El libro, y la lectura, ha formado parte de la «educación sentimental» de muchas generaciones. La identificación con personajes, reflexiones, autores o situaciones ha ayudado a muchos lectores a la construcción de sus biografías. El escritor y periodista Pascual Serrano comparte estas lecturas y, más aún, lo que le sugieren y evocan, en un libro […]
El libro, y la lectura, ha formado parte de la «educación sentimental» de muchas generaciones. La identificación con personajes, reflexiones, autores o situaciones ha ayudado a muchos lectores a la construcción de sus biografías. El escritor y periodista Pascual Serrano comparte estas lecturas y, más aún, lo que le sugieren y evocan, en un libro recientemente publicado por Icaria: «La culpa es de los libros. Escritos tras mi lecturas». «Un libro puede aportar mucho más de lo que dice, puede activar un pensamiento propio y autónomo que vaya más allá del documento leído», afirma en el prólogo. Y todo ello, en plena hegemonía digital y de la comunicación instantánea en 140 caracteres. El primero de los textos planteados es «Los hundidos y los salvados», de Primo Levi, autor que se planteaba -en el contexto de un campo de concentración- quiénes sobrevivían y quiénes perdían la vida. La conclusión es que alcanzaban la supervivencia los peores, ya que eran los mejor adaptados al medio. A partir de este punto, Pascual Serrano encadena reflexiones y se pregunta por la realidad de hoy, en el siglo XXI. Se remonta a Rockefeller, hombre de éxito que señalaba que la naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los «inútiles». O, más recientemente a Steve Jobs, quien a pesar de los epítetos épicos con que los medios lo saludaban en los titulares, basó en la explotación de seres humanos su fortuna de 8.500 millones de euros, según recuerda el catedrático Vicenç Navarro. Pascual Serrano concluye que nuestro mundo depara a las personas solidarias una realidad similar a la de un campo de concentración.
«La culpa es de los libros» pude entenderse como un texto abierto (que el lector terminará de construir) de algo más de 100 páginas, en el que los 17 comentarios de Pascual Serrano pueden suscitar nuevas reflexiones en el lector, diálogos internos y con otras personas, y también críticas. Incluso puede dar pie a lecturas sobre los libros reseñados por el periodista. En pocas palabras, se trata de que el libro continúe funcionando como catalizador de experiencias, dudas y algunas (pocas) certezas.
En «Economía. Mentiras y trampas», el economista Juan Francisco Martín Seco trata de desmontar la ristra de falacias sobre la que se asienta el dogma neoliberal. A propósito de las empresas y el trabajo, razona Pascual Serrano, «la gran mayoría de las empresas privadas no aportan ningún empleo al ya existente, si lo hacen se lo están arrebatando a otro empresario». Es fácil de comprender, ya que nadie compra más computadoras, muebles o coches por mucho que haya más empresarios produciéndolos. Además, «el empleo es un elemento secundario en la medida en que para algunas actividades que crean esos beneficios -no todas- se necesitan operarios». Por tanto, la función del mercado no es generar puestos de trabajo. ¿Cómo se explican, por tanto, los panegíricos oficiales a la empresa privada, casi en calidad de benefactora del orden social?
Uno de los capítulos con mayor vigencia del libro de Pascual Serrano es el tercero, «Cuando al compañero lo convierten en competencia». Aquí los comentarios irradian plena actualidad. El autor parte de un clásico de Karl Polanyi, «La gran transformación», en el que se contraponen el desarrollo del mercado como utopía autorregulada, y el resquebrajamiento del tejido social. «Eliminado el concepto de clase social, ahora toca combatir la dicotomía empresario/trabajador (…). Según el nuevo discurso, el empleado sólo ha de aprovechar las nuevas ‘oportunidades` que surgen ante la crisis y convertirse en un ‘emprendedor'», subraya Pascual Serrano. Thatcher, pero también Rodrigo Rato en Bankia, propalaron el bulo del «capitalismo popular. Con un puñado de acciones, cualquier plebeyo podía convertirse en banquero. Pero lo más relevante, sintetiza el periodista, es que ya no existen los «compañeros de gremio». «El neoliberalismo dispersa a las clases y grupos sociales que pueden enfrentarlo y los disuelven en relaciones de competencia individualista donde los compañeros pasan a ser contrincantes».
