«Declaramos que no hay justicia social sin la justicia ambiental, y ninguna justicia ambiental sin la justicia social… La llave para la justicia social es la distribución equitativa de los recursos sociales y naturales, tanto localmente como globalmente… Reconocemos que la sostenibilidad no será posible mientras persista la pobreza». Carta de Los Verdes del Mundo. […]
Más allá de sus implicaciones locales, el reciente pacto alcanzado entre el Partido Popular y Los Verdes en la localidad grancanaria de Santa Brígida ha puesto de manifiesto la necesidad de reflexionar sobre esta última opción política, intentando dilucidar qué significa, concretamente, eso de «ser verde». ¿Podría serverde José María Aznar? ¿Y George W. Bush? ¿Es lo verde, acaso, un apósito con el que puede enriquecerse cualquier programa político, cualquier ideología, cualquier estilo de vida?
Algo semejante parece opinar Amalia Bosch Benítez, líder de la formación ecologista en Santa Brígida y futura concejal de Urbanismo de la villa norteña, quien manifestó que «fue muy fácil ponerse de acuerdo para gobernar», con el PP, ya que «el programa será un refundido de los programas de los dos partidos porque entre ambos hay más coincidencias que diferencias». (1) ¿Qué pensará hoy el electorado de la «opción limpia» de Canarias al descubrir, gracias a los pactos postelectorales, que el Partido Popular representa una alternativa casi tan higiénica como aquella por la cual optaron? ¿No lamentarán haber perdido la oportunidad de otorgar su ‘voto útil’ a los derechistas, para garantizar el «desarrollo sostenible» de las islas?
PERO… ¿SON LOS VERDES DE IZQUIERDAS, DE DERECHAS O TODO LO CONTRARIO?
El creciente apoyo de las siglas Verdes en el Estado español – donde progresan con un considerable retraso en relación a otros países de Europa – está directamente relacionado con la generalizada toma de conciencia de la crisis medioambiental que sufre el Planeta. A medida que ésta se ha hecho más evidente, medios de comunicación, partidos políticos de uno y otro signo y hasta las empresas multinacionales más depredadoras han adoptado el discurso medioambientalista, con la intención de lavar su imagen o alcanzar réditos económicos y electorales. Pero, en cuanto a sus supuestas propuestas políticas sostenibles – y a pesar de la confusión reinante – los partidos tradicionales no han conseguido convencer a un porcentaje del electorado. Una parte de estos ciudadanos recelosos, con un comprensible rechazo hacia las formas dominantes de hacer política, aunque con preocupaciones que -sensu estricto- sólo pueden tratarse políticamente, se ha convertido en votante de Los Verdes. Una opción que, además de la defensa del Medioambiente, ha acabado por simbolizar eso que muy vagamente se llama «alternativo». Esta identificación, justificada por las propias señas de identidad del proyecto ecologista, requiere -no obstante- ser revisada a la luz de experiencias concretas, tan esperpénticas como la que hoy presenciamos en Gran Canaria. Los partidos verdes surgieron en la década de los setenta del pasado S. XX, como expresión de los movimientos ecologistas, pacifistas y feministas. Sus planteamientos anticonsumistas, antiautoritarios y radicalmente democráticos se presentaron como una apuesta por construir un nuevo estilo de vida y otra forma de hacer política. Aunque enfrentados en principio a la izquierda histórica – que había aceptado, en buena medida, el productivismo propio de la sociedad que pretendía transformar – su ideario les situaba, al menos potencialmente, en el mismo lado de la trinchera.
Muchos de estos partidos, sin embargo, abandonaron pronto la vía alternativa, para tomar el mismo rumbo institucional que denunciaban en sus comienzos, no sin razón, con rabia sesentayochesca. Ejemplo paradigmático de esta regresión es el Partido Verde Alemán, que en coalición con el PSD de Gerhard Schröder, pasó a formar parte, en 1998, de un gobierno que ayudó a bombardear Kosovo o se empeñó con ahínco en el desmantelamiento del Estado del bienestar, recortando pensiones y planes de asistencia a la población más necesitada. El caso elegido no es el único que se podría mencionar. Recientemente, Los Verdes europeos apoyaron el neoliberal Tratado Constitucional Europeo. Tratado que, entre otras muchas cosas, impulsa una política de rearme militar y de guerra, obligando a los estados a «mejorar progresivamente sus capacidades militares»; y apuesta por mantener los compromisos adquiridos con la OTAN. Una política, obviamente, muy poco ecopacifista.
