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Los comunistas en la lucha contra el fascismo y el neofascismo, ayer y hoy

Fuentes: Rebelión

El fascismo, su origen, rasgos característicos y contenido de clase: El fascismo surgió en la fase imperialista del capitalismo y en el marco de una crisis económica de este sistema que ya estaba presente de años atrás y que estallaría con violencia en 1929. Se implantó primero en Italia, en 1922, y luego en Alemania, […]

El fascismo, su origen, rasgos característicos y contenido de clase: El fascismo surgió en la fase imperialista del capitalismo y en el marco de una crisis económica de este sistema que ya estaba presente de años atrás y que estallaría con violencia en 1929. Se implantó primero en Italia, en 1922, y luego en Alemania, en 1933, donde tomó el nombre de nacional-socialismo. En la misma época se implantó en otros países, como Japón, España, Portugal y Hungría. Con tendencias miméticas y adaptabilidad, adquirió distinto nombre y especificidades en cada momento y en cada lugar, pero siempre tuvo un claro contenido de clase: surgió para servir a la burguesía más poderosa y rapaz de la fase del imperialismo, la detentadora del capital financiero, en primer lugar, y a otras capas de esa misma clase social cercanas a aquélla. Fue éste el rasgo característico fundamental del fascismo, el que determina los demás. Y sigue siendo el rasgo fundamental del neofascismo de nuestros días.

En lo interno, el fascismo de la primera mitad del siglo XX ejerció el poder por métodos violentos. Con cínicos pretextos vulneró las normas del derecho de las democracias burguesas, ya de suyo restringidos tales derechos para la clase obrera y otros sectores populares; canceló las libertades individuales y los derechos democráticos; éste fue su segundo rasgo característico medular. Y el tercero, como veremos un poco adelante, tiene que ver con la política exterior de estos regímenes.

Los gobiernos de las potencias imperialistas cargaron el costo de la crisis económica sobre las espaldas de los países dependientes y de la clase obrera de las propias metrópolis, y protegieron a la burguesía, sobre todo financiera. Para ello, endurecieron la dictadura de la clase burguesa, como política general de las potencias imperialistas, incluso las que se mantuvieron en los cauces formales de la democracia burguesa.

Pero otras potencias también capitalistas fueron más allá en su endurecimiento clasista: implantaron regímenes tiránicos para impedir las protestas populares, frenar el desarrollo social y político de los trabajadores y aplastar al movimiento revolucionario, que desafiaba los intereses del capital financiero. Prohibieron las huelgas, las manifestaciones públicas y las protestas populares; disolvieron los sindicatos obreros y los sustituyeron por los sindicatos corporativos, que integraban a los trabajadores y a los patronos en la misma organización, por rama de actividad, bajo la tutela y autoridad de los patronos y del Estado fascista, tiburones y sardinas, juntos. Cancelaron las libertades de reunión, de asociación, de pensamiento, de prensa. Llenaron las cárceles y los panteones con los luchadores sociales y revolucionarios que no se sometieron, o los mandaron al exilio. La represión fue brutal y masiva, no sólo contra los dirigentes, sino también contra las masas: decenas de miles, centenares de miles de obreros y hombres y mujeres del pueblo sufrieron cárcel, exilio y pérdida de la vida. Así quiso el fascismo resolver las contradicciones de clase entre la burguesía financiera y la clase obrera y los demás sectores populares de la población.

Por su contenido y rasgos esenciales, el fascismo fue definido con acierto por el XIII Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, como «la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero».

El fascismo tuvo una política internacional, que constituyó su tercer rasgo característico, regida por los mismos intereses, los del capital financiero, por el mismo cínico irrespeto de las normas -en este caso del derecho internacional- y la misma violencia. El fascismo optó por la guerra con el propósito de sortear la crisis económica. Para ese fin invocó el «derecho» a la expansión territorial a costa de países débiles; exigió un nuevo reparto del mundo y se lanzó a la agresión unilateral y a la guerra que, además, le dio argumento para manipular a las masas más atrasadas de su población, haciéndolas cerrar filas en torno a sus gobernantes, con el pretexto del «patriotismo», que exacerbaba a través de una propaganda descarada y mentirosa.

