Entiendo la preocupación de parte del Ejército sobre el devenir del Estatut de Catalunya y su encaje constitucional, así como su temor a una quiebra de la unidad de la Patria, especial- mente cuando esa propia Constitución adjudica a las Fuerzas Armadas la misión de mantenerla indisoluble. Sin embargo no creo que se haya llegado […]
Entiendo la preocupación de parte del Ejército sobre el devenir del Estatut de Catalunya y su encaje constitucional, así como su temor a una quiebra de la unidad de la Patria, especial- mente cuando esa propia Constitución adjudica a las Fuerzas Armadas la misión de mantenerla indisoluble. Sin embargo no creo que se haya llegado todavía a ese punto, pero sin embargo sí estaría más que justificada la definitiva liberación de Gibraltar, espe- cialmente cuando todas las vías políticas han sido infructuosas y están más que agotadas. Recordemos que el artículo 8.1 de la Constitución adjudica también a las fuerzas armadas la defensa de la integridad territorial de la patria y que la ocupación de Gibraltar, de una parte del territorio nacional, es una situación intolerable que no deberían consentir ni un minuto más. Por tanto esos valerosos militares podrían dirigir su esfuerzos y preocupaciones hacia ese territorio patrio por liberar y mucho más cercano de Sevilla, donde el teniente general Mena expresó sus preocupaciones, que lo que está la díscola Cataluña. Sería además mucho más gratificante y más cercano al honor militar el enfrentarse con un ejército como el inglés como ya lo hicieron los valientes militares argentinos al liberar las islas Malvinas. Entre todos, esa parte del Ejército en activo, los 50 jubilados, los medios de comunicación y tertulianos de la derecha radical y los políticos del PP que con la boca pequeña, porque con la grande no se atreven, también están en ello, la tarea de la liberación de Gibraltar no sólo constituiría el cumplimiento de un mandato constitucional descuidado desde hace demasiado tiempo, sino una gran gesta que devolvería el honor arrebatado, además de ser sin duda un paseo triunfal. Quedaría por ver si a los ciudadanos vascos nos interesaría participar en esa gesta, o más crudamente si a los ciudadanos vascos nos interesa forma parte de ese Estado. Hace un tiempo, cuando estaba en tramitación el proyecto de reforma de Estatuto vasco, el denominado Plan Ibarretxe, un catedrático afincado en Madrid y miembro del foro de Ermua, que por cierto ahora va organizando manifestaciones por la unidad de España, hizo un delirante estudio sobre lo que nos costaría a los vascos en términos económicos la aplicación del citado plan. Es lo que denominaba el coste de la no-España y nos amenazaba con todo tipo de males y desastres. Del mismo modo y en justa reciprocidad, convendría también hacer un estudio del coste de la sí-España, que nos convenciese a los ciudadanos vascos de las bondades de seguir perteneciendo a este Estado en lugar de optar pura y simplemente por la independencia. Pondríamos en el balance el contar con un ejército que nos tutela y que si nos desviamos del buen camino está presto a reconducirnos; con una administración de justicia que ocupa sistemáticamente el último lugar en las encuestas de valoración ciudadana; con una Audiencia Nacional con brillantes jueces como Garzón o Grande Marlaska (sic); con el sumario 18/98; con la ley de partidos y el pacto antiterrorista; con un congreso de los diputados que devuelve con un portazo un proyecto de reforma de estatuto que cuenta con la mayoría del Parlamento Vasco; con unos tertulianos reaccionarios y jacobinos que no dejan de ofender y crear un ambiente cada vez más hostil… Frente a ello, nuestra decidida e innegable voluntad de autogobierno que junto con el indudable éxito en la gestión de las parcelas de poder que ostenta el Gobierno vasco probaría que somos una sociedad mayor de edad y madura que no necesita de tutelas externas, tal como ocurre en todos los países de Europa. – (*) Profesores de la UPV