Puesto a hacerle un regalo a la dictadura marroquí en reparación de pasadas ofensas y por aquello de «fortalecer la especial relación de hermandad existente entre las Fuerzas Armadas de España y Marruecos», se me ocurren unas cuantas ideas más tolerantes, pacíficas y democráticas que la de esas ocho lanzabombas de demolición para avión que, […]
Puesto a hacerle un regalo a la dictadura marroquí en reparación de pasadas ofensas y por aquello de «fortalecer la especial relación de hermandad existente entre las Fuerzas Armadas de España y Marruecos», se me ocurren unas cuantas ideas más tolerantes, pacíficas y democráticas que la de esas ocho lanzabombas de demolición para avión que, al precio de un euro, le ha obsequiado el Estado español, con la venia del Congreso y la bendición de los monarcas, al reino magrebí.
Y por si acaso alguien considera mis iniciativas y todavía estamos a tiempo de cambiar de regalo, devolverle a Marruecos el Peñón del Perejil que, puesto así, en mayúsculas, hasta parece un peñón, siempre sería un fraterno detalle, mucho más adecuado que el de las 8 lanzaderas de bombas. Y como regalo anexo, se pueden agregar las dos cabras que, al parecer, todavía permanecen en la roca. Se logra, además, con este obsequio, caso de que las circunstancias futuras lo demanden, darle la oportunidad a Rajoy o al mismo Zapatero de protagonizar alguna épica reconquista del obsequio, que nunca está de más una guerra de altura, una heroica batalla y un enemigo enturbantado al mismo nivel de la epopeya. De hecho, la reconquista del Peñón del Perejil años atrás le supuso a Aznar algunos cuantos miles de votos y adhesiones. Cierto que no hay grandeza patria por más gloria y laureles que augure que no quede empañada hasta el esperpento por un prosaico apelativo, y el perejil lo es, capaz de transformar una epopeya en una vulgar astracanada, pero también podría considerarse sustituir el nombre de la gesta. Las grandes fazañas bélicas, además de millones de extras, numerosas locaciones, técnicos, cámaras y luces, necesitan títulos grandilocuentes al estilo de «Justicia Infinita» o «Tormenta del Desierto», nombres que hasta el propio Homero habría considerado, y equivocarse en ello puede ser la diferencia que convierta la madre de todas las batallas en el mayor de todos los ridículos. Por otra parte, devolver el peñón rebautizado y sus dos cabras parece una mejor opción que discutir las posesiones coloniales que el reino español conserva en Marruecos.
Otro posible obsequio más acorde al perfil no violento del Estado español y su genuina tolerancia sería ceder al reino magrebí una partida de osos de los Cárpatos con su correspondiente dotación de vodka, para que el rey moro emule al español en la caza de fieras salvajes por el desierto saharaui.
O una completa escuadra de especialistas hispanos en tortura que adiestren, al precio simbólico de un euro, a técnicos moros en las artes de la picana, la «bolsa», la «bañera» o la violación con palos. No es posible que en Marruecos todavía se siga torturando en base a métodos arcaicos, desfasados, que el Estado español tiene la oportunidad de ayudar a adecuar a los nuevos tiempos
En última instancia, puestos a considerar otros regalos, también podría recurrirse a un benéfico concierto de Bisbal, Bustamante y Miguel Bosé, o a una réplica en plata de la Giralda sevillana, una escultura de un torero o un juego de castizas peinetas y mantillas. Bien podría regalarse al reino marroquí una surtida dotación de purpurados obispos y cardenales que reconstruyan las familias moras bajo cristianos principios; o enviar a Marruecos un selecto equipo de supremos magistrados que instituyan audiencias nacionales también en Rabat y orienten a sus fraternos colegas en el cierre de medios de comunicación y en la ilegalización de partidos políticos y ciudadanos; o trasladar al vecino país, por el tiempo que sea menester, un contingente de políticos y empresarios españoles que orienten a sus homónimos marroquíes en la ciencia del cabildeo urbanístico o el fraude en cualquiera de sus formas.
Los 150 intelectuales marroquíes que en el mismo periódico que, en estos días, recogía el regalo de las ocho lanzabombas, hacían público un manifiesto bajo el título de «No a la Inquisición en Marruecos» bien que lo agradecerían. Especialmente, ex ministros socialistas como Mohamed el Gahs, escritores como Tahar Benjelloun y Abdellatif Laabi, académicos como Mohamed Chafik, feministas como Foucia Assouli o nacionalistas como Laarbi Messari, que denuncian en su manifiesto la vulneración de los más elementales derechos humanos en el «fraterno» reino de Marruecos.