Lucha y resistencia de la tribu kikapú, de Elisabeth A. Mager Hois, UNAM- Facultad de Estudios Superiores Acatlán, Segunda edición, 2008.
El libro de Elisabeth A. Mager Hois es importante en más de un sentido. Los kikapú constituyen uno de los casos frecuentes en la construcción de Estados nacionales que contienen pueblos indígenas situados en ambos lados de las fronteras de países limítrofes; esto es, grupos transfronterizos y binacionales que mantienen sus identidades y cohesiones étnicas, no obstante las presiones propias de los procesos nacionalizadores enmarcados en el establecimiento y desarrollo del capitalismo.
El trabajo de Mager da cuenta de una historia paradigmática de etnias que ocupando originalmente territorios vastos y, como resultado de los procesos de expansión, en este caso, de la colonia inglesa que daría lugar a Estados Unidos, son desplazadas violentamente y forzadas a un éxodo histórico que provoca su fragmentación territorial, amenaza constantemente su integridad física y, aún su sobrevivencia, y las lleva a una permanente lucha de resistencia, adaptación y cambio de sus características culturales.
El libro constituye un ejemplo de investigación abiertamente comprometida con el sujeto estudiado y su derecho a la autodeterminación, e incluso relaciones de amistad de la investigadora con muchos miembros de la tribu, lo que no quita rigor académico y objetividad en el manejo de la información y en los resultados del trabajo de campo.
Esta segunda edición, en particular, revisada y actualizada, presenta un acelerado proceso de integración de los Kikapú a la sociedad estadounidense, especialmente entre los más jóvenes y los adultos jóvenes, y la resistencia que en el grupo busca las formas de mantener la cohesión y la integridad internas por la vía de formas de organización, mitos, prácticas religiosas y rituales celosamente guardados.
El establecimiento de un casino en el territorio de la tribu en Texas, la drogadicción, la fármaco dependencia y el alcoholismo, la criminalidad en aumento, la existencia de divisiones sociales internas, y la consecuente asimilación a patrones culturales estadounidenses, constituyen parte del reto que los Kikapú enfrentan en esta lucha por preservase como pueblo, demostrando con ello que las identidades étnicas no son esencias meta-históricas que perduran incólumes a través de procesos inmanentes, sino, por el contrario, productos de un constante batallar, -en el que se gana y pierde-, de sujetos culturales y sociopolíticos inmersos en una desigual carrera entre la alteridad o la asimilación etnocida.
Los Kikapú provienen de los grandes lagos de Estados Unidos y Canadá, de donde fueron desplazados hacia al oeste y el sur a partir del contacto con los europeos y a lo largo de los siglos XVIII y XIX. La subtribu Kikapú estudiada ocupa actualmente un territorio en El Nacimiento, Municipio de Melchor Múzquiz, Coahuila, México, así como una reservación llamada Kickapoo Village en Texas. Las otras subtribus viven en reservas en Kansas y Oklahoma.
En 1996 se instaló el casino Lucky Eagle en Texas, hecho que determinó uno más de los cambios sufridos por este pueblo a lo largo de su historia. Todavía en esta fecha, muchos Kikapús trabajaban como jornaleros estacionarios en campos de cultivo de Estados Unidos. El casino dio empleo a numerosos trabajadores de esta etnia, originando cambios económicos y políticos en la tribu y formación de distintas facciones que lucharían por el control de la nueva actividad económica.
El problema de investigación que la autora plantea consiste en examinar la lucha por la sobrevivencia étnica de la tribu Kikapú y su resistencia frente a las influencias culturales de Estados Unidos en los campos laboral, educativo e ideológico. Se distingue entre la resistencia pasiva o cultural, y la resistencia activa o política.
La hipótesis general de la investigación se centra en considerar la cohesión grupal como instrumento de resistencia frente a la influencia cultural de Estados Unidos, profundizada ésta por las nuevas actividades económicas relacionadas con el casino y su inherente cosmovisión capitalista.
Se especifican tres niveles de la cohesión grupal: el cognitivo o fisco material, que se relaciona con el círculo de producción en la vida cotidiana y ceremonial; el contacto social y emocional del grupo; y por último, el reflexivo, o la visión del mundo por medio de la religión y el idioma. Con base en Guillermo Bonfil y Miguel Bartolomé, entre otros autores, se define la identidad étnica como una relación entre nosotros y los otros, el ser en sí, en comparación con el ser para sí de la conciencia étnica, considerando también a la cohesión grupal como el núcleo de la identidad étnica.
Coincido con la perspectiva de la autora de analizar al grupo étnico en sus inserciones nacional y global, la cual sitúa a la mayoría de las etnias americanas en una condición minoritaria. En 1979, a partir de una crítica desde el marxismo a los antropólogos Charles Wagley y Marvin Harris, definimos a las minorías subordinadas como: «Grupos étnicos, raciales o nacionales sujetos a discriminación, explotación y opresión adicional, preferencial en los aspectos estructurales y superestructurales de las sociedades divididas en clases; segmentos subordinados de las sociedades clasistas con características especificas físicas, étnico-culturales o nacionales, los cuales sufren formas especificas y preferenciales de opresión, explotación socio-económicas, culturales y políticas», (Gilberto López y Rivas y Eduardo Perera. «El concepto de «minoría subordinada», elementos para su definición.» Iztapalapa, número 1, 1979, pp. 150-157.
