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Los abujeros…

Fuentes: Rebelión

Parece ser que hay abujeros negros en la historia, concretamente en la historia del último cambio de legislatura en España, tras las elecciones del 14 de Marzo de 2004. No hay duda que tales elecciones estuvieron influidas de un modo u otro por los eventos del día 11 del mismo mes, ese día en que […]

Parece ser que hay abujeros negros en la historia, concretamente en la historia del último cambio de legislatura en España, tras las elecciones del 14 de Marzo de 2004. No hay duda que tales elecciones estuvieron influidas de un modo u otro por los eventos del día 11 del mismo mes, ese día en que varios trenes reventaron ante los explosivos colocados en su interior con el objetivo de atacar a los viajeros y, por ende, a la sociedad. Una enorme pancarta rodeó Madrid al día siguiente y alrededor de dos millones de personas se manifestaron bajo la lluvia, atención al dato, en defensa de la Constitución.

Ya en aquella manifestación convocada por el gobierno español presidido por el señor Aznar (que viene de «Rebu-A-Znar», nombre típicamente castellano para los criadores de mulas según las últimas investigaciones de El Mundo) se notaba en el ambiente que se había supuesto por parte de tal ejecutivo que el estallido de los vagones era un ataque a la Constitución. El gobierno de aquel entonces lo único que ha conseguido para con la historia y respecto de esa manifestación es únicamente denigrar la seriedad de los golpes de Estado y enaltecer la repercusión de aquel atentado que, simplemente, debió quedar como un episodio grave y triste del que tomar ejemplo para evitar ese tipo de sucesos en el futuro. Debió ser un enigma para la reflexión, sin embargo el gobierno de aquel entonces se precipitó, y sacó conclusiones no solo precipitadas sino también tendenciosas, y pretendió convencer a la ciudadanía, tres días antes de las elecciones, de una tesis para la que no existían pruebas a favor y para la que solo se habían mostrado testimonios fiables en contra. Intentaron engañarnos. Hoy, aun les duele el fracaso, e intentan socavar, con ese dolor, lo más elemental que tienen, que es lo que queda de ellos, para solo poder mejorar cuando estén mal del todo.

Dos días después del 11-M, el 13, un par de miles de personas (como poco) nos reunimos frente a la sede del Partido Popular. No sé cuales fueron las causas de los demás para acudir a aquel lugar, pero quedó claro que lo que queríamos era saber, saber la verdad. No se si los demás, pero la verdad que yo quería que me dijeran aquel día era que me habían intentado mentir, que el ejecutivo del Estado pretendía engañar a la ciudadanía en la gota que colmaba el enorme vaso de la tolerancia al binomio Estado de Derecho/Gobierno de derechas. Dejándome la voz, gritando ¿Quién ha sido?, mi intención era que tuvieran valor a responder algo. Que me respondieran, por ejemplo, si el señor Rajoy iba a suspender su candidatura al haber violado las leyes electorales ese mismo día por la mañana, con la publicación en el periódico El Mundo de una entrevista en el día de la jornada de reflexión. Que me respondieran, quizás, que no sabían quién había hecho reventar un tren a tan pocos pasos de mi casa. Que me dijeran por qué habían elegido a ETA como culpable antes de que ningún juez dijese nada, y, mucho más, después de que los previamente considerados interlocutores de ETA negaran la implicación. Estaban locos si pensaban en ganar aun las elecciones.

Dos años después de aquello, La Caverna (S.A.), especie de consorcio neo-fascista agitador formado por medios de comunicación como Telemadrid, La Cope, La Razón, Libertad Digital y El Mundo, tiene a nuestros mayores con la picha hecha un lío. Hace unos días, entré por casualidad y sin previo conocimiento en una de sus sedes, acompañado de un familiar. En aquel bar de la calle Ibiza, tres viejas discutían sobre, aparte de que en este país hay mucho maricón, que en el tema del 11-M aun no sabemos nada. Una de ellas dijo algo así como «Es que todo eso de los moros es una tontería, el chico este tan majete, este que… el de Valencia… han dicho en la tele que el gobierno nos miente«. Ese de la tele y de Valencia, por respuesta de una de sus allegadas, resultaba ser Eduardo Zaplana, el señor que dice que el gobierno miente. Como siempre, cree el ladrón que todos son de su condición, y claro, si ETA dice que ellos no fueron es porque fue tan gordo el atentado, que se acobardaron, y si el gobierno dice que ETA no fue, es que miente. Cobardes y mentirosos, y de eso sabe mucho el señor Zaplana. De este modo, el Partido Popular ha conseguido que un atentado que causó la muerte de casi doscientas personas se convierta en un chiste, consecuencia que cabrea, a partes iguales, a todos los grupos parlamentarios que completan el hemiciclo del Congreso, y a gran parte de la población.

Es indignante que a estas alturas los conservadores estén tan poco acostumbrados a perder elecciones, después de casi treinta años de Constitución, como para intentar agitar de tal modo los cimientos del Estado de Derecho, hasta el punto de proponer una especie de golpe de Poder en el que el Parlamento se haga con las tareas propias del Poder Judicial, dicte juicio contra ETA por el 11-M, y arregle la historia para que la mentira contada por el gobierno de Aznar se convierta en verdad. No es exactamente el caso porque el PP, a pesar de proponer eso, sabe que jamás triunfará con minoría en el legislativo, pero ahí ha quedado su propuesta de sustituir las labores judiciales por una comisión legislativa que continúe la investigación de los atentados que ya quedó cerrada con la determinación parlamentaria de que el atentado no fue causado por ETA, sino por fundamentalistas del Islam.

Cada día van sacando más y más abujeros que, sin lugar a dudas, convierten su credibilidad en un chiste para los años venideros. Sustancias, rastros invisibles, pistas inverosímiles, e incluso algunas irrisorias. Están socavando la conciencia de la sociedad civil, trastocando las labores atribuidas al Estado, e impidiendo el normal desarrollo de las actividades de la ciudadanía porque, aunque los propios asesinos nos demostraron quiénes eran con su tan explosiva inmolación, y dejaron sembradas las pistas para encontrar al resto de delincuentes vinculados al atentado, ellos están convencidos a ultranza de que pueden convertir una mentira en verdad si la repiten mucho. Hasta defienden a los criminales que colaboraron a la muerte de doscientas personas. Son, con sus elucubraciones apestosas, la calaña más mugrienta y decadente de toda la sociedad, y la historia les desprestigiará al rincón de los obstáculos ineptos.