Sonia termina de chuparse el cartílago de pollo a una hora no acostumbrada, como si estuviera en su apartamento de New York, de ventanas que dejan ver intimidades vecinas. Sonia está en un lugar en el que le parece haber vivido siempre, aunque no es la ciudad del Empire State ni almuerza a deshora cartílago […]
Sonia termina de chuparse el cartílago de pollo a una hora no acostumbrada, como si estuviera en su apartamento de New York, de ventanas que dejan ver intimidades vecinas. Sonia está en un lugar en el que le parece haber vivido siempre, aunque no es la ciudad del Empire State ni almuerza a deshora cartílago de pollo ni tiene una vecina gordita, como el personaje de su cuento. Sonia, eso sí, está leyendo una historia de inmigrantes que se parecen a ella misma, en una casa ―la Casa de las Américas―, en Cuba ―su país natal―, ante decenas de sus «vecinos» en la literatura.
Sonia Rivero Valdés, escritora cubana que vive en EE.UU., acaba de leer el relato en un panel convocado por el Premio Casa 2011 dedicado al trabajo de los escritores en el país donde vive. Aunque durante su conferencia se refirió a la división entre las diferentes nacionalidades de la comunidad latina, a la difícil inserción en el mercado literario y al reto para la lengua que presupone vivir en el extranjero, la jurado en la categoría de Cuento de esta edición del Premio, ha insistido en compartir su escrito de ficción porque » los personajes de casi todas mis historias son inmigrantes o la forma en que enfrentan sus problemas está determinada en gran medida por circunstancias migratorias».
La crítica literaria y de cine y profesora del Departamento de Lenguas Extranjeras de York College (CUNY), considera que la emigración no puede ser solamente materia de tensiones si quiere entenderse como fuente que genera cultura: «a veces uno comienza a escribir en honor a la memoria, pero lo que está haciendo, involuntariamente, también reverencia el idioma. El hecho de haberme ido a vivir a New York, el proceso de desprendimiento y recolocación, hizo que escribiera con más fuerza».
No obstante, la ganadora del Premio Extraordinario de Literatura Hispana en los EEE.UU. de Casa de las Américas (1997), aprecia que «el vínculo de los latinos con su nacionalidad es a veces demasiado ilusorio para su realidad, porque, como Lourdes Casals, se sienten demasiado neoyorkinos para ser habaneros o dominicanos, o demasiado habaneros y dominicanos para ser neoyorkinos». Para una de las creadoras de la Editorial Campana ―institución que publica literatura de y sobre América Latina y el Caribe en EE.UU.―, «afianzarse espiritualmente en el país propio es bueno, pero hay que trascender. La literatura, por ejemplo, tiene que apropiarse de la riqueza que aportan al lenguaje los neuyorricans y el resto de los grupos».
Por lo necesario de esta reflexión sobre la literatura, Sonia, la escritora exitosa de Las historias prohibidas de Marta Veneranda e Historias de mujeres grandes y chiquitas, accede a responder nuestras preguntas, tras las que se va, junto con una amiga, a buscar materia para un nuevo cuento que tal vez lea en otra casa, ya en New York, a otros vecinos y colegas.
¿Para quiénes escriben los latinos que viven en EE.UU.?
Te puedo decir para quién escribo, no sé para quiénes escriben los demás. No lo pienso mucho, porque lo hago pensando en que voy a poner ante los ojos de los otros cosas que me satisface decir, y luego me ocupo de lanzarlas. Pienso mucho en las mujeres, sobre todo en ellas ―aunque con los hombres he tenido muy buena suerte―; también, en el público latino, especialmente en los lectores cubanos. Por lo general, mis libros se leen mucho en eventos y en universidades donde existe todo tipo de persona, pero en estos mi literatura tiene la posibilidad de estar en contacto con los estudiantes. En EE.UU. se hacen muchísimas ferias, unas con más concurrencia que otras, pero es muy diferente cuando uno está allá a cuando tenemos la oportunidad de venir aquí.
Tal vez, lo más importante de cuando me ubico en quiénes van a recibir lo que escribo, es la premisa de que no debo poner una sola letra desde una postura machista. Llegar a la conciencia de que debemos desterrar el machismo ―tan predominante aún en nuestra cultura―, es un camino más hacia la emancipación de los latinos.
La comunidad latina en EE.UU. no es estática, un gran porcentaje de ella forma parte de un proceso de circulación constante en el que también los escritores van de ese país a sus tierras de origen, publican libros allí y en otras regiones del continente…
Exacto. Ese, como el de muchos otros, es mi caso. Las historias prohibidas de Marta Veneranda fue publicado el año pasado en Argentina. En Cuba, el mismo libro ha sido tan popular que no aparece ya en las librerías y hasta dicen que se extravió de la Biblioteca Nacional. Se trata de poner nuestros textos en el mayor número de lugares posibles.
