Idalia Martínez considera necesarias estrategias efectivas para respaldar en Cuba las tareas de cuidados que suelen asumir mujeres de mediana edad como ella y que, reconoce, agrega barreras a su desempeño profesional, autonomía y bienestar.
Tal reclamo es aún más perentorio en un contexto de acelerado envejecimiento demográfico, creciente emigración de jóvenes y una profundización de la crisis económica en este país insular del Caribe que arroja sobre cuidadoras y cuidadores obstáculos para dar alimentos, conseguir medicinas y gestionar insumos.
“Desde hace cinco años mi mamá, de 92 años, tiene una prótesis debido a una fractura de cadera. Debo atender que no resbale, bañarla, darle sus medicamentos y asistirla en algunas actividades”, ilustró Martínez, de 57 años, residente en el municipio de Marianao, uno de los 15 que conforman La Habana.
“También apoyo con mi única nieta, porque mi hija debe tomar muy temprano el transporte para ir a trabajar. En el caso de la niña, de cuatro años, la levanto, doy el desayuno, llevo al círculo infantil (preescolar). En la tarde la recojo, baño, doy algún alimento, además de jugar o leerle, hasta que llegue su mamá”, agregó.
Al conversar con IPS, Martínez convino en que facilita sus tareas “ser editora web y laborar desde la casa, pero debo ajustar muy bien los tiempos y trabajar muchas veces de noche y madrugada”, lo cual le resta tiempo para el descanso.
“Cuidar me ha servido también para tomar conciencia sobre quién soy, qué me merezco en la vida, cómo hacer las cosas mejor, cómo ayudar a otras personas cuidadoras con circunstancias más difíciles que las mías, y tomar conciencia en el ámbito familiar y hacer valer nuestros derechos”: Idalia Martínez.
“Mi vida social se ha reducido bastante. Tengo que acudir a otras personas cuando voy a comprar alimentos u otros trámites, que casi siempre llevan colas (filas) y bastante tiempo. En eso me colabora una vecina quien conversa con mi mamá y la observa mientras estoy fuera”, apuntó.
Si bien en ocasiones tiene el respaldo de una hermana y su sobrina, “ellas viven distantes. Cuando vienen nos alternamos en las tareas, pero mi hermana es mucho mayor que yo y también tiene enfermedades que necesitan atención”.
Martínez refirió que enfrentar tareas de cuidado “limita muchísimo compartir con amistades, salir al teatro o ir a los cines, sobre todo al Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, algo que disfrutaba mucho”, cada diciembre en La Habana.
Calificó como “complicada” la vida de un cuidador, porque “es un trabajo que no tiene remuneración y socialmente tampoco está visibilizado. Es indispensable el apoyo de toda la familia, ponernos de acuerdo, porque si bien hay una persona a mi cargo, también tengo necesidades”.
De acuerdo con Ramírez, si bien el tiempo para su cuidado personal es escaso, “trato de mantener si no pintadas, al menos sí limpias y arregladas las uñas de manos y pies. De eso se ocupa mi hija los fines de semana. He dejado que las canas florezcan, ya no me tiño, aunque una peluquera cerca de la casa me da tratamiento en el pelo. Ese es también un pequeño espacio para conversar y socializar”.
Añadió que en las noches, intenta asimismo “leer o ver alguna película que me interese”.
Barreras
La Encuesta Nacional de Igualdad de Género, realizada en 2016, evidenció que las cubanas dedican semanalmente un promedio de 14 horas más que los hombres al trabajo no remunerado el cual incluye la atención a personas adultas mayores, enfermas crónicas y dependientes, así como apoyar las tareas escolares de niñas, niños y adolescentes.
Por su parte, la Encuesta Nacional de Envejecimiento de la Población (Enep), de 2017, cuyos datos trascendieron en 2020, arrojó que cerca de 68 % de quienes ofrecen ayuda son mujeres y la mayoría tiene más de 50 años.
En el caso de necesitar cuidados, más de 57 % de la población que sobrepasa las cinco décadas prefiere que sean ofrecidos por mujeres, según el estudio.
Investigaciones apuntan que las personas cuidadoras generalmente ven limitados sus proyectos de vida, lo cual genera desigualdades en el acceso a oportunidades y refuerza inequidades de género.
Otros análisis coinciden en que la sobrecarga por el trabajo doméstico, ayuda a la familia y cuidado de personas dependientes, así como la desvalorización e invisibilización de estas tareas, pueden considerarse una expresión de violencia del orden patriarcal.
La división sexual del trabajo ha naturalizado la idea de que tras cesar su labor como trabajadoras fuera de casa, las mujeres están “obligadas” a asumir una segunda jornada laboral en sus hogares.
Una redistribución y revalorización del trabajo mejoraría las posibilidades reales de desarrollo, autonomía y bienestar de ellas.
