El barrio madrileño de Puerta del Ángel se convierte en la nueva golosina para los especuladores inmobiliarios.
El río Manzanares bordea Madrid. Hace un semicírculo perfecto, un meandro de aguas grises y sucias que separa dos realidades muy diferentes de una misma ciudad. En el lado noroeste, los pisos perfectos y la realidad televisiva. En el lado sur, los edificios marrones de aroma setentero.
Al otro lado del puente de Segovia, en una especie de caída de cuestas que vuelve a erguirse hasta llegar al Alto de Extremadura, se encuentra Puerta del Ángel, uno de los siete barrios que forman el distrito de La Latina.
En el centro, dentro de las murallas morales de la M-30, la vida está empezando a colapsar. Es una de las zonas más densamente pobladas de España. Allí dentro ya no cabe nadie, pero su esencia se está escapando. Ahora le toca el turno a Puerta del Ángel.
En una frutería de la calle de Caramuel, en pleno corazón del barrio, un trabajador de origen pakistaní levanta una persiana desgastada. Son las siete y media de la mañana, el camión con la fruta está a punto de llegar y en la calle solo se ven pestañas húmedas y legañas.
“Sí, el alquiler del local es mucho más caro que hace unos años”, empieza a contar. “Hace cinco años, pagaba seiscientos, además de la luz. Ahora pago ochocientos cincuenta. De hecho, antes vivía muy cerca de aquí, pero ya no se puede. Ahora vivo en Móstoles [… ]. Cerré la frutería durante un tiempo, porque no podía mantener a mi familia por culpa del alquiler, pero no encontré trabajo de nada, así que tuve que volver a abrir. El dueño me quería cobrar novecientos, pero conseguí que me lo rebajara cincuenta euros. Parece poco, pero es mucho”.
En el Paseo de los Jesuitas, una de las empinadas calles paralelas al Paseo de Extremadura, Mercedes tiene una peluquería desde 1996. Aquella calle es ancha y, sobre las aceras de ambos lados, se erigen bloques de viviendas marrones .“La hemos reformado por dentro y le hemos cambiado el cartel de la puerta, pero seguimos trabajando los mismos”.
“El barrio ha cambiado mucho”, sigue diciendo. “Ahora viene gente joven, pero es gente joven muy diferente. Son como bohemios. Antes, la mayoría de los chicos que venían o vivían en Puerta del Ángel eran hijos o nietos de los vecinos de toda la vida, casi nos conocíamos todos, pero ahora suelen ser de fuera. Es un barrio de moda. A mí no me importa porque el local es mío, pero entiendo que a mucha gente que vive de alquiler le puede llegar a perjudicar muchísimo. Los alquileres llevan un tiempo disparándose”.
Mientras Mercedes sigue lavando y cortando el pelo por doce euros, Puerta del Ángel se va convirtiendo en un nuevo Lavapiés, Malasaña o Chueca. No tan poco a poco, pues la velocidad de las inmobiliarias modernas es de crucero, este barrio al otro lado del río se va gentrificando.
El término gentrificación es difuso, complejo de definir para quien no lo vive. Consiste, grosso modo, en poner de moda una zona obrera o abandonada para así revalorizar su precio.
Básicamente, lo que se hace en estas zonas es expulsar a sus habitantes de toda la vida, normalmente de rentas bajas, para así tener un diamante en bruto inmobiliario que explotar. Es decir, se coge un barrio como Malasaña, por ejemplo, que, a pesar de estar en el centro de la ciudad, se encontraba en una situación de marginalidad, se compran bloques de pisos enteros, se los reforma y moderniza y se venden estos mismos pisos a precios altos a compradores con un elevado poder adquisitivo. Esto provoca que el resto de los edificios se revaloricen y suban los alquileres hasta que las clases populares se ven obligadas a marcharse y vienen a reemplazarles nuevos vecinos con más dinero que, atraídos por la idea de vivir en un barrio “auténtico”, siguen encareciendo la zona. Este proceso se repite constantemente hasta que lo único que queda por revalorizar es la tierra de las macetas de los balcones.
Después, los turistas asedian la zona, los bohemios y hipsters se mudan ahí y lo que antes era una barriada obrera se convierte en una copia más de cualquier barrio gentrificado de Londres, Nueva York o Berlín. Y deja de ser auténtico, pero la marca del barrio aún perdura un tiempo. La marca Malasaña o Chueca suena profundamente castiza, aunque ya no lo sea.