Le he propuesto hablar del tema porque la representación de «lo latino» que le llega a esa comunidad de Sur a Norte del continente es la nunca bien ponderada ―por ficticia y desleal― imagen de los grandes medios de comunicación, sobre todo de la televisión.
Aun cuando parezca que es tan abundante la representación de «lo latino» y cuando aparecen sus culturas en las pantallas, generalmente se les asocian con la violencia y otros males.
Ahí la literatura de los emigrados juega un papel importantísimo. Y es fundamental no solo nuestra capacidad de ser cada vez más universales, sino de ubicarnos en que vivimos en un lugar donde el idioma es un rasgo de identidad de una cultura en la cual nosotros pretendemos insertarnos. Junot Díaz escribe en inglés, y por eso tiene un gran público. Los que lo hacemos en español, no tendremos ni por asomo la misma cantidad de lectores; pero no podemos renunciar a las traducciones como modo de hacernos más visibles.
Siempre, eso sí, tenemos que proponernos dar una imagen digna de los latinos, sin renunciar a ser honestos. A veces mis cuentos funcionan muy bien, pero otras he sido cuestionada por representar a los latinos como lo hago. He escuchado muchas veces «las latinas no son así», cuando me he referido a su sexualidad, porque pervive todavía un sinnúmero de estereotipos que nos hacen un daño tremendo.
En su conferencia del Premio Casa, Claudio Ferrufiño mencionaba la batalla de los escritores latinos en EE.UU. por salir de otros encasillamientos, como el del realismo mágico.
Eso puede ocurrir, pero no sucede lo mismo en Denver que en New York. Donde vivo, no conozco escritores que se adscriban al realismo mágico. Hay quienes abordan temas urbanos y quienes se dedican a temas rurales. En New York, las editoriales lo que quieren es que tratemos el tema latino desde una perspectiva que luego ellos puedan acomodar: cómo se va produciendo la transculturación individual, la adaptación al sistema, el camino hacia el progreso pasando por sus dificultades, el abordaje del sexo sin que sea muy fuerte.
Sin embargo, hay algo que sí se menciona constantemente como terreno de «lucha»: la búsqueda de un «espacio». Para usted, ¿de qué espacio se trata?
Un espacio en la economía, un espacio de representación en las universidades (con más profesores latinoamericanos y caribeños), un espacio de igualdad, de acuerdo con el crecimiento en número en ese país.
El investigador Román de la Campa, al advertir, entre otras cuestiones, que la radio con más audiencia en New York se transmite en español, afirma que lo latino en EE.UU. «se está latinizando».
Somos muy fértiles y tenemos muchos hijos. Somos tantos, que el mercado no puede pasar por alto el que compremos; y los políticos, que votemos y consumamos sus medios de comunicación. En California las tiendas han abierto departamentos orientados al «gusto latino». Los latinos y los negros, al menos en New York, somos los mayores compradores de televisión por cable, y se ven montones de canales en español y de música latina, así como decenas de películas dobladas a nuestro idioma.
Usted dice que cada vez que vuelve a La Habana no se da cuenta de que está en otro lugar, y relató hace poco cómo sus alumnos de diferentes nacionalidades sienten que pertenecen a su país, aunque nunca han estado en él.
¿Cómo es posible? Se explica tan sencillo como algo escrito por otra cubana que vive fuera de la Isla: «yo me hice cubana en la cocina de mi mamá en New York». Uno no «se hace» cubano, puertorriqueño o colombiano por azar, a uno «lo hacen», es una construcción.
En algunos casos, como el de los boricuas, sucede que se va creando un resentimiento contra los EE.UU. por la relación histórica con su país. Y porque a los latinos no se les ha permitido la ubicación total en EE.UU., se les ha vetado el sentirse «americanos»; por ello se produce una re-afiliación con el lugar de donde provienen.
Pero con los cubanos emigrados a veces el resentimiento se da en sentido inverso. ¿Cómo se salvan los que todavía aman a Cuba?, ¿cómo se ha salvado usted?
Dicen que no, pero tiene que ver en gran medida con haber podido comparar y haber conocido la pobreza antes del 59. Cuando me fui de Cuba dejé una casa; nadie me la quitó, pero cuando volví, estaba habitada por una familia de muchos hijos… y me alegré, y me di cuenta de que no había cabida al rencor.
Se me hace muy difícil explicarlo. Creo que lo he escrito. Me parece muy lógico que haya quien guarde rencores, pero encuentro mucho más lógica mi posición; es más difícil que nos expliquemos por qué hay quienes aún piensan así, sin ver lo que ocurre en otros lugares o en los propios EE.UU.
Tal vez, porque no han vivido como yo la experiencia de que una niñita en Perú les pregunte para qué sirve un libro, porque no sabía lo que era, nunca había visto uno. En medio de lo complejo que ha sido este proceso de cinco décadas, en el que he tenido también momentos muy difíciles, no se dan historias como esta.