Tiene que suceder algo extraordinario, no esperado y fuera de lo común para que aparezcan de repente aspectos de la realidad que están ahí pero la «normalidad» del día a día no nos dejaba ver. Es como un terremoto que de repente nos deja ver lo que tenemos bajo nuestros pies. Surge esta reflexión ante […]
Tiene que suceder algo extraordinario, no esperado y fuera de lo común para que aparezcan de repente aspectos de la realidad que están ahí pero la «normalidad» del día a día no nos dejaba ver. Es como un terremoto que de repente nos deja ver lo que tenemos bajo nuestros pies.
Surge esta reflexión ante lo sucedido en la cámara de Diputados en la votación sobre las medidas propuestas por el gobierno para reducir el déficit de las arcas del Estado.
Que la izquierda proponga medidas de derecha y que la derecha las rechace tomando la bandera de los jubilados no es lo más importante en este pintoresco país, sí lo son otros aspectos que parecen que no tiene importancia para los inefables comentaristas de nuestros medios.
Lo primero a colocar en la galería de los horrores es la servil obediencia de los miembros de todos los partidos a su cúpula dirigente. Ni un solo parlamentario, sea del partido que sea ha recordado su conciencia a la hora de votar. Ni uno se ha desmarcado, ni uno ha colocado su tan española honra para desmontar el tan laboriosamente construido castillo de naipes.
¿Qué es lo que esto saca a la luz de forma descarnada? Sencillamente, que tanto los que la aprobaron como los que la rechazaron tenían los ojos puestos en unas elecciones anticipadas, unos para provocarlas, otros para impedirlas. Por más lecturas que se quieran hacer del episodio, la única que explica de manera rotunda y sin paliativos esa obediencia ciega, que lleva incluso a desmentir hoy lo que dije ayer, a tirar por la borda de repente los supuestos principios que dicen ser la razón de los partidos políticos, es la colocación de la lucha por el poder por encima de cualquier otra consideración. Todo vale, hasta la destrucción de la propia imagen pública. La autoestima, la coherencia, la dignidad, el respeto hacia sí mismo, todo esto se sacrifica para seguir gozando de altos sueldos y prebendas. No es, lo que legitimaría la lucha por el poder, que se quiera tomar para poner en marcha un proyecto de sociedad: Los especuladores y el servilismo hacia ellos de la propia UE han eliminado toda posibilidad de salirse del guión escrito por ellos. Desear el poder político en estas circunstancias, solo puede ser para enriquecerse.
Si, examinando seriamente lo sucedido, alguien encuentra otras razones de peso para explicarlo, que lo haga.
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