La agresión del fascismo afectó a Abisinia, España, Manchuria, China, Austria, los Sudetes, Checoslovaquia, Cantón, la isla de Heinan, Albania y la ciudad de Danzig. Ante todas esas agresiones, los países imperialistas que se declaraban «democráticos» actuaron con complicidad. Calcularon que Alemania hitleriana y sus aliados se lanzarían contra la Unión Soviética para destruirla, y firmaron pactos con las potencias fascistas; las apoyaron y favorecieron sus fechorías, hasta que tardíamente comprendieron que ellas mismas estaban en peligro frente a la agresividad sin límites del fascismo. Finalmente, luego de la invasión de Hitler a Polonia, Inglaterra y Francia le declararon la guerra.

La clase obrera frente al fascismo: El contenido de clase del fascismo determina qué clase social es su enemiga fundamental: la clase obrera. Si bien ese régimen brutal atropella a casi todas las clases y sectores de la población y a casi todos los pueblos del mundo, su filo principal lo dirige en contra de la clase obrera, contra sus derechos todos, laborales, económicos y sociales, contra sus aspiraciones y sus luchas; contra su anhelo de construir una sociedad superior, sin explotadores ni explotados, una sociedad socialista; al fascismo y al neofascismo le es consubstancial el anticomunismo más feroz, es parte de su esencia. Nada más natural, por tanto, que la clase obrera haya ocupado históricamente el lugar más destacado de la lucha contra el fascismo.

En el caso de la Confederación de Trabajadores de América Latina, CTAL, ésta se pronunció contra el fascismo desde el momento mismo de su fundación, en septiembre de 1938. Luego, transcurridos apenas cuatro meses de que surgió la central, en enero de 1939, el movimiento sindical de Cuba realizó su Congreso de Unificación bajo la dirección del gran dirigente Lázaro Peña. El Congreso constitutivo de la Confederación de Trabajadores de Cuba, CTC, fue dedicado a José Martí, en el aniversario de su natalicio, y en su seno se abordaron la lucha contra el fascismo, el combate por la liberación de América Latina frente al imperialismo yanqui, y el papel de los trabajadores en ambas tareas. Los aportes a la lucha contra el fascismo y por la liberación de nuestra región, del compañero Lázaro Peña, fueron significativos. Lo fueron también los aportes de otros destacados dirigentes del movimiento comunista y del movimiento sindical unitario y combativo de la época, en América Latina y el Caribe.

Hay que decir que la CTAL no descuidó el tema de la dependencia de los países de América Latina y el Caribe con respecto del imperialismo yanqui. Llamó la atención frente a la amenaza de los intereses imperialistas de ese país, de aprovecharse de la situación que prevalecía en el mundo para afianzar su dominio en la región. Denunció que los capitales yanquis estaban en pleno proceso de expansión en nuestra región, sacando beneficio de la coyuntura.

El Segundo Consejo del Comité Central de la CTAL, celebrado en La Habana, en agosto de 1943, alertó sobre las maniobras que realizaban en ese momento las fuerzas dominantes de las potencias «democráticas». Negociaban firmar la paz dejando subsistir el régimen fascista en Alemania y en otros países, para repartirse Europa y el mundo entre tales potencias «democráticas» y los países fascistas, y para impedir el surgimiento de regímenes socialistas.

Frente a esa situación, la CTAL se pronunció por la rendición incondicional de Alemania hitleriana y por la desaparición de los regímenes fascistas. Expresó, refiriéndose a los regímenes, capitalista y socialista, que «.no puede haber, al concluir la guerra, una misma forma de organización económica, social y política para todos los países del mundo, sin las diversas formas que exige la desigualdad de su desarrollo histórico. Por eso juzga que la mejor solución universal es el derecho de autodeterminación de los pueblos.»

Bush y el neofascismo yanqui a la luz de los rasgos definitorios del fascismo: Quienes llevaron a George W. Bush a la presidencia de Estados Unidos, una y otra vez, encajan de modo perfecto en la definición clásica del fascismo: son los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero.

