Reseña sobre el libro de Andrés de Francisco, Ciudadanía y democracia. Un enfoque republicano.
Los Libros de la Catarata, Madrid 2007.
Ciudadanía y democracia es una obra valiente porque su autor es sincero, no se engaña ni nos engaña. De Francisco presenta una solvente crítica al neoliberalismo, por una lado, y la recuperación, por otro, de algunos de los elementos centrales de la tradición ético-política republicana (libertad, democracia, ciudadanía, virtud). Sin embargo, desde el principio nos advierte que el tronco histórico del republicanismo es antidemocrático, elitista y oligárquico (pp. 17/18). La valentía que lleva al autor a ser sincero, a no edulcorar lo que sin duda es parte de la tradición de pensamiento político que defiende, nos pone en guardia muy pronto ante lo que se nos pueda ofrecer. A estas alturas de la historia el escepticismo es una medida necesaria de salud mental. Bien es cierto que este libro no está solo, que se enmarca en una interesante corriente de recuperación del pensamiento republicano a la que hay que prestar atención. Pero las refundaciones han sido con frecuencia más un síntoma de impotencia que de vigor teórico y político. Puesto que Andrés de Francisco revisa la tradición republicana, sin dejar de ser fiel a su historia, desde una perspectiva radicalmente democrática, nos preguntamos al iniciar la lectura de este libro si la revisión merece la pena, si consigue desembarazarse de los aspectos menos atractivos del republicanismo, si puede ser una alternativa al liberalismo e inspirar a la izquierda o hemos de buscar en otro lado. Con un estilo claro y directo, el autor desmonta los dogmas del liberalismo dogmático y teje una sólida alternativa republicana que trata de dar repuesta a esas preguntas y temores.
Ciudadanía y democracia se articula en dos ejes centrales, el que contrapone el liberalismo y el republicanismo, por un lado, y el que contrapone la oligarquía y la democracia, por otro. Dicho de otra forma, se enfrentan aquí dos maneras de entender la libertad y la distribución del poder, poder que quita o da libertad. Liberalismo y republicanismo hacen de la libertad su concepto central, si bien lo entienden de forma distinta. Quien no sufre interferencia alguna es libre para el liberal, quien no está dominado es libre para el republicano. En esa diferencia se encierran dos mundos. El liberal siente pavor si su libertad de hacer esto o aquello queda mermada, incluso cuando la merma procede de leyes legítimas y principios sociales justos («que no aumenten los impuestos para hacer hospitales», clamará el liberal, «porque se atenta contra mi libertad»). Contra ese pavor levanta el liberalismo muros ideológicos. Andrés de Francisco desmonta esos muros en los dos primeros capítulos de su libro. En el primero nos presenta los dos grandes dogmas del liberalismo económico clásico -la autorregulación de los mercados y las supuestas bondades de la mano invisible-; en el segundo las consecuencias políticas de esos dogmas -las despolitización de la economía, el Estado mínimo y el falso pluralismo político. Que el mercado libre no existe, que el equilibrio de competencia perfecta es un sueño irrealizable, que los mercados producen resultados injustos e ineficientes si no interviene el Estado y que la libre competencia entre partidos es en realidad una pugna feroz entre oligarcas es sabido; lo que sorprende es que se sigan defendiendo tales dogmas -«desde la cátedra hasta la tertulia radiofónica», como señala el autor-, y, peor aún, que se quieran aplicar en tantos países. Ahora bien, lo notable de la primera parte de Ciudadanía y democracia es que desmonta los dogmas del liberalismo desde la mejor ciencia social. Esto no es lo corriente, por desgracia, en libros tan políticos y comprometidos como éste. Lo corriente suele ser una arenga contra el neoliberalismo que se puede compartir desde un punto de vista moral, pero no desde el teórico, pues suele ser insustancial. De Francisco ataca los dogmas del liberalismo desde la moderna teoría económica. La economía moderna ha demostrado formalmente que los mercados generan asimetrías de poder y que no funcionan sin complejas instituciones que los regulen, esto es, que interfieran en sus resultados. Entonces, ¿de qué mercado nos habla el liberalismo y desde qué teoría económica? De un mercado perfecto inexistente y desde una economía neoclásica que no ha pasado por la revolución de la teoría de juegos, la economía de la información o la nueva economía institucional. La revolución a que se ve sometida la economía a partir de los años ochenta proporciona a la izquierda un arsenal muy poderoso para criticar el liberalismo económico dogmático y el mercado salvaje.
