Reconocer fallos propios nunca es fácil, menos aún en política. El viernes, en sendas ruedas de prensa con las que José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy dieron por terminada la legislatura, ambos líderes hicieron ese ejercicio tan difícil como inusual, el de la autocrítica. No fue por iniciativa propia sino a petición de la […]
Reconocer fallos propios nunca es fácil, menos aún en política. El viernes, en sendas ruedas de prensa con las que José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy dieron por terminada la legislatura, ambos líderes hicieron ese ejercicio tan difícil como inusual, el de la autocrítica. No fue por iniciativa propia sino a petición de la prensa, que tiró de una pregunta tan tópica como eficaz: ¿Cuáles han sido sus principales errores durante estos cuatro años? ¿De qué se arrepiente?
Uno de los trucos más conocidos para sobrevivir a este tipo de preguntas durante una entrevista de trabajo consiste en contestar a la trampa de «cuál crees que es tu principal defecto» con una virtud: «Mi principal defecto es que soy muy perfeccionista». A Mariano Rajoy también le funciona.
«¿Mis errores? Quizá no tuve la suficiente capacidad de convicción o no empleé suficiente tiempo para convencer al presidente del Gobierno de que era absurdo ponerse a discutir sobre España y de que era absurdo negociar con ETA», respondió el viernes el líder del PP a la petición de algo de autocrítica por parte de la prensa. No está de más releer la frase, pues tiene miga. Rajoy nunca se equivoca y, cuando «quizá» (y sólo quizá) comete algún error es por culpa de Zapatero, que no se deja convencer de lo equivocado que está. Mariano, no seas tan duro contigo mismo.
Rajoy no había tenido una floritura argumental tan reveladora desde aquel «Si usted no cumple sus compromisos, le pondrán una bomba, y si no se las ponen, es que ha cedido» con el que consiguió que la entrega de Navarra, la rendición ante ETA y el hecho de que el terrorismo había vuelto a matar, todo al tiempo, fuesen uno y trino.
Dichos y hechos
El viernes, a Zapatero también le preguntaron por sus errores. Reconoció dos y los dos recientes, de los últimos doce meses: el «dentro de un año estaremos mejor» de un día antes del atentado de la T4 y comprometerse a que el AVE estaría el 21 de diciembre en Barcelona.
En ambos casos la autocrítica que asume Zapatero es por cosas que se han dicho mal, no que se han hecho mal. No es como lo de Rajoy -al menos Zapatero reconoce errores propios y no del vecino de enfrente-, pero su respuesta también tiene truco.
Cuando se gobierna, los errores más graves se cometen por acción u omisión. Por lo que se hace, no por lo que se dice. El problema no fue fijar una fecha para la inauguración del AVE sino que el AVE aún no ha llegado a Barcelona y se acaba otro año más, y ya son muchos tarde. El error no fue anunciar, hace un año, que hoy estaríamos mejor frente a ETA. Lo criticable de aquel episodio es que el Gobierno, empezando por el Ministerio del Interior, estuviese tan mal informado con respecto a la evolución del frustrado proceso de paz.
En cualquier caso, ni el retraso del AVE ni mucho menos la negociación con ETA son, en mi opinión, los errores más graves de Zapatero durante esta legislatura. Al presidente se le puede reprochar, desde la izquierda, que no haya intentado ir más allá en los temas sociales, en asuntos pendientes desde el 96 como el aborto, que estaba en su programa, o en el derecho a una muerte digna, que estaba en sus planes. Que no se atreviese a pactar en Navarra por miedo al qué dirán de la derecha. Que respalde el canon de la SGAE. Que la Iglesia cobre hoy del Estado más que antes. Que la Fiscalía actúe cuando el imán de Fuengirola dice que a las mujeres hay que azotarlas pero que no pase nada cuando un obispo afirma que los niños van provocando.
Sin consensos
Sin embargo, de lo que no se puede culpar a Zapatero, como hace el PP, es de haber roto los consensos durante esta legislatura. El viernes, Mariano Rajoy aseguró que, si gana, no sólo se irá a los ocho años sino que «en seis meses habrá acuerdos con el PSOE». ¿Y si pierde?, preguntaron los periodistas. Rajoy se escapó: «No me lo he planteado. Lo veo muy lejano».
Mariano Rajoy hace bien en no planteárselo. Si pierde, dejará de ser su problema. Por suerte, pues ya hemos visto estos últimos cuatro años en qué consiste su lealtad institucional cuando es él quien debe ser leal al Gobierno en los temas de Estado, como la lucha antiterrorista. «Si usted no cumple sus compromisos, le pondrán una bomba, y si no se las ponen, es que ha cedido». Una de dos: o yo gano, o tú pierdes. Es la historia de esta última legislatura.