Cuando vemos un cuadro en un museo o en una galería no pensamos en la forma de trabajo de quien lo realizó. Tal vez es algo lejano pero sin duda todo el proceso es tan interesante como desconocido. Que los autores te abran la puerta de los talleres, de los estudios, de sus casas y […]
Cuando vemos un cuadro en un museo o en una galería no pensamos en la forma de trabajo de quien lo realizó. Tal vez es algo lejano pero sin duda todo el proceso es tan interesante como desconocido. Que los autores te abran la puerta de los talleres, de los estudios, de sus casas y que charlen contigo podría parecer impensable. Sin embargo en La Latina y Lavapiés se han organizado la séptima edición de Los artistas del barrio que supone trascender las fronteras institucionalizadas del arte recluido para devolverlo a su fuente original, sus espacios de creación y de auténtica divulgación. Es una oportunidad de conocer la obra a partir de la observación de la misma, de la comprensión del lugar en la que surge, sin intermediarios. Queda algo pomposo, pero así lo describen los organizadores.
Son las calles de estos dos barrios las que van uniendo una casa con un taller, un estudio, una sala alternativa, una librería… en un trayecto al ritmo vital de la calle. El concepto es sencillo, durante estas dos jornadas los artistas del barrio abren las puertas para enseñar su modo de trabajo. La organización establece dos puntos de contacto, en los que los espectadores pueden adquirir el catálogo, la chapa acreditativa y el mapa donde se indican los lugares participantes. El precio es de 5 euros. 46 son los espacios que se pueden visitar y en ellos hay de casi todo.
Lo primero es estudiar el catálogo para organizarse, nada mejor para ello que sentarse en uno de los bares del barrio y pedir una caña. Otra cervecita vino después, esta segunda pensando en que algo de intrusivo tiene ésto, pues de pronto te vas a colar en un lugar privado que hoy, por arte de magia, se ha hecho público, y, que por tanto, es necesario matar la timidez.
Elijo comenzar por la Asociación Cultural de Mediodía Chica que es a la vez un lugar y un grupo de 15 amigos que son jóvenes diseñadores, ilustradores, creativos, fotógrafos, grabadores, pintores y escultores. Ahora tienen un espacio común de creación y exposición en un antiguo y enorme taller textil clandestino chino. Es espacioso y está bien distribuido. Nada más entrar te encuentras la parte de exposición donde se ven varios cuadros de Jordi Mora Huguet, de su proyecto Sin Edén ni tierra firme. Mas adelante te encuentras con la zona de taller y recepción. Sobre una mesa algunos libros y en otra mesa auxiliar hay vasos porque han preparado una sangría para recibir al barrio. Me impresiona el enorme patio que también utilizan como lugar de trabajo. Se hace tarde, es hora de comer.
A eso de las siete, después de una larga sobremesa, visito el Espacio Espora que se presenta como un lugar de encuentro para creativos y artistas emergentes, así como un espacio de continuo dialogo e intercambio cultural. Lo suyo es el arte urbano y en movimiento. Ofrecen servicios de serigrafía, montan talleres de formación en distintas disciplinas, es un sala de exposición y producción de proyectos de arte contemporáneo, alquilan su espacio para desarrollar una actividad… También tienen una pequeña tienda con material Skate y camisetas de ediciones limitadas. Su programación es de las más abundantes. Me quedo para ver a Paco Nogales con su performance Casi desnudo como los hijos del mar que realiza en la plaza que hay a la puerta. Chispea cuando Nogales despliega una larga tela negra donde va dejando distintos objetos, todos ellos envueltos en plástico, con un lazo morado y un ramito de lavanda. Después se va desnudando por la propia fuerza de sus pasos y unas cuerdas que tiran de la ropa cuando él camina. Algún curioso más se detiene, algún vecino se asoma a la ventana y se ríe, una chica pulsa el telefónillo para avisar a su abuela y que no se pierda el espectáculo… No es demasiado explícita su performance, más bien cargada de imágenes simbólicas que evocan tal vez sufrimiento.
Vuelvo dentro y Ana Matey sigue construyendo un muro de terrones de azúcar. Lo hace en silencio, sin llamar la atención sobre su trabajo, como un descanso visual para el espectador entre actividad y actividad. Se proyectan los cortos del vídeo colectivo Femenino y plural y tampoco les saco partido. Miro a mi alrededor y lo que veo es un arte hastiado, como nosotros, la generación consumista que somos. Los mensajes se hacen crípticos simplemente porque buscan más ser innovadores que presentar una explicación. Miro al resto del público, pienso en los obreros que trabajan todos los días ocho horas infinitas con sus manos y me avergüenzo un poco de estar perdiendo el tiempo. Salgo. Noto que el día está mohíno, cargado de una tristeza contagiosa.
Cerca está el estudio de pintura Micky Forever, el proyecto de cinco pintores, dibujantes e ilustradores. Al cruzar las cristaleras azules se entra en su lugar de trabajo. Aunque hay más visitantes me da cierto reparo invadir su intimidad. Miro las paredes y me doy cuenta que el espacio se lo han repartido entre los artistas. Los estilos son muy diferentes; los hay con una fuerte base de abstracción, también figurinistas con mucho detalle y dibujantes al estilo del cómic. Veo que hay unos vasos con sangría, entre los cuadros y las herramientas, porque están de fiesta. Siempre es motivo de alegría mostrar el trabajo que uno hace, saber que a los demás le interesan y se acercan a verlo.
Al salir me doy cuenta de que muchas de las persianas metálicas de mi barrio que me parecían locales vacíos, en realidad esconden espacios de creación y cultura. Veo que la juventud recupera un lugar de la calle porque sigue inquieta y trabajadora, porque piensa que tiene algo que decir: una parte del mensaje que está construyendo. Me cruzo con más gente que lleva la chapa y que por tanto están haciendo su recorrido entre los artistas del barrio. Llevamos todos caras parecidas que reflejan una cierta extrañeza, pues muchos nos hemos acostumbrado a ser simples espectadores y estas jornadas lo que piden es participación.
Cierro el día en la Casa de los Jacintos para ver la obra de teatro El pequeño mundo de Lucía, creada y dirigida por Lee Lima. El espacio me gusta mucho, con una sala arriba en la que varios sillones invitan al descanso y a la charla sosegada mientras se miran unas paredes llenas de mensajes y cuadros. Descendiendo por unas escaleras se llega a la sala, que tiene una barra, unas sillas variadas y un escenario. Todo está muy cerca, como para sentirlo más próximo. Lo que veo es una pieza corta que habla de las mujeres de nuestro tiempo a las que se ha educado para ser y mostrarse siempre perfectas, que cuando se preguntan a sí mismas quiénes son no tienen respuesta, sólo un vacío se les abre y si son los demás quienes les contestan entonces las definirán por su trabajo, por su rol o por los patrones de la publicidad de nuestro mundo encargada de describir cómo es una mujer de verdad. No es fácil conocerse en estos tiempos. Dice su autora que lo que hemos visto son algunas escenas de un proyecto que está en desarrollo. A Lee Lima le acompaña sobre el escenario Eva Villeta, y las dos juntas consiguen tramar una historia que se contagió al público. Risas, aplausos y cariño. Sin duda la propuesta más interesante del día.