Como en el centro de Madrid, dentro del anillo de la M-30, todo está ya gentrificado, el sector inmobiliario ha apostado por salir de sus propias murallas en busca de nuevos territorios. Y se ha encontrado con Puerta del Ángel, una auténtica perita en dulce para ellos.
Hace unos años, se inició el proceso de gentrificación del barrio cuando lo empezaron a llamar el Brooklyn español por estar al otro lado del río y tener un enorme movimiento cultural alternativo. Aunque el proceso se ha visto paralizado por la pandemia, cada día que pasa, se sustituye un sencillo bar de barrio por una moderna vinoteca acristalada; una panadería regentada por una pareja de viejos autónomos, por un insulso TGB. Y los precios se disparan. Y sus habitantes se tienen que ir.
En el Paseo de Extremadura, a la altura de la calle Guadarrama, han abierto una nueva inmobiliaria de color blanca y verde. En su cristalera, como si los hogares se hubiesen reducido a simples calcetines con dibujitos molones, anuncian pisos surrealistas. Por casi cien mil euros, puedes llevarte una fantástica mierda inhumana de una habitación (de la reforma te encargas tú). También gestionan estupendos alquileres de novecientos, mil y mil doscientos euros mensuales.
Frente a la inmobiliaria, Begoña se sostiene en sus muletas mientras mira los pisos: “Ay, hijo, los estoy mirando por curiosidad. Bastante me costó pagar el mío como para comprar otro”.
Tiene el pelo blanco, más de setenta años y una mirada trabajada. “Te invitaría a mi casa a tomar un café y responderte a todo lo que me preguntes, pero me da miedo el virus”, dice.
“A finales de los años setenta”, empieza a contar mientras se sienta en un banco del paseo, “todo esto era un barrio de gente trabajadora. Gente de verdad. Yo trabajaba en unos almacenes que había en la calle Alcalá. Vendíamos de todo: cosméticos, bolsos, cosas de bebé. No me pagaban mal, pero tampoco bien, así que me vine a vivir con mi marido, que en paz descanse, a Puerta del Ángel. Fuimos muy felices en el barrio”.
“Mis jefes se pensaban que por vivir en este barrio éramos gente peligrosa. Se creían que era un gueto, como Carabanchel o Lucero, pero no era así. Todos éramos gente humilde, pero también muy buena. Hace quince o veinte años, empezó a venir gente inmigrante que abrió negocios y se puso a trabajar con los que ya estaban aquí. Siempre ha sido un barrio maravilloso, aunque el ayuntamiento nos tuviera olvidados. Ahora hay muchos muchachos muy modernos. Dan vida al barrio, pero me preocupa que cambie. Ha pasado de ser un barrio de viejos e inmigrantes que trabajan a ser solo de los jóvenes”.
Mientras el asfalto de las calles de Puerta del Ángel, que bajan desde el Alto de Extremadura en dirección al Manzanares, se va remodelando en algunas zonas, el de otras sigue olvidado. Aunque las calles aledañas al mercado de Tirso de Molina, uno de los puntos neurálgicos del barrio, se reparan y se peatonalizan, las que corresponden al otro mercado, el del Alto, en la calle de la Fortuna, siguen con las aceras rotas y los badenes destrozados. Porque hasta allí no se acercan los turistas. No es tan bonito de ver.
Mientras surgen, fomentados por la administración pública, nuevos locales de cervezas artenoséqué de seis pavos el tercio, la cerrajería del Paseo de Extremadura, el taller de toda la vida y la floristería que llenaba de color las calles de Puerta del Ángel irán echando el cierre. Morirán, ahogados por unos precios cada vez más altos.
Si no cambian las cosas, Puerta del Ángel se convertirá en otro barrio gentrificado cualquiera que perderá su esencia. Una zona que morirá y se convertirá en el juguetito roto de un mercado inmobiliario que lo fagocitará hasta expulsar a quienes lo llenan de vida. Solo quedarán los turistas. Turistas que vivirán en Puerta del Ángel, pero turistas, al fin y al cabo. Y la clase trabajadora no tendrá dónde ir.