¿Cómo curar a la vez el «yanquijupiterismo» y la «yanquimanía»?
Con cada cambio durante el ciclo presidencial el mundo espera, quizás con cierta ingenuidad, que el nuevo gobierno de los Estados Unidos anuncie y sea portador de una nueva y renovadora política. Después del mandato de un egocéntrico como Donald Trump, la figura de Joe Biden ¨parecía¨ más comedida y atildada. Pero no, se trataba de una simple apariencia externa. Y el hombre, para que no le crean débil, quiere demostrar sus ínfulas de mandamás. Así se explican sus amenazas contra China y contra Rusia, sus sanciones, los calificativos soeces contra Putin, las opiniones injerencistas sobre asuntos internos de los países, las provocaciones en Taiwan y mares cercanos a China, los azuzamientos de la OTAN, las torceduras del brazo a determinadas naciones europeas y especialmente su guerra en Ucrania. Así que se puede afirmar que ¨este Mambrú también se fue a la guerra¨. Pueden citarse más ejemplos, pero cada lector puede añadirlos según su conocimiento y convicción.
Retomaré en forma sintética un análisis que pueda servir de referencia para una realidad actual que se asienta en otras con duración de más de un siglo y que han ocurrido de ¨un confín a otro¨ del mundo.
Los Estados Unidos ya tienen más de un siglo de pretender desempeñar un papel de gendarme internacional. Poco a poco o rápidamente, según el caso, ha ido extendiendo sus tentáculos hacia toda tierra ajena que les haya permitido hacerlo a las buenas o a las malas. El pueblo norteamericano, noble como los demás pueblos, ha visto como sus gobernantes ensoberbecidos por el poderío alcanzado, han venido practicando una política de injerencia rampante en los asuntos soberanos del resto de las naciones del mundo, y han asumido el derecho de conquista como una filosofía de su política exterior. Les remito al discurso de despedida como presidente de George Washington y se comprobará qué tamaña traición han cometido sus sucesores a los consejos que debían regir la actuación de los gobernantes con respecto a sus relaciones con otras naciones.
“Observen la buena fe y la justicia hacia todas las naciones. Cultiven la paz y armonía con todos. La religión y la moralidad ordenan esta conducta. En la ejecución de dicho plan nada es más importante que antipatías inveteradas y permanentes contra determinadas naciones y apegos apasionados por las demás deban ser excluidas, y que en lugar de ellos, justos y amistosos sentimientos hacia todos deben ser cultivados. La nación que entrega a otro un odio habitual o una afición habitual es en cierta medida un esclavo. Es un esclavo de su animosidad o de su afecto, cualquiera de los cuales es suficiente para provocar el mal camino de su deber y su interés. La antipatía de una nación contra otra la predispone con más facilidad a ofrecer insultos e injurias, al tomar posesión de pequeñas causas de resentimiento, y a ser arrogante e intratable cuando se producen ocasiones accidentales e insignificantes motivos de disputa.
La paz a menudo, a veces tal vez la libertad de las naciones, ha sido la víctima… La armonía, la relación liberal con todas las naciones es recomendada por la política, la humanidad, y el interés”.
Los Estados Unidos, conducidos por gobiernos con mentalidad y espíritu avasalladores, no se han conformado con nada. Primero se lanzaron sobre el territorio de México. Luego les siguieron los enclaves coloniales, el caso de Puerto Rico es paradigmático, que aún mantienen como “derecho de conquista natural”, a contrapelo del proceso de descolonización acordado por la ONU. Además, mantienen bases militares, convenidas bajo la presión, la fuerza o las engañifas, en cuantos lugares han creído conveniente para sus planes estratégicos de control hegemónico. Y algunas las han convertido irracionalmente en cárceles. ¿Cuántas? Más de mil bases militares son los tentáculos del pulpo imperialista, a pesar de las denuncias, del repudio de los pueblos y de algunos gobiernos, por lo que significan de consecuencias negativas para las soberanías nacionales y de otros problemas políticos y sociales de los países en que se han instalado las mismas. Además, ¿cuántos países invadidos, cuantas guerras libradas, cuántos bombardeos terribles, cuántos miles o millones de víctimas sacrificadas, cuántos chantajes, cuántas soberanías pisoteadas, cuántos bloqueos y sanciones, cuántos derechos humanos violados, cuántas mentiras propaladas y acuñadas como verdades sacrosantas? Y por supuesto, aquellas dos bombas nucleares lanzadas por primera vez sobre la población civil en Hiroshima y Nagasaki, hasta ahora las únicas conocidas por la humanidad.
Sus gigantescas empresas transnacionales, la extravasación imperialista de sus capitales invertidos en empresas nacionales, en forma parcial o total, en la mayoría de los países del mundo, su gigantesca telaraña mediática, son parte de las influencias del poderío nefasto de los Estados Unidos sobre otros pueblos.
De todo esto se deriva, así como de otros factores de la propaganda y del modo y estilo de vida norteamericano, las influencias que ejercen sobre la mentalidad y actuación de muchos ciudadanos de otros países. La adoración por el llamado sueño americano, y la actitud genuflexa ante los valores y pretensiones norteamericanos, fue calificada por José Martí, el Héroe Nacional de Cuba, como “yanquimanía”. No sé si tal término existía en su tiempo o él lo inventó.
Esa actitud servil ante los intereses de los Estados Unidos fue criticada en forma genial por Máximo Gómez, el General en Jefe del Ejercito Libertador de Cuba, quien expresó en una carta en 1899, lo siguiente:
“(…) no me agrada que ponga a los yanquis por las nubes, como si fueran habitantes de Júpiter que andan viajando por la tierra. Ellos como yo y él somos prójimos del alacrán, del burro y el cochino, especies que juntos tenemos que vivir por ley inmutable”.
Estas ideas hoy conservan toda su sapiencia y vigencia. Ahí están reflejados el carácter imperial de los yanquis, dispuestos a invadir o amenazar a cuantas naciones les convenga a sus intereses “jupiterianos”, pisoteando las tierras sagradas de otros pueblos y también el humor y la ironía ante la “yanquimanía” de muchos en el mundo, y el “yanquijupiterismo” de los imperialistas de ayer, hoy y mañana.
En fin, el mundo entero se resiste a la idea y planes de la hegemonía yanqui y repudia la actitud yanqui de comportarse como si fueran habitantes de Júpiter que andan viajando por la tierra, pisoteando soberanías en plan de conquista. Ah, también viajan por los mares, en la IV flota y las otras, con los mismos propósitos imperiales. Y también por los cielos. Por eso es necesario gritarles que es hora de que se bajen de esa nube si no quieren irse de vuelta para Júpiter o simplemente GO HOME, que eso sí deben entenderlo desde hace rato y en cualquier época, porque los pueblos lo gritan desde hace mucho tiempo.
Wilkie Delgado Correa. Doctor en Ciencias Médicas y Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.