El XX Festival de Escultura Camille Claudel efectuado hace pocos días en La Bresse (Francia) con la participación de cerca de 120 artistas de diversas nacionalidades (Africanas y de Ucrania, Japón, Argentina, Italia, etc.), no solamente celebraba el 20 aniversario de su creación, sino que hacía por impulsar una especie de relanzamiento en Europa de […]
El XX Festival de Escultura Camille Claudel efectuado hace pocos días en La Bresse (Francia) con la participación de cerca de 120 artistas de diversas nacionalidades (Africanas y de Ucrania, Japón, Argentina, Italia, etc.), no solamente celebraba el 20 aniversario de su creación, sino que hacía por impulsar una especie de relanzamiento en Europa de la obra de la famosa escultora. Y ya no tanto para hablar de su obra como de su vida, también por estos días en la Argentina, el Atelier de la Sala El Grito, ubicado en el Barrio de Palermo, le sirve a la directora Herminia Jensezian para el montaje que actualmente ofrece al público denominado «Sobre piedras», obra teatral ésta en donde la actriz Florencia Berthold se aproxima, con la fuerza emocional, apasionada y turbulenta que la dinámica de la relación Rodin-Claudel se lo exige, a lo que fue el mundo íntimo de un gran amor conflictivo.
Esta feliz coincidencia nos sirve de excusa para evocar de nuevo a quien fuera para el maestro Rodin no sólo su alumna y su musa y su amante, sino también el «detonante» en un entorno que a ambos influyó con desmesura en medio de conflictos personales y artísticos que aún hoy son motivo de indagación y que persisten queriendo distanciar a quienes la historia ya fundió definitivamente en una sólida y genial escultura, pese a que en medio de todo hubo situaciones graves y vergonzosas como cuando, como se ha dicho, algunas piezas elaboradas por las manos de Camille llevaban -¡quién lo creyera!- una desconcertante firma de Rodin.
Pero lo que queremos ahora es simplemente traer de nuevo el recuerdo dramático de lo que fue y significó esta maravillosa artista durante sus 79 años de existencia.
Hermana del gran poeta y dramaturgo francés Paul Claudel, Camille nace el 8 de diciembre de 1864 en Fère-en-Tardenois, Aisne, y muere en Montdevergues, el 19 de octubre de 1943. Conoce a Rodin, 24 años mayor que ella, en 1883, y mientras realiza en su taller en condición de alumna suyas tareas escultóricas propias, le sirve de modelo y le ayuda en la elaboración de sus obras, como cuando se entrega por completo a la ejecución de las figuras de aquella memorable y enorme escultura «Las puertas del infierno». No obstante, los trabajos de Camille, contrariamente a lo que se ha dicho, guardan su toque personal, su temperamento y en todo caso aquellos rasgos femeninos que no pueden confundirse con copias de la obra del maestro como perversamente se sugirió en su época.
La notable belleza, juventud y talento de Camille despiertan en Rodin una intensa pasión a la que ella corresponde de inmediato dada la enorme admiración que él le provoca. Se hace su amante, y el par de amantes, como en tantos otros casos en que un mismo oficio de la pareja es capaz de lograr anteponer a los celos amorosos, los celos profesionales -aunque en ciertas ocasiones combinados con aquellos como a ellos les sucedió-, da inicio a un duro combate interpersonal que embiste contra el prestigio, la rudeza y la infidelidad del genio y comienza a demoler el sistema nervioso de la brillante Camille. Y mientras Octave Mirbeau la califica de genio y ella le aporta a Rodin toda su energía creadora en medio de una colaboración ventajosa para ambos, sus afectos mutuos deteriorados entran en crisis anunciando una inevitable ruptura luego de 10 años de creación, de amor y de conflictos. No importaba que él dijera: «Le he enseñado dónde encontrar oro, pero el oro que encuentre le pertenece a ella», puesto que Camille se sentía humillada y desplazada por el déspota, se sentía, insisto, como un tipo de amante clandestina de quien se hace uso para provecho del otro. Y más aún, alguien que le negaba sus méritos artísticos y su valía individual, y que le demostraba celos por su trabajo no reconociéndolos.
En 1905, año de su última gran exposición, ya liberada de él y aislada, sufriendo una evidente paranoia anuncio de su locura final diagnosticada como «manía persecutoria y delirios de grandeza», con un martillo iba destruyendo cada una de las obras que terminaba advirtiendo que no permitiría que el maestro, a quien ahora odiaba, se las apropiara.
Claude Debussy tan pronto como entró, salió de su vida. Su familia toda le da la espalda mientras su paroxismo emocional le abre el camino infernal hacia la locura. Pocos días después de la muerte de su padre, el 10 de marzo de 1913 es sacada de su apartamento del 19 quai Bourbon de la Isla de San Luis en París, en donde vivía aullando y rodeada de gatos, al decir de sus vecinos, paseando de un lado otro su maltratada figura.
Aquella tarde, unos enfermeros derribaron la puerta de su apartamento y por instrucciones de su familia le colocaron una camisa de fuerza. La llevaron interna al sanatorio de Ville-Evrard y en julio del mismo año la recluyeron definitivamente en el manicomio de Montdevergues en donde murió 30 años después, el 19 de octubre de 1943 cuando ya había recuperado la cordura.
Drama y genio. Tal fue la vida y tal la obra de esa mujer fascinante que debió sufrir por siempre el monumental agobio de llamarse Camille Claudel.
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