Federica Montseny, Juan García Oliver, Joan Peiró y Juan López, fueron quienes representaban en el Gobierno de Largo Caballero los dos principales sectores que habían pugnado por la supremacía en el anarcosindicalismo durante los años republicanos: los sindicalistas y la FAI.
El 19 de julio de 1936, el político José Giral había acepta el encargo del Manuel Azaña de presidir un gobierno solo con republicanos de izquierda, pero al no representar a esa nueva movilización social y política abierta con la rebelión militar tuvo que dimitir y dejó su cargo a Francisco Largo Caballero. El 4 de septiembre de 1936 se formó el primer y único Gobierno presidido por un dirigente obrero y era la primera vez que había ministros comunistas en un país de Europa occidental.
El 4 de noviembre de 1936, cuatro dirigentes de la CNT entraron en el nuevo gobierno de la República en guerra presidido por Largo Caballero, un hecho trascendental e irrepetible porque los anarquistas nunca habían confiado en los poderes de la acción gubernamental. Antes de ese momento, Largo Caballero había ofrecido a la CNT un ministerio sin cartera, una minucia para lo que la organización anarcosindicalista consideraba su verdadera fuerza.
Anarquistas radicales y sindicalistas moderados estaban ahora juntos para tratar de no dejar el poder político y armado en manos de las restantes organizaciones políticas al quedar claro que lo que sucedía en España era una guerra.
Pero la transmisión de poderes de un gobierno republicano a otro presidido por el viejo conocido, y anteriormente “enemigo”, líder del sindicalismo rival, puso en guardia a los comités dirigentes de la CNT. La llegada de Largo Caballero al Gobierno, acompañado de socialistas y comunistas hizo que cambiasen las formas de hacer las cosas respecto al gobierno formado por republicanos.
Los anarcosindicalistas de Cataluña tomaron la iniciativa allí donde los acontecimientos de julio de 1936 más influencia habían dado a la CNT. El hombre fuerte del momento: Mariano Rodríguez Vázquez, “Marianet”, miembro también de la FAI, emprendió un discurso de orden, disciplinario, que acabara con los impulsos dispersos y sin coordinación. Jacinto Toryho fue el encargado de desarrollar una propaganda que preparase el ambiente ante la incorporación de los dirigentes anarcosindicalistas a puestos de responsabilidad y gobierno.
Seis semanas después, el 15 de septiembre, se celebró un Pleno Nacional de Regionales en Madrid, donde se discutió el camino inmediato que la CNT debía seguir ante la formación del gobierno de Largo Caballero. Tras duros enfrentamientos entre la delegación valenciana, que apoyaba la entrada en el gobierno, y la catalana, que se oponía a ella, se formó una comisión que acabó dando la razón a los anarcosindicalistas catalanes. Se propuso la “constitución de un Consejo Nacional de Defensa, compuesto por el momento de todos los sectores políticos en lucha contra el fascismo”, con cinco representantes de la CNT, cinco de la UGT y cuatro republicanos y presidido por Largo Caballero.
Sin embargo como el Gobierno existente ya se encargaba de desarrollar esas funciones, el Consejo Nacional de Defensa no tuvo la acogida esperada. Además, las diferencias eran patentes: el proyecto de la CNT excluía a los comunistas, y básicamente convertía la necesaria cooperación dentro de un heterogéneo movimiento antifascista en una alianza obrera secundada por republicanos. Lo primero era ya imposible en septiembre de 1936; lo segundo fue lo que creyó erróneamente haber logrado la CNT cuando entró finalmente en el gobierno el 4 de noviembre.
Así se encontraban las cosas cuando apareció en escena Horacio Martínez Prieto, quien asumió de nuevo la secretaría del Comité Nacional, sin que se sepa exactamente quién lo nombró, cuando pudo viajar a Madrid en septiembre después de que el golpe militar lo sorprendiese en el País Vasco. El 30 de septiembre atacó el proyecto de un Consejo Nacional de Defensa y defendió la participación pura y simple del gobierno, pero la delegación de Cataluña seguía resistiendo y el acuerdo se atrasó.
