Con perdón de los dadaístas, el primero en hacer que el arte se asimilara a las excreciones humanas fue Marcel Duchamp, cuando quiso colocar un urinario en una exposición de 1917 y la tituló Fountain. La pieza fue tan hiriente para algunos que fue desestimada y el original se ha perdido, aunque hay réplicas posteriores […]
Con perdón de los dadaístas, el primero en hacer que el arte se asimilara a las excreciones humanas fue Marcel Duchamp, cuando quiso colocar un urinario en una exposición de 1917 y la tituló Fountain. La pieza fue tan hiriente para algunos que fue desestimada y el original se ha perdido, aunque hay réplicas posteriores en diversos museos del mundo. A partir de entonces ya no quedó claro dónde acababan los desechos y dónde empezaba el arte.
En el momento en el que algo nos irrita o no lo comprendemos, muchas veces recurrimos a compararlo con desechos y residuos orgánicos. La última acción de Abel Azcona, por ejemplo, ha generado una avalancha de comentarios que la equiparaban a una tremenda sandez, hasta el punto de que en la primera entrevista tras su proyecto Dark Room, publicada por Diario de Noticias, el mismo autor ha acabado por afirmar: «¿Es arte? Llámalo mierda. Si es mierda, hago mierda».
Azcona pretendía estar sesenta días encerrado en una habitación de seis metros cuadrados, aislado y privado de luz y de compañía. Como se sabe, solo pudo resistir 42 días. El diario artístico que recogía la información de su evolución ya reflejaba que en las últimas jornadas presentaba gran suciedad y falta de higiene, rodeado de restos, además de una ausencia de control de la situación y del entorno, hasta perder finalmente la consciencia.
Una de las justificaciones de la performance de Azcona era experimentar con su identidad. Siendo una de las obras más maduras de su trayectoria, él nos ha mostrado que no somos individuos aislados, ni una subjetividad descarnada, en contra de esa ideología tan extendida en nuestro tiempo que propugna que somos sujetos liberales e independientes, un puro Homo Economicus que no necesita nada del exterior, ni de otros. Sin embargo, como escribiera Alasdair MacIntyre, somos animales racionales y dependientes, con organismos frágiles e interconectados por la cultura y el cuidado.
A caballo entre el experimento psicológico, la analítica existencial y la excreción vital, Azcona quería recordarnos la caverna de Platón, según se sugiere en su página web. Los esclavos del relato griego son los ciudadanos que viven en la oscuridad, manipulados, sin poder apreciar la luz de otras realidades, encadenados a su trabajo diario, ignorantes de su destino, sometidos a las imágenes que les ofrecen los que controlan las visiones de su cueva. En aquella cárcel subterránea vivían, comían y defecaban, sin escapatoria alguna.
Cuando Azcona se encierra en su habitación y nos deja desconcertados, empezamos a dudar sobre dónde está el exterior y dónde el interior, quién se mueve en la oscuridad y quién está a la luz de los acontecimientos. Por supuesto, su obra presenta luces y sombras, como toda acción artística. Siempre nos queda la duda de saber si una galería de arte no es otra habitación oscura o una cueva más, pero no se le puede negar el valor de poner en escena su vida y las nuestras.
Unos pocos días antes de que Azcona saliera de su encierro, me acerqué a la Catedral de Pamplona, en cuyo exterior pude contemplar las dos inmensas cabezas de la nieta de Antonio López instaladas desde hace unos meses. La gente pasaba alrededor, los turistas se apoyaban en ellas y se hacían fotografías sonrientes. ¿Qué mecanismo posibilita que nadie se escandalice por ese arte benevolente de recordatorio familiar, mientras que una performance del navarro sea tildada de mierda? Al fin y al cabo, las dos obras son políticas, son acciones sobre nuestras conciencias y sobre nuestros espacios sociales. Cabe preguntarse por la cultura hegemónica que hace que las figuras infantiles de Antonio López sean amables y no nos hagan pensar en los robos de recién nacidos y las adopciones fraudulentas realizadas al amparo de la Iglesia Católica durante décadas, mientras que la acción de Abel Azcona nos lleve a reflexionar sobre el abandono del hijo de una mujer drogadicta y prostituta.
Entretanto, antes de que se haga muy oscuro, llámalo mierda, si quieres.
* Publicado en: http://www.noticiasdenavarra.com/2013/08/23/ocio-y-cultura/llamalo-mierda-si-quieres
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