Subsisten otros desafíos relacionados con la crisis económica interna que precariza aspectos de la vida cotidiana y con ello, la situación de vulnerabilidad tanto de las personas que reciben cuidados como de sus cuidadores.
Además de las dificultades para conseguir alimentos suficientes, de calidad y a buen precio, en un país con una notable inflación y déficit de las producciones agropecuarias, “resulta complicado acceder a medicamentos o insumos como pañales desechables, algodón, alcohol o jabones para lavar las sábanas con frecuencia”, señaló Maura Sánchez.
Esta médica veterinaria jubilada de 67 años, residente en el municipio de Centro Habana, contó a IPS que desde hace casi una década cuida a su padre, hoy con 89 años y una demencia senil.
Eso “implica estar muy pendiente de él. Es muy demandante y una se agota. Sin respaldo de la familia o de donativos, resulta muy difícil atender adecuadamente a una persona con estas condiciones”.
Reconoció que aunque sus dos hermanos aportan dinero y algunos productos, “el peso de la atención la llevo yo. Como hay pocos medicamentos en las farmacias, algunos para la hipertensión, la diabetes o mantenerlo sedado debo comprarlos por la calle (mercado negro), bien caros. Ni la pensión de mi padre ni la mía alcanzan”.
“Creo que ganaríamos mucho si tuviéramos mecanismos que nos facilite la adquisición de ciertos insumos, al igual que la compra de alimentos. Eso organizaría y mejoraría nuestro tiempo, para enfocarnos mejor en esa persona que cuidamos”, apuntó Sánchez.
Más apoyos para familias y quienes cuidan
Unas 221 000 personas mayores viven solas en Cuba, en su mayoría mujeres, cuya esperanza de vida sobrepasa los 80 años, frente a 75 años los hombres.
De ese conjunto con una edad promedio de 71 años, más de 82 % cuenta únicamente con ingresos devenidos del trabajo o la jubilación, al tiempo que casi 8 % tiene necesidades especiales que ameritan auxilio de otra persona o cuidados constantes, corroboró la Enep.
Datos de la estatal Oficina Nacional de Estadística e Información (Onei), señalan que 22,3 % de la población cubana tiene 60 años y más, y al concluir 2023 la cifra será un punto porcentual superior.
Para 2025 uno de cada cuatro residentes en la isla será un adulto mayor. Una década después este grupo poblacional representará un tercio del total y aumentará las presiones sobre la población económicamente activa, que a su vez disminuirá.
Desde 2016, cuando alcanzó una cota máxima de 11,2 millones de habitantes, la población cubana comenzó un anómalo proceso de decrecimiento, en el cual confluyen diversos factores como el éxodo de las capas más jóvenes, la sostenida reducción del índice global de fecundidad y el aumento del número de muertes en relación con la totalidad de nacimientos anuales.
Para 2025 Cuba tendrá una población inferior a 11 millones de ciudadanos, 17 años después debe bajar de los 10 millones y serán menos de nueve millones en 2055, según las proyecciones de la Onei.
Las condiciones económicas en la isla estimulan en estos momentos la emigración, sobre todo de profesionales y mayoritariamente de personas con edades de 15 a 49 años.
Sobre los hombros de la población de 50 años en adelante recaen, principalmente, las labores de cuidado, con el consiguiente desgaste físico y psicológico, que a su vez la coloca en condiciones de vulnerabilidad.
Investigaciones insisten en que a pesar de los esfuerzos del gobierno cubano, resultan insuficientes los servicios y los sistemas de apoyo a las familias para proveer cuidados, en particular a las personas mayores.
Al respecto recomiendan el establecimiento de un sistema integral de cuidados, que además de un aumento de hogares de ancianos, priorice la formación de más personal de enfermería, de la medicina y asistentes especializados en geriatría para afrontar los retos de la demencia y discapacidades, además de la atención de salud y psicológica para la calidad de vida de las personas que cuidan.
También abogan por la promoción de estudios sobre sistemas de atención a las personas proveedoras de cuidado, que contemplen la capacidad personal, las condiciones sociales y los servicios para ofrecer cuidados, y a su vez proteger su salud y bienestar.
Ramírez aseguró que la creación de grupos de Whatsapp “de personas que cuidamos nos ha permitido compartir experiencias, avisarnos sobre la llegada de algunos productos y comprar o compartir determinados insumos”.
Cuidar a su mamá y nieta, confesó la editora, “me ha servido también para tomar conciencia sobre quién soy, qué me merezco en la vida, cómo hacer las cosas mejor, cómo ayudar a otras personas cuidadoras con circunstancias más difíciles que las mías, y tomar conciencia en el ámbito familiar y hacer valer nuestros derechos”.