La Lotería Aparte de las imágenes de los aviones del 11-S como si fueran el único drama planetario merecedor de ser tratado de ese modo, sólo hay otros tres acontecimientos que fuerzan a todas las televisiones del país a retransmitir la misma imagen a los españoles, y las tres suceden en Navidades, fechas de común […]
Aparte de las imágenes de los aviones del 11-S como si fueran el único drama planetario merecedor de ser tratado de ese modo, sólo hay otros tres acontecimientos que fuerzan a todas las televisiones del país a retransmitir la misma imagen a los españoles, y las tres suceden en Navidades, fechas de común acuerdo para lacerarse con la fusta de la uniformidad: las campanadas de fin de año, el mensaje del Rey y el sorteo de la Lotería Nacional.
La primera viene obligada por la tradición y el calendario. La segunda viene decidida por el sistema ideológico y político que tratan de inculcarnos también por la televisión y que tiene la paradoja de reflejar a un rey que represente la aparente igualdad de los que no somos como él frente a la desigualdad de compararnos con él. Y a la propia desigualdad existente entre los patricios y los que somos plebe. La tercera, la peor de todas, viene determinada por hacernos creer que la codicia es una tradición y que éste es un pueblo de infelices que sólo llegan a la felicidad por golpes de azar, no por méritos propios o por vivir en un sistema más justo.
Los niños cantores de números -unos menores de edad que atraviesan una fugaz Operación Triunfo pero de estribillos- son el símbolo de una degeneración: niños y niñas procedentes de familias arrasadas por la desigualdad salvados azarosamente del arrollo por cantar en el bombo que determine la desigualdad de otros. Así, nadie parece culpable o cómplice de las desgracias del mundo, como si el azar no pudiese sustituirse por una política más justa.