En estos días las mayores noticias de arribo de inmigrantes «ilegales» vienen de España y en menor medida Italia, pero la frontera sur de EE UU es otro punto caliente. Las grandes potencias apelan a una solución policíaca, ya fracasada.
Para muestra basta un botón: en cinco días de la semana pasada arribaron a Canarias (España) 1.481 inmigrantes a bordo de rudimentarias embarcaciones. Esa es la parte relativamente feliz de la historia, aunque las autoridades españolas maldigan a los venidos desde Malí, Marruecos, Senegal, Mauritania, Cabo Verde y otros países empobrecidos de Africa. La infeliz no podrán contarla los centenares de viajeros que perecieron en el viaje en las pateras o cayucos en la travesía atlántica, por sed, frío o ahogados.
España se considera la víctima del problema cuando es Africa la que ocupa ese lugar: devastada por las potencias europeas y más recientemente por EE UU, sus pobres buscan cruzar el Mediterráneo hacia el sur europeo o el Atlántico hacia las Canarias.
Entre morir ahogado en unos minutos o hacerlo un poco cada día, toda la vida, muchos africanos se hacen a la mar o tratan de entrar en Ceuta o Melilla, los enclaves coloniales de España en el norte africano protegidos por alambradas de púas y armas de gatillo fácil.
Pero aún los que llegan a las Canarias, al sur de Andalucía o a la isla Lampedusa de Italia, no están salvados. Es que los gobiernos europeos, tras identificarlos, deportan a todos los que pueden. Por eso los hombres de color no llevan papeles: al no tener dónde deportarlos, suelen ser liberados en el país de arribo.
El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se queja de que el último año llegaron 19.000 africanos, cifra que ya ha sido superada en lo que va de 2006. Sólo cambió el recorrido: en vez de treparse por los alambrados de púas de Ceuta y Melilla, ahora más fortificados y militarizados, los inmigrantes optan por un peligrosísimo periplo de 1.500 kilómetros por el Atlántico.
Así de inútil es la política represiva de España y la Unión Europea: cierran una puerta, la electrifican, ponen fosos y efectivos armados, matan y apresan gente…para descubrir que las oleadas humanas están colándose por otro lado. Y aunque no pueden secar el mar alrededor de Tenerife, suponiendo que logren hacer más difícil el arribo por esa vía, desde ya se puede apostar que los sin papeles corridos por las hambrunas llegarán por otra vía.
El presidente del gobierno español estuvo en Canarias y se comprometió a adoptar medidas contra la inmigración. Corrido desde la derecha por el Partido Popular, no quiere dejar las banderas antiinmigrantes en manos de esta oposición, que lo acusa de ser débil. La vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega viajó a Finlandia y Bélgica para urgir una respuesta europea global contra la inmigración de origen africano. El objetivo «socialista» es tener un plan antiinmigrantes para la reunión de diciembre del Consejo Europeo. Esta será preparada por un encuentro a fines de setiembre en Madrid donde participarán funcionarios de Francia, Italia, Portugal, Grecia, Chipre, Malta, Eslovenia y la anfitriona.
Solución policial
Las autoridades comunitarias no están pensando en reforzar su ayuda al desarrollo para que los países africanos, sobre todo los más vapuleados del área subsahariana, puedan ofrecer condiciones dignas a sus habitantes y disuadir la estampida. No. El plan europeo contempla «cuestiones de patrullaje, vigilancia, salvamento, rescate, identificación, retorno y repatriación» de los indocumentados que arriben a sus playas.
No es que ahora vayan a comenzar con esa política de expulsiones. El ministro del Interior de España, Alfredo Pérez Rubalcaba, informó el fin de semana último que en lo que va del año su gobierno ha expulsado a 52.000 inmigrantes ilegales. El gallego se refería así a las víctimas de la situación, que en todos los idiomas y diversos países han levantado pancartas diciendo que «ningún ser humano es ilegal».
