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«Los pichiciegos» de Fogwill. Sobrevivir o sobrevivir

Fuentes: Tercera Información

«Los pichiciegos» es una obra que ambientada en la guerra de Las Malvinas disecciona las frustraciones de toda una generación argentina

Rodolfo Enrique Fogwill, conocido como Fogwill, pertenece a la privilegiada nómina de escritores que se consideran claves para entender la literatura contemporánea en Argentina. Es en estos últimos años cuando su éxito está decidido a cruzar el océano e instalarse a este lado. A este hecho ha ayudado indudablemente la preocupación de algunas editoriales por dar a conocer sus obras más representativas. Una de ellas es Periférica, que recientemente ha sumado a la lista de publicadas la novela «Los pichiciegos».

El escritor bonaerense ha demostrado a lo largo de los años su capacidad para defenderse en diferentes ámbitos de la escritura (oficio al que llega profesionalmente tras abandonar otros empleos casi cumplidos los 40 años), entre los que se incluye desde la poesía hasta los artículos periodísticos. Su estilo siempre se ha caracterizado por ser capaz de nutrirse de la ironía y pasar de la crudeza a lo más reflexivo sin que eso supusiera una ruptura formal brusca.

«Los Pichiciegos», escrita en 1983, fue su primera novela larga y una de las más representativas tanto del autor como de la literatura argentina. Según cuenta la leyenda, confirmada por el propio escritor, la obra fue escrita en tres días y con la ayuda extra de la cocaína. Curiosamente lo que en principio era una novela de ficción, ya que está redactada antes de terminar la guerra de Las Malvinas, se anticipó a los acontecimientos y en ese manuscrito que circuló entre un grupo reducido de intelectuales antes de ser publicado, se «adivinaba» el final de la contienda entre argentinos e ingleses.

Dejando a un lado todos estos datos algo estrambóticos estamos ante un libro que construye una peculiar, innovadora y brillante manera de narrar. Una buena parte del total del relato se sujeta a base de conversaciones, cotidianas y regidas muchas veces por formas coloquiales y sin importar la aparición de jergas. Junto a esto hay una parte más narrativa, de tono mucho más reflexivo y sobrio. Ambas formas, pese a lo complicado del experimento, casan perfectamente y consiguen dar firmeza al conjunto sin caer en estridencias, todo lo contrario. Consigue crear por lo tanto, esa expresión tan manida y muchas veces obsequiada sin motivos que es, un «lenguaje propio», al igual que sucedía en «Los cachorros» de Mario Vargas Llosa, por asemejarla a una obra con nexos en común.

El título de la novela hace referencia a unos pequeños animales que viven bajo tierra en cuevas. Esa es la opción que toman unos cuantos militares argentinos, crearse un gran búnker donde sobrevivir al margen de la guerra, alejados de los Harrier, las metralletas y las ovejas que surcan los aires al pisar las minas. Desde allí, y a modo de desertores, no tendrán ningún problema en negociar con los «enemigos» ingleses para conseguir los víveres y materiales necesarios para pasar los días. Lo curioso de la comunidad que forman dentro de la cueva es que se ordena bajo las pautas de una sociedad «normal», jerarquizada y con unas leyes de obligado cumplimiento en pro de mantener su escondite a salvo.

Es cierto que «Los pichiciegos» no es un libro estrictamente antibelicista, como bien ha dicho en repetidas ocasiones su autor, pero el hecho de que esa no sea la idea hegemónica no evita que haya una visión muy certera sobre la guerra, poniendo en evidencia su claro carácter inhumano. Sin necesidad de hacer un tratado político sobre el tema, Fogwill, con sencillez y sin grandes diatribas, por medio de las vivencias y comportamientos de los personajes, lo demuestra a la perfección. Lo que sí representa la parte esencial de la novela es la perfecta escenificación de una galería de personajes que tienen en común su desesperanza y falta de ilusiones. El conflicto bélico sólo es una aceleración de su penoso destino. Jóvenes que tanto en su vida ordinaria como en el campo de batalla saben que son perdedores, como queda claro en las diferentes conversaciones que tienen a lo largo de la novela, dejando en evidencia sus tristes aspiraciones y su nula convicción a la hora de lograrlas.

A pesar del aspecto que toma el libro formalmente, innovador y radical, continúa en la búsqueda que desde siempre se ha propuesto toda obra de arte, acercarse lo más posible al alma humano, en este caso a su cara más angustiosa y como queda dicho en uno de los momentos más bonitos del libro, reflejar «ese miedo que nunca pasa, se queda».

http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article14547