Estas reflexiones pueden relacionarse con las planteadas en el capítulo 15, a propósito del libro de Owen Jones «Chavs. La demonización de la clase obrera». El periodista explica cómo en plena postmodernidad el discurso de la «multiculturalidad» y la «tolerancia étnica» han desalojado del centro del debate a la clase social. «La nueva izquierda que reniega de las clases sociales abandera la defensa de las minorías étnicas y desprecia al obrero que se ha convertido en xenófobo porque no le hemos sabido presentar su problemática en el marco de la lucha de clases». Queda, por tanto, el camino expedito para discursos basados en el migrante «que nos quita el puesto de trabajo y los recursos sociales». Al autor de esta reseña estas glosas le sugieren un polémico libro del ensayista argentino Juan José Sebreli: «El asedio a la modernidad».
El filósofo esloveno Slavoj Zizek se cuestiona en «Primero como tragedia, después como farsa» por las nociones de «derecho» y «permiso». Los supuestos derechos al matrimonio homosexual, al divorcio o al aborto son realmente permisos (no derechos), pues «de ninguna manera cambia la distribución de los poderes». El derecho a la vivienda y a la salud son también permisos, que el ciudadano puede ejercer sólo si dispone de recursos económicos para ello. No se garantiza nada por ley. No son derechos. El autor de esta reseña evoca las remotas clases de Derecho Constitucional en las que se explicaba que la correlación de fuerzas en la Transición española llevó a que el trabajo o la vivienda fueran reducidos a «principios rectores» de la Constitución, no a derechos fundamentales.
Y así se va tejiendo el libro, se van concatenando las ideas e hilando argumentaciones. Del autor y del lector. Pues «La culpa es de los libros» no es, según Pascual Serrano, sino una invitación a que a través de las lecturas «todos vayamos creciendo intelectualmente, sepamos establecer relaciones entre nuestras vivencias y las letras impresas, entre nuestras vidas y las de otros autores, entre el pasado y el presente, entre historias y pensamientos sucedidos en lugares lejanos y acontecimientos desarrollados en nuestro entorno».
«¿Cuántos muertos iraquíes más hacen falta para que el mundo se convierta en un lugar mejor? ¿Cuántos afganos por cada estadounidense muerto?», se preguntaba la activista india Arundhati Roy en «El Álgebra de la justicia infinita» (2002). Pascual Serrano enlaza estas interrogantes con las investigaciones publicadas en mayo de 2012 por los periodistas Jo Becker y Scott Shane en The New York Times, en las que se da cuenta de cómo Obama, reunido con sus asesores, designa a las personas que han de morir víctimas de la «lucha antiterrorista». Toda la información, en «Drones, la muerte por control remoto» (Icaria), de Roberto Montoya. En abril de 2012 «The Rolling Stone» publicaba que Obama había autorizado 268 ataques con aviones no tripulados, que ocasionaron miles de muertos.
Otras veces, las glosas de Pascual Serrano tocan asuntos que encienden debates muy agrios en el campo de la izquierda. Se ha visto en Libia, Siria o Ucrania, pero también en el análisis sobre el rol geopolítico de países como Rusia, China o Irán. Tomando como referencia el libro de Jean Bricmont «Imperialismo humanitario. El uso de los derechos humanos para vender la guerra», publicado en 2008 por El Viejo Topo, el periodista critica la equidistancia de algunos intelectuales que se apuntan a las consignas «ni Milosevic ni OTAN», «ni Sadam ni Bush», «ni Gadafi ni la OTAN». «Están insinuando que estar en contra de un bombardeo de la Alianza Atlántica requiere un rechazo expreso a esos regímenes para que no se interprete que se defienden, cuando el único asunto a plantearse es la violación de la legislación internacional por parte de una potencia invasora», apunta Serrano. Y Bricmont remata la argumentación: «Obviamente, si no hacemos nada que pueda tener un efecto sobre la realidad, no correremos ningún riesgo y no tendremos que preocuparnos de que nos acusen de apoyar a Stalin o a Pol Pot». Pinceladas para profundos debates, de enjundia y largo recorrido, donde el libro alcanza todo su señorío…
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