Ayer los principales diarios nacionales en papel, en lugar de mostrar esas fotos donde nos reconocemos las miles de personas que hemos estado en las manifestaciones del 24 de octubre, sacaron en sus portadas estudiantes, algunos con las caras tapadas, al lado de contenedores utilizados como barricadas o dentro de una clase interrumpida durante la […]
Ayer los principales diarios nacionales en papel, en lugar de mostrar esas fotos donde nos reconocemos las miles de personas que hemos estado en las manifestaciones del 24 de octubre, sacaron en sus portadas estudiantes, algunos con las caras tapadas, al lado de contenedores utilizados como barricadas o dentro de una clase interrumpida durante la jornada de huelga. Varios medios y periodistas les tildaban de «violentos».
No solo fue una elección que desinforma, sino que estos días he podido ver de cerca cómo se organiza el movimiento estudiantil, en concreto en el campus de Somosaguas donde trabajo, y no puedo utilizar un solo argumento para decir que son violentos. Es más, puedo sostener que son de lo mejor que tenemos en la Universidad. Explicar esto sé que es un riesgo, y que a varios lectores les parecerá complicado de entender. Lo intentaré, pues me parece lo más justo.
Los estudiantes han estado muy solos en la organización de la huelga en Somosaguas. De no ser por ellos, no se habría difundido suficiente y quizá mucha gente no la habría secundado. Han escrito panfletos y comunicados, se las han ingeniado para fotocopiarlos, se han abierto una cuenta en Twitter, no han parado de hacer pancartas, han organizado talleres de formación así como numerosos actos, han realizado pasaclases hasta la extenuación, se han quedado a dormir durante tres noches en la fría Facultad, con asambleas nocturnas, con comisiones de trabajo, con algo de cocina. Después de dos intensas noches, en Somosaguas hubo cerca de 400 estudiantes que se quedaron el último día. Más que nunca. Definitivamente, algo habían hecho bien.
En una de las asambleas en las que participé fui testigo de su manera de abordar un punto clave: ¿cómo nos dirigimos un día de huelga a quien la revienta acudiendo a clase? Para algunas de las personas allí reunidas había que dialogar e informar, casi como un pasaclases más, pues siempre es posible que ese día sea el momento en que alguien se replantee ciertas cosas que jamás ha pensado. Había que tener en cuenta que muchos de quienes van a las aulas lo hacen por miedo a perder asistencia, prácticas o incluso un examen. Sin embargo, otros integrantes de la asamblea pensaban que durante los días previos se habían hecho ya múltiples acciones de información. Si a mí me van a expulsar de la Universidad por no poder pagarla, argumentaba una chica, y un compañero va a clase el día que hacemos huelga, me traiciona. Es un esquirol. Y hay que impedir que haga fracasar la defensa de un derecho colectivo.
Recordé entonces Las uvas de la ira. Llegaban a California migrantes que aceptaban sueldos más baratos que los trabajadores locales. Les rompieron la huelga, y seguramente la ignorancia, la falta de solidaridad o la pobreza estaban detrás de ello. Pero los estudiantes y profesores que no hacen huelga no son pobres, o si lo son no se enteran de nada de lo que está pasando. Tampoco, en principio, son ignorantes; se supone que están en el ciclo educativo superior. ¿Les falta entonces solidaridad? ¿Formación cívica? ¿O simplemente piensan de otra manera y se debe respetar?
Se decidió acudir a las clases con firmeza, pero abiertos al diálogo. Y por supuesto, sin ninguna violencia. No hizo falta apenas explicitarlo. El mensaje final que escuché era claro y unánime: si vemos que algún compañero/a se exalta, se le frena al momento.
Poner una barricada será más o menos acertado, pero por sí solo no es violencia. Es garantizar el derecho a huelga de los estudiantes que van con miedo a una práctica, que tendrán falta de asistencia o que sufren un examen. Es cierto que al mismo tiempo se lesiona el derecho a no hacer huelga. Y que se impide el libre paso. Es el dilema del esquirol visto desde el otro lado. Y no es fácil de resolver.
Hay derechos que perjudican a otros, como el derecho a enriquecerse a costa de los más necesitados. O el derecho a permitir que te echen de la Universidad mientras a mí me lo paga mi familia. Si no hay barricada y revientan la huelga, si siguen adelante las reformas, más de uno será expulsado para siempre del sistema educativo por falta de recursos. ¿Qué hacer en estos casos? ¿Quién impone? ¿Qué es violencia?
No estuve en las barricadas, tampoco en las discusiones que se tuvieron sobre el objetivo de su uso. Lo que me parece reseñable es que nadie ha registrado ningún enfrentamiento físico con otros estudiantes o trabajadores. Una profesora amiga me cuenta que quienes las hacían estaban perfectamente organizados, con jefas y jefes de sección; con una centralita en el Campus para organizarlo todo. Arrastraron objetos para impedir la entrada a la Universidad. Era un día de huelga en defensa de la educación pública. Se taparon las caras. En todo momento fueron muy conscientes de que debían mantenerse pacíficos frente a cualquier persona, también a la policía. Y así lo hicieron, de manera exquisita. Hasta el Decano de Políticas acudió en su auxilio el primer día, enfrentándose a los antidisturbios.