Esta deriva de Los Verdes institucionalizados, que no ha dejado de provocar crisis y escisiones en su seno, permite comprender mejor el pacto satauteño rubricado por ecologistas y neoconservadores. Si, efectivamente, las diferencias ideológicas entre los socialdemócratas y la derecha clásica tienden a difuminarse; si unos y otros están dispuestos a bombardear países y barrer conquistas sociales para favorecer la expansión del gran capital… ¿por qué sería menos legítimo pactar con unos que con otros? Pero, aun aceptando tal planteamiento, es más que comprensible que la alianza con el Partido Popular de una formación que, mayoritariamente, era aceptada como «progresista» sea considerada un cambalache difícilmente justificable. Sin embargo, la líder verde Amalia Bosch parece tener las cosas muy claras a este respecto y no ha dudado en explicarlas. En una entrevista concedida al diario La Provincia, Bosch lanzó un mensaje muy claro a los posibles dogmáticos que no compartan su decisión: «A veces somos muy chancleteros y progres pensando que el PP es más de lo mismo. Tenemos que pensar que a lo mejor hay espíritu de renovación y este es el motivo de que nos hayan llamado«. En esta misma entrevista la futura concejal aclaró que «no es verdad que sean de izquierda».«Hay gente que está confundida – dijo – Los Verdes no tenemos una etiqueta de izquierdas». Y tras desencantar de esta manera a muchos electores, incluidos los que en Tenerife creyeron votar a una coalición formada por tres partidos de izquierda (LV-IUC-UC), recordó que en «Finlandia hay una alianza de los Verdes con el centro derecha, como en Chequia y en Irlanda».(2)
Lo cierto es, en cualquier caso, que en Santa Brígida -como en Europa- Los Verdes han puesto de manifiesto su renuncia a los principios que dicen defender. A no ser, claro está, que sus amables consejos sobre sostenibilidad logren convertir al PP, milagrosamente, en un partido comprometido con la «justicia social», «la distribución equitativa de los recursos sociales y naturales», «la paz, la noviolencia, la equidad o la sabiduría ecológica». (3) Gobierna en la poltrona localmente, parlotea vacuamente sobre lo global, parece ser la consigna más adecuada a la política que llevan a cabo.
¿ES ‘LO VERDE’, ENTONCES, MÁS DE LO MISMO?
Ésta podría, sin duda, ser la justa conclusión de quienes decidieron confiar su voto a la autoproclamada «opción limpia», y no estiman que sea aceptable mercadear con los principios. O la de quienes, creyendo en su discurso, descubran las criminales complicidades a las que el «pragmatismo» ha conducido a aquellos partidos verdes que optaron por la senda seudo reformista.
Aún así, nosotros defendemos que hoy, más que nunca, tiene sentido «ser verde». Hoy más que nunca urge superar un tipo de civilización destructiva que nos conduce, si no a la desaparición de la especie humana – hipótesis en absoluto descartable – sí al menos a un estado de barbarie y degradación al que no podemos condenar a las nuevas y futuras generaciones. Así, los valores del ecologismo deben formar parte de cualquier proyecto político que se pretenda transformador y también de nuestras prácticas cotidianas. Pero no es posible ser un verde consecuente aceptando, conforme a la ideología más reaccionaria y ya en franco retroceso, que está superada la división entre las izquierdas y las derechas. Tal y como puede leerse en la «carta de Los Verdes del Mundo», que algunos no parecen tomarse muy en serio, «la sostenibilidad no será posible mientras exista la pobreza». Y en un planeta donde -según se reconoce en esta misma carta – «1.200 millones de personas viven en la pobreza», el 20% despilfarra los recursos comunes y una pequeña minoría acumula la riqueza de todos, la vieja división cobra, si cabe, un mayor sentido. La derecha, como la que gobernará con Los Verdes de Santa Brígida, es la que defiende este estado de cosas -con las armas cada vez que resulta necesario-. La izquierda verdadera – que incluye a los verdes honestos – está constituida por quienes luchan para modificarlo.
Lo verde, pues, para no ser más de lo mismo, debe evitar convertirse en un elemento adicional de partidos o coaliciones que vacían de contenido el concepto de sostenibilidad, para presentar como sustentable el crecimiento ilimitado y continúo que requiere el sistema económico capitalista para no colapsar. El cambio climático, que menciona Doña Amalia Bosch en la entrevista que la presenta como nueva política institucional, no podrá combatirse aumentando indefinidamente la producción de teléfonos móviles, coches y, en general, de productos fabricados no para satisfacer las necesidades básicas de las mayorías, sino para posibilitar este crecimiento y la acumulación de capital.
Por eso, ser un verde consecuente implica apostar radicalmente por otro tipo de sociedad, como única vía realista para superar la crisis ecológica global que enfrenta la humanidad. Por una civilización post capitalista, justa, igualitaria, solidaria y sostenible, que sólo podrá ser – si logramos construirla – una civilización socialista. Pero, de proyectos tan ambiciosos, no querrán escuchar nada, suponemos, los nuevos concejales Verdes, que serán bien remunerados por el erario público junto a sus compañeros derechistas.
Notas y referencias bibliográficas:
(1) La Provincia. Diario de Las Palmas. «Nueve de los 11 ediles tendrán dedicación exclusiva». Martes, 12 de junio de 2007
(2) La Provincia. Diario de Las Palmas.»‘Entrevista a Amalia Bosch Benítez». Martes, 12 de junio de 2007
(3) Los principios de Los Verdes. De la citada Carta de Los Verdes del Mundo. Canberra 2001