Acabo de recibir la noticia de la muerte de Jorge Zabalza, Tambero, el irreductible revolucionario uruguayo. Es estos días anuncian también que, en el pueblo navarro de Erratzu, preparan un homenaje a Ricardo Zabalza, el dirigente sindical navarro fusilado en 1940. Aunque entre sí no se conocían, por una extraña casualidad histórica estaban muy relacionados: por la sangre, por la solidaridad, por el sueño revolucionario. En mi libro Apología conté la historia, que la vuelvo a contar ahora como póstumo homenaje a ambos.
Jose Mari Esparza Zabalegi
Tafalla, 24 de febrero de 2022
Los Zabalza
Mi abuelo Jose María nació en el Uruguay, hijo del exilio de la última carlistada. Por eso siempre tuve una querencia especial hacia ese paisito, tan liberal y tan laico, tan suyo y tan solidario, acogedor de vascos, solar de excelentes payadores, cuna de los tupamaros. Estos se llamaron así aposta, dando la vuelta a la inquina de los españoles que llamaron tupamaros a los patriotas independentistas de 1811. Se pusieron nombre bonito estos seguidores de Tupac Amaru. Hoy día les hubieran llamado terroristas, como a cualquiera.
A finales de los 70 mirábamos al Uruguay y su audaz subversión nacionalista. Ni blancos ni colorados ni partido comunista: acción directa y patria comunal para todos. Los asaltos a los bancos y banqueros; los golpes a las multinacionales; los enormes zulos o “tatuseras”, obras de ingeniería insurgente; los cien fugados de la cárcel de Punta Carretas; su rico movimiento popular; la limpia de torturadores. El Cielo de los tupamaros se incorporó al cancionero revolucionario mundial. Luego vino el golpe militar, la tortura sin límite, las caídas, la derrota, la cárcel, el exilio. Gente seria, “bancaron” con todo y apenas conocieron las deserciones ni los arrepentimientos. Entonces comenzamos a conocer sus nombres: Sendic, Huidobro, Rosencof, Mújica, Zabalza, incomunicados 13 años como rehenes. Su epopeya la recogimos en dos libros magníficos de Mauricio Rosencof: Memorias del Calabozo y su antología De puño y letra. Más tarde Daniel Chavarría le hizo una biografía a Raúl Sendic, en la que nos descubrió que el líder uruguayo era también de origen vasco, biznieto de Jean Pierre Sindicq Etchecopare.
Vuelta la democracia, los tupamaros estuvieron firmes en los sucesos del Filtro en 1994 y en las huelgas generales en contra de la extradición de los vascos, lo que les costó dos muertos, muchos heridos y el cierre de su única emisora. En un libro de Jon Mindegiaga lo contamos. (…)
Pero vayamos a la historia. Junio de 1990 estuvo marcado por el tiroteo en la Foz de Lumbier, donde murieron un guardia civil y dos miembros del comando Nafarroa, Susana Arregi y Jon Lizarralde. Un tercero, Germán Rubenach, resultó gravemente herido con un disparo que le destrozó la cabeza. El ministro del Interior de PSOE, José Luis Corcuera, divulgó una versión policial pasmosa: según esta, Germán había matado a sus compañeros y luego se disparó a sí mismo, en un insólito suicidio colectivo. Nadie creyó al ministro y en el juicio posterior la sentencia exculpó a Rubenach de haber disparado a sus compañeros. La pregunta lógica era ¿quién los mató entonces? ¿Qué pasó en la ratonera de la Foz, ocupada por cientos de guardias civiles, durante las 24 horas que les costó mostrar los cuerpos? El recuerdo de la tortura y muerte de Mikel Zabalza (¡otro Zabalza!) voló del Bidasoa al río Irati.
El tema merecía un libro y para fin de año ya estaba en la feria de Durango con un subtítulo prohibitivo hoy día: Foz de Lumbier. Antecedentes y crónica de unas ejecuciones. En la portada de Xabi Otero, unos buitres –Gyps Fulvus– sobrevolaban el espectacular lugar de los hechos. El libro, con prólogo de Patxi Larrainzar, se hizo en equipo: Iñaki Egaña y yo hicimos la introducción histórica y el abogado Adolfo Araiz el grueso del libro. Era tema delicado y los tres nos cubrimos con un seudónimo, el nombre de un mítico del socialismo navarro: el baztandarra Ricardo Zabalza, diputado del Frente Popular, fusilado en 1940. La alegoría era elocuente. Nadie se dignó a contradecir lo que decía el libro, pero eso no supone que se haya ganado la batalla de aquel relato: en la actualidad una placa en la Foz recuerda al guardia civil muerto y siguen olvidados los jóvenes militantes y las circunstancias de su final.
Veinte años más tarde viajé hasta Puerto de Santa María a visitar, 40 minutos tras el cristal, a Germán Rubenach. Mantenía la sonrisa intacta y el rostro cruzado del disparo que lo atravesó. Las muertes de Susana y Jon seguían sin explicación oficial, nadie respondió por ello y él seguía en la cárcel. Ni siquiera había perdido el humor. “Disparar yo contra mis compañeros… ¡Qué cosas tienen estos españoles!”.
La historia no acabó allí. En 1991 visité Uruguay e hice una visita a la sede de los tupamaros. Allí estaba Jorge Zabalza, el Tambero, uno de los rehenes de la dictadura. Le llevé varios libros, entre ellos el de la Foz de Lumbier. Jorge se fijó en el autor y preguntó por Ricardo Zabalza. Le dije que era un seudónimo, que había sido un famoso dirigente socialista, que lo fusilaron, etc. Entonces él me redondeó la historia:
-Es que mi padre fue diputado del partido blanco, pero muy liberal, y como casi todos en Uruguay, partidario de la República española. Leía del tema todo cuanto traía la prensa y por tener su mismo apellido vasco -mi abuelo vino de Subiza, en Navarra- reparó en lo que hacía y decía Ricardo Zabalza, el socialista navarro. Cuando leyó un día que lo habían fusilado, le impactó tanto que decidió que si un día tenía otro hijo le llamaría Ricardo, en su honor. Así que mi hermano se llamó así. Veinte años después era tupamaro, lo detuvieron los milicos en la toma de Pando y allí mismo lo fusilaron.
Quedé impresionado. Un Ricardo Zabalza había pasado al otro su nombre y su destino. Con más convicción aún, seguimos empleando el seudónimo en otros libros, algunos, como Voluntarios. Semillas de libertad, imposibles de editar hoy día por la mengua constante de libertades. Y como punto final, o seguido, de esta historia, el año 2008 editamos una completa biografía del navarro, escrita con esmero y cariño por Emilio Majuelo: La generación del sacrificio. Ricardo Zabalza 1898-1940. Por ella supimos que antes de ser político había sido maestro, poeta y editor. Y claro, amaba los libros:
Ellos son como el sol. Ellos mi vida
llenan de tibios, blancos resplandores
con la luz que dejaron encendida
con sus hojas los grandes pensadores.
Uno cuenta sus ansias sin medida
aquel sus sueños, este sus amores
y allí otro encuentra en su punzante herida
un manantial de inmarcesibles flores.
Homero, Esquilo, Píndaro y Virgilio
Horacio y Dante y Byron en concilio
reunidos forman mi celeste coro
y de la dulce paz de mis estantes
me miran Goethe, Shakespeare y Cervantes
con la sonrisa de sus libros de oro
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