Hace unos meses la policía entró en la Universidad, llamada por el Rector de la Complutense y con el beneplácito del Decano antes citado. Detuvieron a varios chicos que estaban en un encierro contra los recortes. Estos días he conocido personalmente al menos a tres de ellos. Son, repito, de lo mejor que tenemos en la Universidad. Razonables, educados, preocupados por la educación pública, solidarios, trabajadores, amables. Vamos, muy buena gente. Los detuvieron porque sí, me cuentan. Ahora se enfrentan a juicio. Por supuesto, ellos no participan ya en ninguna acción. Los abogados les han recomendado que en cualquier manifestación donde la policía esté cerca, o si se les graba en vídeos, se tapen las caras. Es un consejo que siguen ya todos. Pueden llegar grandes multas cuando menos te lo esperas, si no algo peor. Y todo el mundo ya tiene bastante con las tasas y la disminución de las becas. De ahí su alergia a salir en cualquier fotografía.
Pues bien los medios de la derecha, que -digámoslo claro- ya alcanza también a El País, han utilizado imágenes de estos estudiantes. Ha sido su elección de portada en el día después de una huelga general educativa que ha sacado a centenares de miles de docentes, padres y madres, jóvenes y niños, a las calles. Con un entusiasmo, una energía y una indignación contagiosa. Después de una huelga que ha paralizado la enseñanza de todo un país. Que puede marcar un punto de inflexión en nuestro momento político.
Los violentos, dicen. Y yo, que les conozco, no puedo callarme.
Siempre me ha parecido esencial pensar bien la acción política, con inteligencia y responsabilidad. Dotarla de un contenido profundo, que la protagonice la palabra y que genere ilusión. Así se sumará más gente, sí, pero además no perderás tus razones o, más importante todavía, no te perderás a ti mismo.
Pensando así, habiendo criticado frontalmente otras acciones, afirmo que no son violentos, tampoco unos vándalos. Y me refiero a la gente organizada de la Asamblea, en la que además confluyen varias asociaciones de izquierdas. Recordemos que es un movimiento muy abierto, y por tanto muy vulnerable al boicot o a que cualquier descontrolado eche por tierra un trabajo de semanas.
Por otra parte, en alguna clase al ir de piquete se impuso la tendencia que resolvía el dilema del esquirol cantando, o haciendo proclamas que yo no diría, o acusando a los estudiantes que iban a clase de falta de solidaridad sin dar espacio al diálogo. No presencié esto último, pero he visto ya algún vídeo que lo muestra. Lo que nadie ha registrado es un solo enfrentamiento físico. En otras aulas hubo intercambios donde unos informaban de los motivos de la huelga, y donde quienes la impedían con su presencia podían justificar sus razones de ir a clase. Un chico del piquete se me acercó diciendo con tristeza: «un chaval de Aeronáuticos me ha dicho que se iba porque le habíamos dado miedo al entrar tantos a la vez en clase; y mira que me jode. No sé qué se creen que somos».
Quizá lean solo la prensa de derechas. O quizá el que cientos de personas entren en tu clase a interrumpirla un día de huelga, intimida. Y habrá que pensar cómo hacerlo para que no sea así; pero es mi opinión. Pues se debe reconocer que también auxilia a los menos valientes, y es que muchos se libraron de un examen, o podían volver a casa con la excusa perfecta, sin perder asistencia.
Para ir terminando, comentar que chicos y chicas de mi Facultad que el primer día hablaban a plena voz ahora estaban roncos, la mayoría con ojeras, medio dormidos. Llevan al menos una semana sin parar, con tres noches durmiendo poco y mal. Pero todos lucían una enorme sonrisa. Mucha gente se ha acercado a verlos trabajar; no, mejor aún, a trabajar con ellos. Y lo han disfrutado. Han estrechado lazos, dándose cuenta de que el juego de las facciones no te separa nunca de alguien con quien compartes un encierro, mil asambleas, varios documentos, un piquete o una barricada frente a los antidisturbios armados de un gobierno que la primera mañana de huelga no respetó la autonomía universitaria, consagrada constitucionalmente.
El Campus de Somosaguas se cerró. El día 24 de octubre estuvo vacío. Las imágenes hablan por sí solas. No hubo heridos ni detenidos. Hasta el Rector, finalmente, impidió esta vez volver a pasar a la policía. No había motivos. Y, por una vez, tenía razón.
Varios estudiantes universitarios saben hoy más que hace una semana de sus tasas y sus becas, de la situación del profesorado y del resto de trabajadores, de los órganos de gobierno de las universidades, de las opciones políticas sobre su financiación. Lo han leído, escuchado y debatido. En mi campus todo ha sido gracias a esos chicos y chicas con la cara tapada que llaman violentos. Por el momento apenas han logrado más que la implicación intermitente de un puñado de trabajadores en toda esta ingente y valiosa labor. Se podrán equivocar, y seré el primero que lo indique cuando me lo parezca, partiendo de que yo me equivoco también a menudo. Pero es necesario que seamos cada vez más los que trabajemos a su lado.
En esta huelga no había motivos para estas portadas. Además hablamos solo de un campus, minúsculo dentro de lo que significa la comunidad educativa. En el resto del Estado se han sacado adelante iniciativas plenas de imaginación, se han dado miles de pequeñas historias de dignidad y resistencia conjunta frente a la LOMCE y los recortes. Seguramente mejores, más inspiradoras. Ha salido a las calles una enorme marea verde con centenares de miles de personas que tenían una historia, una queja, una propuesta. Había grandes colectivos con reivindicaciones bien precisas. Todo esto es lo que se merecía portadas.
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