo.

Notas

1 J. Bustillo: «Hego Euskal Herria, entre las 40 zonas de la ue más ricas pero con más paro». www.gara.net 2011-II-27

2 A. C. Dinerstein: «Recobrando la materialidad: el desempleo y la subjetividad invisible del trabajo». En «El trabajo en debate». AA.VV. Edit. Herramienta. Buenos Aires. 2009. Págs.: 243-268.

3 Para una crítica suave del papel decisivo del Estado en el capitalismo actual: S. Strange: «Dinero loco». Paidós. Barcelona 1999; y N. KLein: «La doctrina del shock». Paidós. Barcelona 2007.

4 AA.VV. : «Empleo y tiempo de trabajo: el reto de fin de siglo». Gasteiz 1997. Interesa releer la tesis de J. Rifkin sobre el fin del trabajo y el papel de las ONGs como una de las alternativas (39-50), y de M. Godet sobre la «flexibilidad con rostro humano» (61-70), y compararlas con el presente.

5 Alain Touraine: «La sociedad post-industrial». Ariel. Barcelona 1971.

6 Bennett Harrison: «La empresa que viene». Paidós. Barcelona 1997. Pág.: 245.

7 A. Gorz: «Metamorfosis del trabajo». Edit, Sistema. Madrid 1995. Las conexiones entre Gorz y Touraine aparecen claramente expuestas en la obra del primero «Adiós al proletariado» (El Viejo Topo. Barcelona 1981, Págs.: 82-93).

8 Marvin Cetron: «Tendencias que conforman el mundo», en: «Empleo y tiempo de trabajo: el reto de fin de siglo». Ops. Cit. Págs.: 51-59.

9 R. J. Barnet y J. Cavanagh: «Sueños globales». Edic. FV. Barcelona 1995. Págs.: 279 y ss.

10 U. Beck: «¿Qué es la globalización?». Paidós. Barcelona 1998. Pág.: 211.

11 J. A. Frieden: «Capitalismo global». Crítica. Barcelona 2006. Págs.: 620-623.

12 G. Aznar: «Trabajar menos para trabajar todos». HOAC. Madrid 1994. Págs.: 319 y ss.

13 M. Castells: «La era de la información». Alianza Editorial. Madrid 1997. Tomo I, Págs.: 229-358.

14 J. Estefanía: «La nueva economía. La globalización». Temas Debate. Madrid 1996. Págs.: 79-98.

15 J. Torres López: «Desigualdad y crisis económica». Edit. Sistema. Madrid 1995. Págs.: 55-68.

16 Para la financiarización léase: D. Harvey: «Los límites del capitalismo y la teoría marxista», FCE. México 1990, Págs.: 244-332. Y para la mundialización, J. M. Vidal Villa: «Mundialización». Icaria. Barcelona 1996. Págs.: 9 y ss.

17 E. de la Garza Toledo: «¿Fin del trabajo o trabajo sin fin?». En «El trabajo del futuro». Edit. Complutense. Madrid 1999, Págs.: 13-39.

18 X. Arrizabalo (edit.): «Crisis y ajuste en la economía mundial». Edit. Síntesis. Madrid 1997. Págs.: 75-136.

19 A, Shaikh: «Inflación y desempleo: una alternativa a la teoría económica neoliberal», en «Macroeconomía y crisis mundial». D. Guerrero (edit). Trotta. Madrid 2000. Págs.: 29-45.

20 R. Brenner: «La economía de la turbulencia global». Akal. Madrid 2009. Págs.: 449-550.

21 E. Mandel: «El capitalismo tardío». ERA. México 1972. Págs.: 369-397.

22 M. Husson: «Finanzas, hipercompetencia y reproducción del capital». En «Las finanzas capitalistas». AA.VV. Edic. Herramienta. Buenos Aires, 2009. Págs.: 256 y ss.

23 C. Lapavitsas: «El capitalismo financiarizado. Expansión y crisis». Edic. Maia. Madrid 2009. Págs.: 69 y ss.

24 P. Míguez: «Trabajo y valor: trascender la dictadura del trabajo abstracto». Rev. Herramienta. Buenos Aires. Nº 44. Junio 2010. Págs.: 77-87.

25 A. Shaikh: «Valor, acumulación y crisis». Edic. RyR. Buenos Aires 2006. Págs.: 83-101.

26 J. Beinstein: «Crónica de la decadencia». Cartago Edic. Argentina 2009. Págs.: 31-33.

27 L. Gill: «Fundamentos y límites del capitalismo». Edit. Trotta. Madrid 2002. Págs.: 392-405.

28 C. Katz: «La economía marxista. Seis debates teóricos hoy». Edit. Maia. Madrid 2010. Págs.: 151-184.

29 J . Kornblihtt: «Profetas de la autoexplotación». En «Contra la cultura del trabajo». Edic. RyR. Buenos Aires. 2007. Págs.: 187-201.

30 A. Sacristan: «El progreso». AA.VV. Edic. Metatemas. Barcelona 1998. Pág.: 260.

31 M. F. Niésturj: «El origen del hombre». Edit. Mir, Moscú. !979. Págs.: Págs.: 246-260.

32 A. Leroi-Gourhan: «Los cazadores de la prehistoria». Orbis Nº 54. Barcelona 1986. Pág.: 112.

33 P. Salama: «Sobre el valor». ERA. México 1978. Pág.: 216.

34 Trotsky: «El nacionalismo y la economía». En «Escritos». Edit. Pluma. Bogotá 1976. Tomo V 1933-34, volumen I. Págs.: 238-249.

35 S. Amin: «La ley del valor y el materialismo histórico». FCE. México 1981. Pág.: 107 y ss.

36 D. R. Headrick: «El Poder y el Imperio». Crítica. Barcelona. 2011,. Págs.: 213-278.

37 D. Harvey et alii: «El nuevo desafío imperial». Clacso. Buenos Aires 2005. Págs.: 99-130.

38 S. Amin: «El capitalismo en era de la globalización». Paidós. Barcelona 1998. Págs.: 121-123.

39 I. I. Rubin: «Ensayos sobre la teoría marxista del valor». Edit. PyP. Nº 53 . Argentina 1974. Págs.: 51-109.