La confrontación ideológica que la izquierda va perdiendo por incomparecencia, se evidencia palmariamente tanto en el lenguaje usado en medios de comunicación como en el de la cotidianeidad de la calle. Una de las manifestaciones más reiteradas la constituye el papel de algunos periodistas como entrevistadores y a la vez contradictores con las personas que […]
La confrontación ideológica que la izquierda va perdiendo por incomparecencia, se evidencia palmariamente tanto en el lenguaje usado en medios de comunicación como en el de la cotidianeidad de la calle. Una de las manifestaciones más reiteradas la constituye el papel de algunos periodistas como entrevistadores y a la vez contradictores con las personas que acceden al diálogo. Unas personas que por supuesto, suelen ser con harta frecuencia representantes de la izquierda política e ideológica.
Hace unos días pude comprobar cómo el interrogador, que no entrevistador, entraba en confrontación con su interlocutor a causa de que aquél se había permitido sacar a relucir la corrupción empresarial. Inmediatamente el periodista alegó que él también era pequeño empresario y en consecuencia integrante de esa hermandad benéfica y filantrópica que además de «crear riqueza» daba trabajo. Reparen los lectores en la expresión antedicha «dar trabajo», regalar empleo o aliviar el paro. Considero que nosotros debemos empezar ya a contradecir a tanto sofista aún a riesgo de que no nos vuelvan a llamar. La mayoría de los lectores y de los espectadores de radio y de televisión nos lo agradecerá.
Con harta ligereza cuando no alevosa tendenciosidad, los defensores del sistema suelen identificar en una relación unívoca a la empresa y al empresario. Es evidente que la empresa entendida ésta como la conjunción de trabajadores, medios de producción y procesos organizativos en orden a crear valor, es indispensable en cualquier economía y en consecuencia su existencia es insoslayable. Sin embargo no puede decirse lo mismo del empresario. La Historia nos da ejemplos de autogestión empresarial en empresas colectivizadas y/o públicas que se encargan de echar por tierra la pretensión de unir en un conjunto cerrado al centro laboral y al empresario privado. La figura del empresario privado es contingente la de la empresa no. En consecuencia se deben separar ambos conceptos para evitar así que la necesaria existencia de la empresa sea trasladable a algo puramente accesorio: el empresario.
En el lenguaje político oficial, es decir el del poder económico y sus alternantes representantes en el Gobierno, la denominada «clase empresarial» es fundamental para crear empleo. De ahí que cuando comparecen sus miembros o los que les representan, el discurso monotemático es que sin ayudas de todo tipo a los empresarios la creación de empleo no puede realizarse. Como verán los lectores la historia se enraíza en el imaginario colectivo del señor feudal que de manera munificente y totalmente altruista accede a dar un salario a algunos ciudadanos o ciudadanas. El que escribe estas líneas ha sido testigo en las distintas localidades en las que ha ejercido su profesión de cómo algún que otro jornalero decía lo bueno que era D. Zutano porque daba trabajo. Nunca llegaron a pensar quién habría recolectado las aceitunas o segada la mies sin que ellos estuvieran.
Ya es hora de que recobremos lo que hemos aprendido en los textos de los maestros del pensamiento liberador y de la experiencia de la vida. Sin trabajadores o asalariados en general, la empresa no funcionaría. El empresario compra la fuerza física o mental del trabajador porque ésta es indispensable para la existencia de la empresa. Lo que ocurre es que, sabedores de ello, los empresarios y sus coros invierten el sentido de las cosas para velar, ocultar y distorsionar la auténtica naturaleza de las mismas. Se trata de que el trabajador no sea consciente de su importancia y del papel que juega en la producción.
Para distorsionar enmascarar aún más la realidad, el poder se ha inventado una palabreja que a modo de ungüento amarillo o bálsamo de Fierabrás, ejerce de lubricante en la tarea de inyectar en las cabezas de los dominados una buena nueva: seréis como los triunfadores, perteneceréis a la élite, entraréis en el selecto club de los emprendedores.
La palabra empresario queda difuminada por el nuevo vocablo. Un vocablo que debido a su origen semántico suena a aventura, a romanticismo social, a forjadores de un new deal en esta época de crisis del capitalismo. Porque además, en la gran mayoría de casos, el o la aspirante a emprendedor o emprendedora, deben endeudarse para montar algo que a continuación termina siendo una herramienta de esclavitud por mor de canales de comercialización, subcontratas y demás dependencias de estructuras cuasi mafiosas del capitalismo en grande.
Creo que la izquierda globalmente considerada debe retomar una de sus luchas más importantes que en otros tiempos sirvió de concienciación a la gran masa de explotados y marginados: la lucha ideológica en todos los frentes y desde luego en el más importante de ellos, el lenguaje.
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