Con todo, no se trata sólo de criticar el liberalismo económico y sus corolarios políticos con buenas teorías, sino de ofrecer una alternativa al capitalismo que distribuya mejor la libertad y el poder económico y político, lo cual «pasa por tomarnos en serio los principios del republicanismo democrático» (87). La segunda parte de Ciudadanía y democracia se ocupa en serio de esos principios. ¿Qué quiere decir «en serio»? Quiere decir que no nos hallamos ante una recuperación nostálgica o a la desesperada de conceptos caducos, sino ante una recuperación capaz de afrontar los problemas políticos de hoy desde una concepción de la libertad más profunda que la liberal. La libertad republicana es ausencia de dominación. Si el liberal teme la interferencia, incluso la que favorece a los desfavorecidos, el republicano teme la dominación: «la liberad republicana es en buena medida la libertad del temor a la opresión» (125). Para conjurar ese temor la tradición republicana construye un robusto concepto de ciudadanía. Ahora bien, históricamente ese concepto no ha sido lo bastante incluyente: mujeres, siervos, esclavos, pobres o simples trabajadores han quedado casi siempre fuera de sus fronteras. Para superar esa limitación Andrés de Francisco desarrolla una interesante concepción de la ciudadanía entendida como un «espacio cívico tridimensional» (106) que permite analizar dónde se produce la exclusión y cómo se puede ser lo más incluyente posible. Dado que el concepto de ciudadanía puede tener una superficie limitada (pocos son ciudadanos), una altura desigual (una ciudadanía muy estratificada) y diferente profundidad (ciudadanía igual en muchos aspectos o en muy pocos), para conseguir la plena integración en todas las dimensiones habrá que redefinir republicanamente la democracia, recuperar la concepción clásica de la virtud y plantear abiertamente la cuestión de la independencia económica de los ciudadanos. De Francisco entiende la democracia como la mayor distribución posible del poder y, por tanto, como gobierno de los pobres, que son mayoría (y donde no lo sean en sentido estricto, tampoco lo serán desde luego los ricos): «si la voz informada de las gentes del común no se hace oír, si el poder no se dispersa y divide…si los equilibrios de poderes no rectifican los sesgos oligárquicos…los gobiernos -ejecutivos y ejecutivas- seguirán devorando a la soberanía» (168). Pero esto no es posible sin ciudadanos virtuosos, es decir, interiormente libres, no alienados. Una ciudadanía alienada se domina con facilidad, del mismo modo que se domina con facilidad a quien depende de otro para vivir. Como señala de Francisco, desde la democracia jeffersoniana de propietarios hasta la renta básica universal, pasando por la propiedad colectiva de los medios de producción, el republicanismo se ha enfrentado al problema de la independencia económica como requisito indispensable de la libertad. Democracia (o, si se prefiere, la distribución igualitaria del poder), virtud y propiedad (o, si se prefiere, la distribución igualitaria de los recursos) siguen siendo las bases de una ciudadanía libre.
Así pues, las páginas de Ciudadanía y democracia demuestran que en algunas ocasiones mirar atrás puede ser revolucionario, sobre todo cuando se posee una herencia rica en ideales de justicia, igualdad, democracia y libertad. La izquierda debe recuperar sin reparos un ideario republicano que le pertenece y que puede permitirle ofrecer una alternativa radical al neoliberalismo rampante. Lo cual no significa que ya esté todo hecho. La tradición republicana carece de una teoría de la justicia distributiva (por eso es tan importante el último capítulo de este libro, en que se debate la de John Rawls y se destacan sus elementos republicanos); carece de una teoría del Estado que esté al día; naufraga a menudo -también de Francisco- con un concepto de demos (la gente del común) idealizado; tiene que hacer frente a la diversidad cultural sin olvidar la naturaleza opresora de muchas culturas. Ahora bien, esas limitaciones invitan a seguir pensado, pues el republicanismo democrático puede ofrecer a la izquierda un marco común contra la fragmentación y el desaliento.