La CNT contó con cuatro ministros que representaban a los sindicalistas y la FAI
Mariano R. Vázquez y los dirigentes catalanes lo que querían era obtener más ventajas y beneficios de los que Largo Caballero estaba dispuesto a conceder. Los últimos días de octubre se produjo un “regateo” entre Largo Caballero y Horacio Martínez Prieto para determinar el número exacto de ministros con que iba a contar la CNT. Al final fueron cuatro: Federica Montseny, Juan García Oliver, Joan Peiró y Juan López, quienes representaban los dos principales sectores que habían pugnado por la supremacía en el anarcosindicalismo durante los años republicanos: los sindicalistas y la FAI.
Joan Peiró y Juan López, ministros de Industria y Comercio, quedaban como indiscutibles figuras de aquellos sindicatos de oposición que, tras ser expulsados de la CNT en 1933, habían vuelto de nuevo al redil poco antes de la sublevación militar. El nuevo ministro de Justicia, Juan García Oliver, era el símbolo del “hombre de acción”, de la “gimnasia revolucionaria”, de la estrategia insurreccional contra la República, que había ascendido como la espuma desde las jornadas revolucionarias de julio en Barcelona.
Mientras a la ministra de Sanidad, Federica Montseny, la fama le venía de familia, hija de Federico Urales y Soledad Gustavo, y de su pluma, que había afilado durante la República para atacar, desde el anarquismo más intransigente, a todos los traidores reformistas.
La CNT aceptó cuatro ministerios que poco tenían que decir en los grandes problemas que afectaban al Estado, a la revolución y a la guerra. Los libertarios tuvieron que tolerar una política agraria que no compartían y, para la aplicación de su política industrial, Joan Peiró encontró serios obstáculos en los gobiernos autónomos de Cataluña y el País Vasco, zonas donde estaban localizadas las principales industrias.
Después llegó el «fracaso». Los libertarios, que, como consecuencia del derrumbamiento del poder republicano, participaban en las actividades políticas a través de los múltiples comités que ellos mismos crearon, se mostraron incapaces de plasmar todo eso en una política global cuando les llegó la hora, una incapacidad que deseaban las restantes fuerzas políticas.
CNT en el gobierno: 11/1936- 05/1937
Pocas huellas quedaron del paso de la CNT por el gobierno. Entraron en noviembre de 1936 y se fueron seis meses después, en mayo de 1937. Sin embargo, ese giro extraordinario fue positivo porque la defensa de la responsabilidad y de la disciplina evitó más derramamientos de sangre de los que hubo y ayudó a mitigar la resistencia que la otra estrategia disponible, la maximalista y de enfrentamiento radical con las instituciones republicanas, había alimentado.
También se olvidaron facetas como la de que García Oliver, un “anarquista de acción”, consolidó los tribunales populares o creó los campos de trabajo, en vez del tiro en la nuca, para los “presos fascistas”; que a un sindicalista de toda la vida como Joan Peiró le tocó regular las intervenciones e incautaciones de las industrias de guerra o que Federica Montseny escalara a la cúspide del poder político, un espacio negado tradicionalmente a las mujeres. Además, desde el ministerio emprendió una política sanitaria de medicina preventiva, de control de las enfermedades venéreas y de reforma eugenésica del aborto, que, pese a quedarse en una mera iniciativa, avanzó algunos debates todavía presentes en la sociedad actual.
En mayo de 1937, los trágicos sucesos en Barcelona aceleraron la pérdida del poder político y armado de los anarcosindicalistas. Bastante antes de perder la guerra, la revolución ya había dejado de ser para ellos aquella fuerza que se había llevado por delante en 1936 el viejo orden. Dado que la Guerra Civil se internacionalizó pronto y las fuerzas en lucha dependieron cada vez más de la ayuda extranjera, la CNT acabó aislada y sin ninguna posibilidad de competir en ese terreno con el Partido Comunista.
Desde la primavera de 1938, el movimiento libertario entró en fase de liquidación y el 1 de abril de 1939 todo se había acabado. Tras la conquista por el ejército de Franco de todo el territorio fiel a la República, el orden social fue restablecido con la misma rapidez con la que había sido derrocado. Las cárceles, las ejecuciones y el largo exilio metieron al anarcosindicalismo en un túnel del que ya no volvería a salir.
Fuentes: Historia y Vida y La Vanguardia