El pasado 10 de diciembre falleció -lamentablemente de muerte natural- el ex dictador chileno Augusto Pinochet. Murió, en extraña coincidencia, en el día internacional de los derechos humanos, como si las víctimas de su dictadura hubiesen ejecutado justicia y hubiesen querido que aparte de recordar este día como en el que se proclamó la Declaración […]
El pasado 10 de diciembre falleció -lamentablemente de muerte natural- el ex dictador chileno Augusto Pinochet. Murió, en extraña coincidencia, en el día internacional de los derechos humanos, como si las víctimas de su dictadura hubiesen ejecutado justicia y hubiesen querido que aparte de recordar este día como en el que se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, el 10 de diciembre fuese recordado como un día para no olvidar la necesidad de investigar, enjuiciar y sancionar a quienes cometen crímenes contra la humanidad; como parte de la necesidad del derecho a la verdad, la justicia y la reparación integral que tienen las víctimas.
Durante la dictadura de Pinochet (1973 – 1990), según diferentes informes, agentes estatales fueron culpables de 3.197 asesinatos, de estos cerca de 1.192 figuran aún como detenidos – desaparecidos; más de 28 mil opositores al régimen fueron torturados, y aproximadamente 300 mil personas debieron exiliarse por móviles políticos. Estos crímenes iniciaron con el asesinato en el Palacio de La Moneda del presidente Salvador Allende.
En Colombia, un país en el que se ha vivido -aparentemente y según su clase dirigente- una «democracia perfecta», 14.476 personas fueron victimas de los paramilitares durante el periodo 1988 – 2003, en casos de ejecuciones extrajudiciales, torturas y desapariciones según el informe Deuda con la humanidad. Paramilitarismo de Estado en Colombia 1988 – 2003, publicado por el CINEP y Justicia y Paz (1). Al comparar las cifras, éstas hablan por sí solas: en Colombia, en un periodo que no cubre la totalidad temporal de existencia de los paramilitares, se presentaron 12.398 ejecuciones extrajudiciales, mientras que en Chile, en una dictadura, 3.197. Simplemente las palabras sobran.
Una de las victimas del paramilitarismo de la «democracia perfecta» colombiana, fue el poeta y político de izquierda Tirso Vélez. Tirso, ex alcalde del municipio de Tibú por la Unión Patriótica, fue asesinado por integrantes del Bloque Catatumbo de las AUC (bajo la dirección de Salvatore Mancuso) el 4 de junio del 2003, en el centro de la ciudad de Cúcuta. Para la fecha de su muerte, Tirso era precandidato a la gobernación de Norte de Santander por el Polo Democrático. Bien dice Eduardo Galeano que algunas aparentes «democracias» realmente esconden «dictaduras».
Tirso Vélez, en su libro «Ciudad de Sombras», publicado en 1999, escribió un poema dedicado a Pablo Neruda, el poeta chileno que murió el 23 de septiembre de 1973, 12 días después de la muerte de su amigo y compañero Salvador Allende. Según Matilde Urrutia (en Mi vida junto a Pablo Neruda) su salud empeoró después del golpe militar y de la muerte de Allende. Al parecer el poeta chileno repetía el día de su deceso: «¡los fusilan!», «¡los fusilan a todos!», «¡los están fusilando!». Alí Primera, el cantor bolivariano, en una canción expresa que Neruda «era mucho poeta para ver morir su pueblo y sobrevivir al hecho». Neruda murió de pena moral, luego del golpe de Pinochet.
Dos poetas murieron en el marco de la violencia recalcitrante de la extrema derecha. Los dos, poetas y militantes de izquierda, los dos comprometidos con la necesaria solución de las desigualdades sociales existentes. La muerte de Pinochet nos trajo a la memoria a Pablo Neruda, al cual Tirso Vélez nos lo recordó en sus poemas. Recordando a Neruda, recordamos a Tirso y viceversa. Y el recuerdo obliga al ejercicio de un derecho social: el de la memoria, porque las víctimas siempre sobrevivirán a los victimarios y los poetas siempre sobrevivirán a los dictadores.
Nota:
1. Banco de datos de derechos humanos y violencia política. CINEP y Justicia y Paz. Noche y niebla No. 32. Deuda con la humanidad. Paramilitarismo de Estado en Colombia 1988 – 2003. Bogotá: 2004.