Aseguraba Carme Chacón, ministra de Defensa española, no haber sido nunca partidaria de eufemismos o dobles lenguajes. Lo advertía al tiempo que se declaraba pacifista, «y los ejércitos del siglo XXI también lo son», y agregaba que «éstos no son tiempos para el intervencionismo militar», antes de acabar insistiendo en que la presencia militar española […]
Aseguraba Carme Chacón, ministra de Defensa española, no haber sido nunca partidaria de eufemismos o dobles lenguajes. Lo advertía al tiempo que se declaraba pacifista, «y los ejércitos del siglo XXI también lo son», y agregaba que «éstos no son tiempos para el intervencionismo militar», antes de acabar insistiendo en que la presencia militar española en el país asiático no tiene otro propósito que «defender la libertad».
Tal parece, sin embargo, que la defensa de tan noble derecho no está siendo muy exitosa. Los propios informes militares españoles dan cuenta de que en Badghis, la provincia bajo tutela española, los insurgentes han multiplicado por diez, sólo en un año, el número de sus efectivos.
«Hace un año, la insurgencia estaba a 100 kilómetros de la capital. Ahora, la tenemos en la puerta», explicaba un mando militar español destinado en esa región en declaraciones al periódico El Mundo.
Y ello, no obstante el esmero demostrado en la reconstrucción del país, la otra gran encomienda de las tropas españolas, a la que también se refería el militar español: «La mayoría es gente que no tiene donde caerse muerta y está dispuesta a luchar por unos pocos dólares. Por eso les hemos estado pagando por abrir zanjas y luego cerrarlas. El problema es que no puedes comprar a quienes han perdido un pariente a manos de tropas occidentales y aquí todo el mundo es familia».
De que la población afgana pierda tantos parientes se ocupan, especialmente, las tropas estadounidenses, ya que, asegura la misma fuente, «mientras los españoles confían en ganarse poco a poco a la población, hacen la vista gorda con el narcotráfico y sonríen antes de preguntar, los estadounidenses desconfían de los nativos, ignoran su forma de vida y disparan ante la menor duda.»
En el distrito de Shindand, refiere el periódico, el mismo en el que murieron el 3 de noviembre dos soldados españoles, un bombardeo de EE UU mató en agosto a 96 civiles, incluidos 60 niños y 15 mujeres.
Y no ha sido el único desmán cometido por los pacíficos ejércitos occidentales, según la terminología de la ministra Chacón tan contraria al uso de eufemismos. El mismo periódico aportaba otro dato más en relación a las sosegadas artes que despliegan los pacificadores en Afganistán, y hasta se permitía hacerlo subrayando la escasa difusión que tuvo la noticia, como si semejante confesión absolviera su complicidad en el silenciado crimen: «Aunque no ha tenido tanta publicidad, el pasado 6 de noviembre, sólo tres días antes del atentado, un ataque aéreo de Estados Unidos mató a 13 insurgentes y a siete civiles en Ghormach, uno de los más conflictivos distritos de la provincia cuya reconstrucción corresponde a España».
Nadie sabe cuantos parientes restan por morir y cuantas zanjas más habrán de ser abiertas y cerradas antes de que la pacificación reconstruya Afganistán pero ya la ministra, no lo dudo, debe estar investigando qué otros vocablos, que no parezcan eufemismos, caben para nombrar la desvergüenza.