«Yo en vez de mirar pal cielo me puse a medir el suelo que me tocaba de andar y no seguí al rebaño porque ni el pastor ni el amo eran gente de fiar». El Cabrero Las medidas tomadas hace pocos días por el gobierno de Rodríguez Zapatero, además de ser de derechas, injustas e […]
«Yo en vez de mirar pal cielo
me puse a medir el suelo
que me tocaba de andar
y no seguí al rebaño
porque ni el pastor ni el amo
eran gente de fiar».
Las medidas tomadas hace pocos días por el gobierno de Rodríguez Zapatero, además de ser de derechas, injustas e inútiles, demuestran con claridad dos hechos fundamentales. En primer lugar, una pérdida total de soberanía de los estados -sobre todo en las políticas económicas y fiscales-, que la han transferido a unas instituciones europeas y mundiales de dudoso o ningún origen democrático. Así, el gobierno del PSOE ha optado por hacer una política neoliberal al dictado de una Comisión Europea al servicio de los grandes mercados, haciendo el más completo de los ridículos por sus declaraciones precedentes. La consecuencia es bien evidente: la Constitución Española es papel mojado.
Como ya apuntó en su día Julio Anguita, desde el Tratado de Maastricht y con los tratados que le han sucedido, incluido el intento de Constitución Europea, los estados han tenido una sustancial y progresiva pérdida de potestades en política monetaria, fiscal y económica, y, por supuesto, en las políticas sociales. Esa pérdida de potestades hace imposible desarrollar las potencialidades que la Constitución podría tener para buscar una salida de marcado carácter social a la crisis.
La Constitución se ha convertido en un texto sin efectividad plena, instrumentalizado por los dos grandes partidos para sacar rédito en las diferentes coyunturas políticas. La realidad es que ya es un texto inutilizado para cohesionar y vertebrar la actual sociedad española. Si a eso le añadimos la dudosa legitimidad y la inoperancia del Tribunal Constitucional, el órgano que vela por su cumplimiento, nos queda un panorama definitivo.
El poder de los mercados
El segundo hecho que queda demostrado con las medidas adoptadas por Rodríguez Zapatero es aún más dramático: la clarísima demostración de que son los mercados (se entienda por mercado lo que se entienda) los que tienen el verdadero poder. Eso hace que las diferentes instituciones, tanto nacionales como europeas y mundiales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial…), sólo estén al servicio de la libre circulación de los capitales, con independencia de que en su circulación esos capitales devasten con inusitada violencia amplias regiones de nuestro planeta y las dejen en la pobreza. En consecuencia, la democracia occidental que disfrutamos en los países de nuestra órbita es una pura falacia.
Cualquiera de las opciones que pueden ganar las elecciones se verá imposibilitada para desarrollar políticas diferentes a las ordenadas por los sacrosantos mercados, ya sea porque se ha perdido la soberanía para adoptar medidas o porque no se pueden aplicar aquéllas que molesten a los rectores del capital y verdaderos dueños del cotarro.
Cuando surgió el debate sobre el déficit fiscal de algunas regiones en nuestro país, se ensombreció el verdadero debate que debió haber nacido. Diversos estudios de prestigiosos economistas, tomando los datos del propio Ministerio de Economía en 2006, demostraban de forma fehaciente que había y hay un trasvase de recursos desde las rentas del trabajo hacia las rentas del capital; es decir, que no hay redistribución de riqueza, sino todo lo contrario: la clase trabajadora es la que desvía sus fondos hacia la clase empresarial. O dicho de otra manera, los pobres subvencionan a los ricos. En eso consisten el neoliberalismo y la imposición de los mercados. Todos los gobiernos, con independencia de cómo se autodenominen, colaboran con esa expropiación a los humildes.
Cuando cayó el muro de Berlín, lejos de morir el comunismo, la que murió fue la socialdemocracia. Ésta ya no es operante, ni útil, ni necesaria para el capital, que hoy puede prescindir de ella como fuerza de contención frente a las demandas de los trabajadores y a las posibilidades de rebelión y transformación social. Los partidos que se dicen socialdemócratas sólo actúan al dictado las políticas neoliberales necesarias para la circulación del capital. Esa política antisocial la llevan a cabo los socialdemócratas o, mejor dicho, socialiberales, con más o menos edulcorante, con medidas sociales que ellos denominan de corte progresista (palabra esta última cuyo significado es de lo más ambigüo), pero siempre en contra de los trabajadores.
Ahora la pelota está en el tejado de las personas y organizaciones que se dicen de la izquierda transformadora y anticapitalista. La izquierda real debe encontrar una nueva forma de organización y lucha acorde con la situación existente. Por un lado, unos deben dejar la marginalidad y la atomización estéril. Por otro lado, otros deben abandonar su institucionalismo vacío, su vocación de pacto con aquellos que sólo están al servicio del capital y su preocupación permanente por alimentar el ego y el estómago. El objetivo es encontrar un programa común y un método de trabajo eficaz y compartido, para construir la alternativa real al capitalismo.
Ya va siendo hora de que nos pongamos en marcha.
Jesús Romero. Licenciado en Filosofía.
Miguel Ángel Gea. Periodista y concejal de IU.
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