Sin consideraciones humanitarias, los gobiernos de esos ocho países del sur de Europa, están acordando afectar más dinero, hombres y recursos técnicos para detectar y rechazar la inmigración. En cambio los fondos destinados a remover parte de las causas económico-sociales del drama africano, son escasos. Una parte de ese dinero va para que los gobiernos locales, caso del rey de Marruecos, aumenten sus tropas, alambradas y lanchas para frenar los viajes de los botes ruinosos que suelen irse a pique con su carga.
Sin aguardar a la reunión de fin de año del máximo órgano ejecutivo de la Unión Europea, ya comenzó un operativo conjunto de aviones y barcos de España, Portugal, Italia y Finlandia para impedir los arribos de «ilegales» a Canarias.
Esta cuestión está agravada por influencias políticas. Rodríguez Zapatero apremiado por el PP puede ser aún más duro que José María Aznar con los extranjeros. En Francia está sonando como presidenciable la dirigente socialista Selegolene Royal, que proclama con fines electorales que «en Francia hay demasiados inmigrantes».
En línea con ese pensamiento, el parlamento galo aprobó en julio último una ley endureciendo las condiciones para la regulación de la situación de los inmigrantes. Antes había una regulación automática de quienes llevaran más de diez años residiendo en el país, con vista a su reagrupamiento familiar.
Las potencias europeas desangraron a Africa, casos patentes de Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, Portugal, España e Italia. De allí se llevaron sus recursos naturales como minerales preciosos, caucho, madera, petróleo y otras riquezas, además de superexplotar como esclavos a la población en ese lugar o cazándola para llevarlos a trabajar en esa condición a EE. UU. o el Caribe
El Primer Mundo de hoy, continuador del viejo y nuevo colonialismo, hizo promesas falsas a Africa y otras naciones empobrecidas. En 1995, en reunión de la ONU en Copenhague, se comprometió a destinar el 0,7 por ciento de su Producto Bruto Interno para ayudar al desarrollo. Y no cumplió, pues en promedio cotizó el 0,2 y en el caso estadounidense apenas superó el 0,1. La avalancha de indocumentados es en buena medida la consecuencia de ese fraude añoso a los compromisos.
Bush y sus muros
El presidente norteamericano también aplica una política de «mano dura» hacia los indocumentados. En abril y mayo último enfrentó una ola masiva de movilizaciones de inmigrantes en numerosos estados que protestaban contra la legislación H R 4437. La norma los convertía en delincuentes sujetos a cárcel y deportación.
El origen de esa inmigración no es Africa sino Latinoamérica y el Caribe, los latinos, que se desempeñan tareas agrícolas, la construcción, fábricas y servicio de limpieza, en general con bajas remuneraciones.
Esa política persecutoria de George Bush tiene una excepción bien política: los venidos de Cuba no son repatriados sin llegan a playas de La Florida. Más aún, son presentados como héroes y material de propaganda anticubana, descartable, ante los medios y la TV.
La fascistización de la administración no se nota sólo en su política exterior en Irak y Afganistán, y el Acta Patriótica en lo interno.
También lo evidencia el blindaje de su frontera con México y la aprobación para erigir allí un muro fortificado de 3.200 kilómetros, comenzando por un tramo de 600. Además de los efectivos armados de la Guardia Nacional, esa frontera está vigilada por parapoliciales armados del grupo neonazi Minuteman, que en Arizona cazan inmigrantes como el Ku Klux Klan lo hacía con los negros.
El racismo del texano no se agota en la frontera sur. Muchos habitantes de Nueva Orleáns, afectados por el Katrina hace un año, fueron abandonados a su suerte por el color de su piel y su condición social.
En esto, más allá de sus disputas comerciales, la superpotencia y sus socios-rivales europeos se dan la mano. Ellos quieren viajar en primera clase y que la chusma reme encadenada como en tiempo de los esclavos o bien sea tirada a los tiburones.