En los últimos años los agrocombustibles (también llamados biocombustibles) como el bioetanol -producido a partir de caña de azúcar, melaza o maíz entre otros cultivos- y el biodiesel -procedente sobre todo de palma aceitera o soja- han experimentado un importante auge, convirtiéndose en un tema clave en el debate sobre la sostenibilidad de nuestro sistema […]
En los últimos años los agrocombustibles (también llamados biocombustibles) como el bioetanol -producido a partir de caña de azúcar, melaza o maíz entre otros cultivos- y el biodiesel -procedente sobre todo de palma aceitera o soja- han experimentado un importante auge, convirtiéndose en un tema clave en el debate sobre la sostenibilidad de nuestro sistema económico. Los agrocombustibles se ofrecen como solución a diversas cuestiones: I) a la crisis energética debida al cada vez más próximo agotamiento del petróleo barato, II) como forma de reducir la dependencia energética respecto de los países de Oriente Medio y zonas conflictivas, evitando la fluctuación de precios, y III) final y principalmente, como medio hacia la consecución de un sistema energético sostenible.
En base a estos argumentos, y dada la facilidad de su uso mezclado con combustibles tradicionales sin necesidad de introducir cambios en los motores de los vehículos (si la mezcla tiene un porcentaje pequeño de agrocarburantes), Estados Unidos y la Unión Europea (UE) establecieron en 2007 unas políticas de objetivos mínimos de uso de biocombustibles, que deberían alcanzarse para la segunda década de este siglo. El impulso a la producción de biocombustibles que originaron estas políticas ha hecho que en los últimos años se hayan puesto de manifiesto una serie de considerables efectos imprevistos, que cuestionan la optimalidad de este recurso energético.
Por un lado, ante la previsión de un considerable aumento de la demanda, se pusieron en marcha grandes inversiones en proyectos agrícolas destinados a la producción de agrocombustibles. Tales proyectos han generado en algunos casos conflictos relacionados con el acaparamiento de tierras [1], resultando en un empeoramiento de las condiciones de vida de los habitantes de estas regiones y/o deforestación de territorios de selva para la plantación de este tipo de cultivos (palma, jatrofa, caña de azúcar…). Si se tienen en cuenta los cambios en los usos de la tierra, en contra del objetivo inicial de la UE de reducir las emisiones de CO2, estas aumentan en términos netos. Esto ha llevado a la UE a plantearse modificar su política de biocombustibles reduciendo sus objetivo de consumo y estableciendo unos criterios de impacto ambiental, así como el uso de cultivos o recursos (como la paja o deshechos) no competidores con cultivos alimentarios . Los agrocombustibles de segunda generación pueden ayudar a aliviar parcialmente algunos de estos problemas, como la rivalidad con cultivos alimentarios; sin embargo, no suponen una mejora en cuanto a la presión sobre la tierra, la extensión de monocultivos o, como veremos más adelante, las bajas tasas de retorno energético.
Los agrocombustibles de segunda generación no están aún suficientemente desarrollados, pero, por otro lado, aunque lo estuviesen seguirían existiendo una serie de problemas más esenciales que requieren un desarrollo cauteloso de las tecnologías y políticas relacionadas con esta fuente energética.
Figura: Emisiones de CO2 de los agrocarburantes según cultivo de procedencia. Puede verse como apenas la mitad de los cultivos consiguen reducciones significativas de las emisiones de CO2 respecto a los combustibles fósiles, e incluso cultivos como el aceite de palma o de soja ni siquiera suponen reducción de las emisiones. Fuente: Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción: «Impacto de las políticas europeas sobre agrocombustibles» (2013).
Aunque inicialmente se defendió que los agrocombustibles son una fuente de energía sostenible, se ha demostrado que esto no es del todo cierto. Efectivamente, su procedencia agrícola hace que los agrocombustibles sean una fuente de energía renovable, pero sus resultados en cuanto a contaminación y ahorro de recursos no son del todo favorables. La emisión de gases de efecto invernadero de estos recursos no es neutra (el CO2 que la planta absorbe durante su crecimiento no compensa la emisión de gases de efecto invernadero originados por su producción y uso). Si se tienen en cuenta los efectos de la liberación de óxido nitroso (un gas de efecto invernadero más potente que el CO2, liberado por el uso de fertilizantes nitrogenados y la quema de cosechas) y de los cambios directos e indirectos en los usos de la tierra, los agrocombustibles no ayudan a la lucha contra el cambio climático, sino que lo aceleran [2]. Además, tampoco la tasa de retorno energético de los biocombustibles (la cantidad de energía necesaria para su producción en comparación con la cantidad de energía que los mismos proporcionan) presenta resultados suficientemente favorables. Para conseguir los agrocombustibles, se requieren recursos fósiles en todo el proceso, desde los empleados en la agricultura intensiva, a los del procesamiento y el transporte. Esto hace que la tasa de retorno energético de la mayoría de los agrocombustibles esté alrededor de 1:1 (tanta energía aportada como consumida) o un poco más alta. Por último, el cultivo de agrocombustibles supone también peligros para la biodiversidad, debidos a la extensión de la agricultura a gran escala y el empleo de cultivos transgénicos entre otros; asimismo la producción de agrocombustibles amenaza la disponibilidad de recursos hídricos, y conlleva problemas de contaminación del agua y el aire.
Finalmente, a nivel político los biocombustibles no suponen una mejora en la balanza de poder global, sino una profundización de la asimetría ecológica entre el Norte global y el Sur global, mediante la administración internacional de los recursos naturales mundiales basada en el paradigma de mercado (la mercantilización de los recursos naturales), convirtiendo los biocombustibles en una mercancía internacional en manos de grandes corporaciones y dejando de lado objetivos de soberanía energética y reproducción de la biodiversidad. De este modo quedan excluidos esquemas alternativos de producción y usos de energía y alimentos que podrían contribuir en mayor medida a la sostenibilidad y equidad del sistema socioeconómico.
Por lo tanto, con el actual desarrollo y expansión de los agrocombustibles se da una respuesta insuficiente a los retos de la crisis global multidimensional (ecológica, económica y social), ya que no se solucionan los desequilibrios de poder, las desigualdades económicas y el ingente consumo de recursos y generación de gases nocivos que nuestra estructura energética y económica conlleva. Para que los agrocombustibles puedan ayudar a mejorar la sostenibilidad de nuestra sociedad, deben ser abordados desde una visión integral, teniendo en cuenta la diversidad y complejidad de sus dimensiones y de los efectos que conllevan; el debate en torno a los biocombustibles debe ir acompañado de una discusión acerca de los principios básicos que sostienen la economía mundial actual.
Notas:
[1] Pueden verse informes al respecto elaborados por GRAIN y por Transnational Institute.
[2] Ver el informe de Oxfam Internacional «Otra verdad incómoda. Cómo las políticas de biocombustibles agravan la pobreza y aceleran el cambio climático» (junio de 2008)
Fuente: http://tiempodeactuar.es/blog/los-agrocombustibles-y-la-sostenibilidad-global/