Igual que en el caso de los regímenes fascistas de los treinta, éstos también buscan resolver una aguda crisis económica por medio de la guerra.

A semejanza del fascismo hitleriano, los de ahora guían su conducta por el más cínico irrespeto de las normas del derecho internacional y la misma violencia ilimitada. También mienten con descaro para manipular a los sectores más atrasados de su población. También han invocado su «derecho» a agredir de manera unilateral y buscan imponer un nuevo reparto del mundo. Ni las agresiones de Estados Unidos contra Afganistán e Irak, ni los pretextos que usaron, desmerecen frente a los casos de Abisinia, Manchuria, Austria, Albania, Checoslovaquia, y las demás, de Alemania, Italia y Japón.

Hay diferencias entre la conducta del gobierno de Estados Unidos hoy y el de Hitler hace seis décadas, sí, pero son más las coincidencias, sobre todo en lo que se refiere a su política internacional. Por eso es legítimo denunciar a Bush por su carácter neofascista, como lo ha hecho con acierto el Presidente de la República de Cuba, comandante Fidel Castro.

La similitud de la política internacional de los gobiernos de George W. Bush y Adolfo Hitler queda a la vista si se examina el documento que define la relación de Estados Unidos con el mundo hoy, denominado Estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos de América, mismo que se sustenta en la doctrina militar del ataque preventivo, proclamada por el gobierno yanqui en septiembre de 2002, también denominado doctrina Bush.

El peligro para la humanidad del neofascismo yanqui es mayor que lo fue el nazifascismo hitleriano, como bien lo alertó el Consejo Nacional de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC, en abril de 2003, si se toma en cuenta que hoy el poder destructivo y mortífero del arsenal del agresor es infinitamente mayor que el que tuvo Hitler, por una parte, y por la otra, dado que Washington ya no tiene enfrente una fuerza militar capaz de enfrentarlo con posibilidades de éxito. Por esas razones es oportuno el llamamiento de la UNEAC a poner en marcha de nueva cuenta la estrategia que la historia ya demostró exitosa: crear un frente antifascista mundial, que, igual que ayer, debe ser amplio y plural al máximo. La clase obrera y el movimiento comunista todo debemos retomar ese llamamiento con fuerza y volver a ocupar el primer sitio de combate, como le corresponde desde el punto de vista clasista.

En el caso de América Latina y el Caribe, Estados Unidos ya está interviniendo militarmente en Colombia en una escalada que recuerda la de Vietnam; lo hace con el fin de aplastar el movimiento guerrillero y revolucionario y toda la lucha del pueblo colombiano por su liberación nacional. Estados Unidos, asimismo, amenaza la vida del Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, como parte de sus largos y cínicos actos intervencionistas, con el propósito de impedir que ese pueblo hermano ejerza su derecho a la autodeterminación y avance con su Revolución Bolivariana, pacífica y democrática. De igual manera, Estados Unidos expresa juicios contra la autodeterminación de los pueblos del Cono Sur que han ido optando por gobiernos que no sean del todo sumisos frente al imperialismo yanqui, y se prepara para agredir de manera más grosera y descarada que nunca a Cuba, luego de más de cuatro décadas de cometer toda clase de crímenes, aun los más horrendos, contra este pueblo hermano, el primer o que logra su segunda y definitiva independencia en nuestra región.

Véase al respecto el Informe de la Comisión para la asistencia a una Cuba libre, o Plan Bush para Cuba, con todo su infame contenido. El neofascismo yanqui acaricia el proyecto de desencadenar una agresión militar abierta y masiva contra Cuba, que la clase obrera y el movimiento comunista no podemos permitir.

Frente a estos hechos indignantes, la clase obrera y el movimiento comunista estamos moral, ideológica e históricamente obligados a ocupar el primer lugar en el combate, tanto en la batalla de las ideas como en la lucha organizativa y de la movilización popular. Hoy, como hace sesenta años, derrotemos al fascismo en su nueva versión, tan inhumana y cínica como la anterior y aun más peligrosa, hoy en día.