Se dice que el papa Francisco está trayendo, como se esperaba, buenos aires a la Iglesia, que no quiere que se queden en simples gestos populistas, y afectarían al núcleo moral del catolicismo: a los mismísimos mandamientos. Ya en su visita a Brasil lo apuntó al hablar de una «revolución de la fe». Permítaseme que, […]
Se dice que el papa Francisco está trayendo, como se esperaba, buenos aires a la Iglesia, que no quiere que se queden en simples gestos populistas, y afectarían al núcleo moral del catolicismo: a los mismísimos mandamientos. Ya en su visita a Brasil lo apuntó al hablar de una «revolución de la fe». Permítaseme que, por su trascendencia, haga público el borrador del documento de su anuncio al mundo sin indicar cómo me ha sido revelado (consciente de que esto alimentará las dudas sobre su autenticidad), pues probablemente las fuerzas del mal impedirán que la nueva visión del Decálogo alcance valor normativo oficial. Hela aquí.
>>Recordemos que la Biblia recogió los mandamientos que Dios transmitió a Moisés hace más de 3.200 años, y unos 1.600 años después (en los tiempos de san Agustín) la Iglesia los ajustó a los tiempos para darles un lugar predominante en la enseñanza de la fe. Han pasado otros 1.600 años llenos de avances -y también de sombras-, por lo que parece que es llegado el tiempo de una tercera edición, en realidad una nueva interpretación de los mismos (pues no cabe que se altere la palabra de Dios) diez mandamientos iluminada por la razón y los derechos humanos.
Los diez mandamientos de Dios en su nueva lectura -aquí sólo esbozada- son:
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Amarás a Dios sobre todas las cosas.
Dios es amor y nos hace libres. Por tanto, amar a Dios es amar, y por tanto respetar, la libertad de conciencia de todos. Promoverla supone no adoctrinar, sobre todo a los más frágiles, los niños, y especialmente en los centros de enseñanza.
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No dirás el nombre de Dios en vano.
El respeto a la libertad de conciencia exige que no invoques a Dios en el ámbito público, en particular a la hora de dictar leyes y repartir la riqueza de todos. Ello supone la separación de la Iglesia y el Estado, la laicidad.
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Santificarás las fiestas.
Santificarás las fiestas católicas, pero respetarás especialmente las fiestas generales de todos, creyentes e increyentes varios. Defenderás así que las festividades no laborables sean las de carácter común, laico. Asimismo, este mandamiento supone incorporar y promover la alegría como virtud cardinal. No mirarás con sospecha el juego, el humor y el goce del cuerpo.
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Honrarás a tu padre y a tu madre.
Significa honrar y respetar nuestras raíces; sabedores de nuestro estrecho parentesco evolutivo, significa respetar al prójimo: su bienestar material y su autonomía espiritual. Y respetar de forma sensata al resto de seres vivos -con los que compartimos origen- y al medio ambiente, sin desdeñar por ello lo «artificial» realizado de modo sostenible y en bien de los humanos. Significa también, por supuesto, la igualdad de derechos entre los sexos, dentro y fuera de la Iglesia.
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No matarás.
Defenderás la vida humana. Además de lo obvio, supone que debes luchar por unas condiciones de vida dignas para todos, por encima de los intereses comerciales, ideológicos y políticos. Defenderás la vida plena, respetando cómo desea cada ser humano vivirla y morirla. Facilitarás el control voluntario de la natalidad por medios eficaces. No matarás la autonomía de las mentes, sino que promoverás el conocimiento, el pensamiento crítico y la investigación científica. Alentarás que ésta trabaje al servicio de todos, no dirigida ni frenada por intereses económicos o ideológicos particulares.
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No cometerás actos impuros.
Los actos impuros se comenten cuando se utiliza el cuerpo del prójimo sin contar con su voluntad adulta. Es el caso de los abusos y las violaciones. Especialmente grave es la pederastia. En cambio, la masturbación, las relaciones hetero y homosexuales consentidas, y otras prácticas sexuales libres (fuera o dentro del matrimonio) son actos puros.
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No robarás.
Además de lo obvio, renunciarás a los ingresos ilícitos y combatirás la prevaricación y otras formas de corrupción. También te opondrás a la financiación privilegiada por los Estados de instituciones defensoras de cualesquiera creencias o convicciones particulares, y exigirás la devolución de lo conseguido indebidamente. Lucharás contra la usura de los bancos y a favor de salarios justos, en empleos dignos. Defenderás, por encima de la caridad, un reparto justo e igualitario de la riqueza. Te opondrás a la explotación tanto entre individuos como entre países.
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No dirás falsos testimonios ni mentirás.
Además de lo obvio, promoverás la racionalidad y la ciencia; la fe no podrá oponerse a ellas. En particular, no creerás ni intentarás hacer creer en los milagros, como resurrecciones o nacimientos virginales. No creerás ni intentarás hacer creer en el cielo ni el infierno, ni en almas incorpóreas, ángeles y demonios; ni en Dios como un Dios personal y providente.
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No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
Alejarás de ti cualquier deseo de manipular al prójimo, de violentar su cuerpo o su voluntad. Por el contrario, respetarás su libertad. Huirás del adoctrinamiento, la propaganda y el fundamentalismo.
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No codiciarás los bienes ajenos.
Te esforzarás para que la codicia no domine tu conducta. Denunciarás la apropiación de bienes públicos por entidades privadas, especialmente cuando esto se haga en nombre de Dios. No codiciarás el control de las vidas ajenas, ni consentirás que otros lo hagan, por lo que promoverás la democracia en todos los niveles del orden social, en (y entre) todos los Estados del mundo.
Estos mandamientos se han resumido tradicionalmente en dos: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. En la nueva lectura, se resumen en uno solo: amarás y respetarás la vida y la libertad de conciencia del prójimo y de ti mismo.
Que el resplandor de esta nueva luz nos ilumine la renovada fe, y ésta se desate y crezca continuamente en nosotros hasta que llegue el día sin ocaso. Dado en Roma, junto a San Pedro, el 30 de julio, solemnidad de San Pedro Crisólogo («palabra de oro», contemporáneo de san Agustín y enemigo de la superstición), del año 2013, primero de mi Pontificado.
Juan Antonio Aguilera Mochón. Miembro de Europa Laica.
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