Cuando se inició la crisis financiera en el 2008 muy pocas fueron las voces que advirtieron a la opinión pública de su magnitud. Sólo algunos economistas de izquierdas se atrevieron a explicar la gravedad de la situación y de sus consecuencias, cotejándola con el crack de la Bolsa de Nueva York en 1929 y la […]
Cuando se inició la crisis financiera en el 2008 muy pocas fueron las voces que advirtieron a la opinión pública de su magnitud. Sólo algunos economistas de izquierdas se atrevieron a explicar la gravedad de la situación y de sus consecuencias, cotejándola con el crack de la Bolsa de Nueva York en 1929 y la posterior depresión económica que asoló a EEUU de este a oeste y hundió a Europa en un gran descontento social, donde el fascismo halló las condiciones necesarias para hacerse con el poder político y desencadenar la II Guerra Mundial. Hablar en estos términos y hacer estas comparaciones sobre una de las tantas crisis que el capitalismo repetía cada cierto tiempo sin llegar a mayores, parecía más un augurio fatalista que un análisis certero desde la crítica a la estructura de la economía capitalista. Pero igual que en 1929, en el 2008, en el Estado y también en Euskal Herria, muchas empresas comenzaron a tener serios problemas, unas cerraban, en otras se aplicaban «eres», el trabajo precario proliferó rápidamente y el desempleo aumentó a niveles inesperados. Los bancos exigieron a los gobiernos grandes sumas de dinero público para rescatar sus cuentas mientras el FMI y Alemania imponían unas condiciones de vida más duras para la clase trabajadora y los sectores más desfavorecidos.
Ante tan grave panorama, el despiste social ha ido desapareciendo y un baño de realidad nos despejó a casi todos. Los intelectuales más cercanos a la clase trabajadora comenzaron a presentar la situación como una crisis sistémica, que iba más allá de la estructura económica y abarcaba también a la política, a las instituciones, a la cultura, al Estado de las autonomías e, incluso, a la cómoda ideología de un cierto conformismo burgués, de «clase media», instalado en algunos sectores de la clase trabajadora.
Los gobiernos, sobre todo los de los Estados del sur de Europa, acataron con rigor las directrices del capital transnacional y entregaron la soberanía y el poder a la autoridad económica del FMI, al mismo tiempo que la democracia y el estado de bienestar de Keynes se iba precipitando y desapareciendo en el abismo de los recortes, las privatizaciones y las reformas laborales, con el consentimiento de aquella socialdemocracia que ganó tantas elecciones y ahora se contempla como una dama decadente y sin capacidad para seducir.
En poco tiempo, la gente, el pueblo y la calle se percataron de que la crisis neoliberal había llegado para instalarse en el futuro de la desigualdad, el paro, los desahucios, la pobreza y la exclusión. Si las elecciones al Parlamento europeo en el estado han tenido alguna utilidad, se puede decir que, al menos, han servido para demostrar tres realidades más que importantes, interesantes: que no se puede bajar la guardia ante la derecha (éxito del populismo de extrema derecha en Europa), que la izquierda va superando antiguos complejos y marca una incipiente tendencia al alza y que se ha visualizado una más que probable, ruptura del bipartidismo (PP-PSOE).
Durante esta crisis, la realidad social y las necesidades de la gente corriente se han movido inquietas en busca de algo diferente a lo conocido y vivido y, con ellas, también se han removido los conceptos y los espacios ideológicos, políticos y por ende organizativos. En este contexto global, y sin mentarla por su nombre, la praxis comunista de hoy y para hoy (no de ayer y para ayer) ha iniciado, sin saberlo, un empoderamiento social que debe responder a la necesidad imperiosa del pueblo de crear nuevas alternativas. «No soy comunista pero….», se afirma antes de formular cualquier queja o crítica sobre el desmantelamiento progresivo del estado de bienestar. Y detrás de ese «pero» suele enumerarse una lista de razones económicas, preocupaciones y desgracias sociales, que curiosamente tienen su reflejo en las escritas en 1848 por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista.
A Euskal Herria la crisis sistémica llegó en un momento de gran importancia histórica en la lucha por la independencia y el socialismo. La nueva estrategia política de la Izquierda Abertzale decidió iniciar un proceso unilateral y de acumulación de fuerzas para la hegemonía que ayudara a constituir mayorías efectivas, capaces de acceder a la gobernanza de nuestro país para poder cambiar; fuerzas unidas por aquello en lo que se coincide, respetuosas con las diferencias y sin olvidar los objetivos que, en el caso de la histórica Unidad Popular de la Izquierda Abertzale, siempre se han inscrito en el compromiso con la praxis socialista.
Esta estrategia en la que se quiere caminar como pueblo, junto a la socialdemocracia de EA y hacer malabarismos políticos con el PNV por el derecho a decidir, los derechos de los presos y la resolución del conflicto, se ha visto acuciada, en el terreno social, por los problemas humanos y colectivos que genera la crisis.
La Euskal Herria de hoy no es la de los años 30, 60, 70 u 80, ni siquiera de los 90, es otra, distinta, que camina sobre una importante experiencia de lucha por la liberación nacional y social, y se enfrenta a problemas cuya solución se tiene que hallar en paradigmas y análisis nuevos, realizados siempre desde la crítica a las estructuras económicas capitalistas actuales y a la hegemonía cultural e ideológica que éstas pretenden seguir imponiendo a este pueblo.
A nuestro entender, la activación social, el movimiento popular, el sindicalismo, incluso Sortu como opción política, deben de empoderarse ideológicamente, liberarse y sumergirse en la injusta y amarga verdad social que está edificando la crisis y, con ello, constituir la práctica y la acción que responda a las necesidades de la Euskal Herria del presente, un hoy que hay que administrar afrontando nuevos espacios políticos, incluido el de los y las abertzales comunistas, engarzándolos en un objetivo final, que dados los tiempos de desprestigio para la monarquía parlamentaria española y para el Estado único y unido, bien podría ser la República Vasca independiente y socialista.
Pero debemos convencernos de que las contradicciones del capitalismo no llevarán inexorablemente a la libertad, lo que obliga a las fuerzas populares y socialistas a esbozar nuevas estrategias de lucha considerando las complejidades de los países desarrollados. Destacamos el enorme peso del factor represivo (más refinado) y cultural en una sociedad civil más densa, más compleja, poblada de organizaciones múltiples, en la cual inciden diversas perspectivas intelectuales, sin contar la muy problemática interferencia de los medios de comunicación sistémicos en la conformación de la opinión pública.
A pesar de lo negativo de la crisis, si la analizamos del revés, como en el poema de Goytisolo, se abre un tiempo interesante, de cambio, acosado y presionado de lejos por el peligro del populismo de la derecha sí, pero también lleno de oportunidades para la izquierda, un tiempo donde los abertzales comunistas, tenemos algo o mucho que aportar para contribuir a crear en el seno de la Izquierda Abertzale y en Euskal Herria las oportunas contradicciones que nos obliguen a avanzar en la realización del sueño posible en el que siempre ha creído la mayor parte de este pueblo: la independencia y socialismo.
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