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Lo efímero y lo transitorio, lo frágil y lo fuerte en el movimiento del 15M

Fuentes: Rebelión

Este movimiento ha trastocado todas nuestras ideas, nuestra experiencia personal como individuos inmersos en procesos históricos, sociales, individuales, de mayor o menor alcance. La primera constatación es que nos hemos visto de pronto inmersos, arrastrados por una corriente nueva, vivificadora, en la que -a diferencia de otras experiencias- fuimos espectadores. Pero espectadores activos, partícipes de […]

Este movimiento ha trastocado todas nuestras ideas, nuestra experiencia personal como individuos inmersos en procesos históricos, sociales, individuales, de mayor o menor alcance.

La primera constatación es que nos hemos visto de pronto inmersos, arrastrados por una corriente nueva, vivificadora, en la que -a diferencia de otras experiencias- fuimos espectadores. Pero espectadores activos, partícipes de algo nuevo y sorprendente. La sociedad en la que vivíamos, inerte, abierta a todos los compromisos o simplemente resignada, se desperezaba y nos llevaba a remolque de una juventud descrita la víspera del 15 M como conformista y apática. Sin el menor sentimiento de rebeldía contra los responsables de su marginación y su falta de protagonismo.

El 15 M la manifestación era un hervidero de gritos, de risas, de proclamas contra los responsables de una desnaturalización de la sociedad en su conjunto y de la juventud en particular; de su vocación rompedora de obstáculos al cambio, a la canalización de todas las frustraciones de una sociedad maniatada por dictámenes, leyes y decisiones aparentemente imposibles de cambiar.

Manifestación en la que por primera vez los lemas, las banderas partidistas estaban ausentes. Los nuevos eslóganes, las nuevas proclamas, brotaban esta vez de miles de gargantas jóvenes ajenas al partidismo y a las consignas de las cúpulas de los partidos o de los sindicatos mayoritarios. La indignación y la rabia acumuladas, la conciencia de pertenecer a un caudal de energías nuevas, incontroladas, se traducía además por el rechazo a una democracia pervertida y adulterada, y a una clase política cómplice de todos los sufrimientos y las restricciones impuestas a los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

La ocupación al término de esta manifestación de la Puerta del Sol, caja de resonancia de la revuelta cívica que siguió al 15 M, fue la primera demostración de la inteligencia política de este nuevo movimiento. Se tradujo, en primer lugar, por la decisión de recuperar para el pueblo de Madrid, en su totalidad, un espacio de la ciudad dotado de una fuerte carga histórica, simbólica y emocional. Devolviéndolo a la ciudadanía y más allá por su valor de ejemplo, a todas las ciudades y núcleos urbanos del Estado. Demostrándoles que la legitimidad de ese movimiento podría sustituir, en el imaginario de la opinión pública, a otros espacios o centros de poder anexionados por la clase política. Para desarrollar allí una nueva forma, individual y colectiva, de «hacer política»: viva, ocurrente, creativa y liberada de las trabas, las decisiones y las normativas dictadas «desde arriba». Como rechazo a una democracia «delegada», basada en el reconocimiento de unas siglas y unos políticos carentes de legitimidad.

Los símbolos del Poder -el Parlamento, la Sede del Gobierno, el Palacio de Justicia, entre otros- le señalaron siempre al pueblo que su soberanía estaba encerrada detrás de esos muros, esas torres, o esos complejos, fuese cual fuese el régimen político vigente. El movimiento embrionario surgido en la Puerta del Sol se encarnó por el contrario en un espacio abierto que bullía de iniciativas, de idas y venidas, de asambleas, de proclamas y de lemas, de frases colgadas de los muros, de las fachadas y los escaparates. La palabra, individual y colectiva, largo tiempo silenciada, al liberarse, nos revelaba la verdadera naturaleza de nuestra sociedad: oprimida, asfixiada por las desigualdades, los abusos de poder y la explotación impune de los cuerpos y las mentes.

Palabras secuestradas y envilecidas. En primer lugar, las de una juventud presentada como apática, individualista y ajena a los males e injusticias de nuestra sociedad. Una juventud que ha demostrado, en un cortisimo espacio de tiempo, la falsedad de esos juicios. Como lo atestigua esa ciudad nueva, reinventada, surgida en Sol. Receptáculo frágil y temporal de una sociedad distinta, basada en valores de fraternidad, de derechos compartidos, de solidaridades que no se detienen en ninguna frontera, como lo prueba el impacto alcanzado por el movimiento del 15M a nivel mundial.

Si nos hemos referido a las formas herméticas en las que se suele encarnar el poder de las clases dominantes, es porque en Sol y en otras plazas y ciudades ha aparecido -en un vivo e irónico contraste con esos edificios «oficiales»- otra forma de organización y de representación social: barata y renovable. A causa de su estructura funcional y cambiante, expresión no solo de las nuevas solidaridades y las nuevas formas de la política surgidas en ese espacio, sino además en simbiosis con la población circundante, que mostraba su apoyo al movimiento portando alimentos, materiales y horas de dedicación y apoyo a tal o cual actividad.

Los materiales de esa nueva ciudad eran todos reciclables o de recuperación (muebles usados, tablas, estanterías, colchonetas, toldos, recipientes, etc.). Apuntaban a la capacidad de traslado y de movilidad del movimiento, a su carácter cambiante y creativo. La plasticidad de esos materiales en manos de los activistas del 15M quedó demostrada el día de la expulsión de los acampados de la plaza de Cataluña. Mediaron apenas unas horas entre su expulsión brutal por los Mossos de Escuadra y la reconstitución de la acampada con otros materiales, a pesar del vandalismo de los servicios municipales, que hicieron tabla rasa de la primera ocupación.

Conviene resaltar por último el funcionamiento horizontaL, democrático, de las asambleas, perfectamente adaptado al espacio cambiante, multiforme de la Plaza y de sus inmediaciones. A diferencia de las reuniones y celebraciones del Poder -Congresos, Plenos, Mítines electorales, etc.- que suelen desarrollarse en salas o en espacios destinados a solemnizar esos actos y a refrendar las decisiones tomadas por las élites o las cúpulas dirigentes, las asambleas de los campamentos han tenido lugar en espacios abiertos, de dimensiones y límites variables. Bastaba con que pudiesen dar cabida a los moderadores, a los participantes surgidos de la propia asamblea, y a esta última, que era la que debatía y decidía en último término cuales eran las decisiones a tomar o a seguir. El suelo simplemente, los lugares abiertos en la trama misma de la ciudad, preferentemente las plazas, devueltas a la gente, pudieron convertirse así, sin más, como la Puerta del Sol, en la caja de resonancia de las palabras, las voces y las reivindicaciones de la ciudadanía

…Fuera de los recintos «oficiales» en los que se elaboran y se difunden los discursos, las leyes y las consignas destinadas a perennizar la pasividad y la inacción de los ciudadanos. En beneficio exclusivo de los auténticos dueños del poder y de la riqueza creada por el conjunto de la sociedad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.