Los Kikapú se enfrentan básicamente a las influencias culturales de la sociedad capitalista estadounidense, por lo que la autora dedica un capítulo al análisis del poder en sus distintas variantes: directo militar y económico, indirecto suave o ideológico y superpoder, que es la capacidad de nación dominante para ejercer su dominio sobre otras; a partir de ello, se establecen formas preferentes de discriminación y dominio sobre micro sociedades, como la Kikapú, que como pueblo aparte en condición de minoría subordinada, se encuentran en total desventaja asimétrica que se traduce en un circulo de dependencia que rompe las autonomías de los pueblos indios, o las subvierte, al no poder garantizarse la autosuficiencia alimentaria y los satisfactores básicos para una vida autónoma. En este contexto, se exploran los conceptos de aculturación, o aceptación más o menos voluntaria de ciertas pautas culturales; asimilación, o entrega personal a la cultura ajena, e integración, que se efectúa en el rango institucional y significa la desaparición de un pueblo como tal.
El capitulo 3 incursiona en el tema de las invasiones europeas y la resistencia indígena, proceso histórico del que los Kikapús forman parte del conjunto de tribus o etnias sometidas a los procesos expansionistas de conquista y colonización que tienen lugar con la llegada de los europeos al norte de América. Aquí se define el concepto de expansionismo como ampliación territorial de un Estado más allá de los límites geográficos nacionales, aunque en el caso de América, no existían dichos límites, pues todo territorio es producto de la invasión y la conquista. Así, concuerdo que no hubo fundamento legal ni moral para el expansionismo territorial europeo en América del Norte, que ignorando los derechos de la población indígena, simplemente se adueñó a sangre y fuego de sus territorios, llegando al genocidio y el etnocidio de pueblos enteros.
Con respecto al expansionismo estadounidense, una vez consumada la independencia de las trece colonias inglesas, la autora sostiene que los primeros colonos justificaron la expansión territorial basándose en el destino manifiesto, lo cual no es exactamente cierto. Es verdad que la población anglo hace uso de una variedad de creencias religiosas racistas que produjeron una ideología de «pueblo escogido por la providencia» para expandirse sobre etnias consideradas «atrasadas», pero el término de «destino manifiesto» es acuñado décadas después de que se producen estos movimientos de expansionismo territorial. De hecho, destino manifiesto aparece por primera vez en el artículo Anexión del periodista John L. O’Sullivan, publicado en la revista Democratic Review de Nueva York, en el número de julio-agosto de 1845. En él se afirmó: «El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.»
Por otra parte, el expansionismo estadounidense expresado en el «destino manifiesto» no sólo estaba encaminado a justificar la usurpación de territorios indígenas; también, hacía eco de un movimiento dirigido contra los poderes coloniales que se oponían a la ampliación territorial estadounidense: Inglaterra, que con la guerra de 1812, enfría los ánimos de quienes pretendían la anexión de Canadá a la Unión Americana; Francia, de la que se logra la venta del vasto territorio de La Luisiana en 1803; España, de cuyos territorios en las Floridas se apoderan en 1819; y contra la joven república de México, a la que arrebatan a través de una guerra de conquista de 1846 a 1848, la mitad de su territorio.
Este expansionismo estadounidense no puede ser definido en términos de una mera ampliación territorial, sino también como resultado de un desarrollo capitalista particularmente favorable. Observando el expansionismo estadounidense como un proceso de acumulación de capital y de formación de una entidad nacional que deviene en imperialista después de la guerra con España en 1898, puede entenderse, que nunca justificarse, la lógica de destrucción y aniquilamiento de las consideradas «atrasadas» culturas indígenas, cuyos miembros no podían ser integrados como trabajadores, o como consumidores de un mercado nacional en crecimiento constante. La respuesta estadounidense es la guerra de exterminio, y la reserva para los sobrevivientes, como la reducción en un territorio cercado para los-no-nación, para quienes dentro de la nación, están fuera de ella.
En esta guerra, los Kikapú, como muchos otros pueblos indígenas, resistieron con fiereza y dignidad durante décadas, infligiendo derrotas memorables a los europeos y sus descendientes americanos, pero desplazándose inevitablemente hacia los territorios que finalmente ocuparon. Más daño que las balas causó el licor, parte del expansionismo cultural; como acertadamente comenta la autora, «esta ‘agua de fuego’ redujo el honor de la tribu, el valor de los hombres y la virtud de las mujeres.»
En 1859, los Kikapús fueron ubicados en El Nacimiento, hacienda expropiada a los terratenientes Sánchez Navarro. «Benito Juárez otorgó a la tribu Kikapú sus tierras comunales en una concesión definitiva…con una dotación de 3510 hectáreas. En el tiempo de Lázaro Cárdenas el terreno llegó a tener 7022 hectáreas, por el aumento de tierra ejidal para el ganado.»
En el año 2000, los Kikapús sumaban un total de 986 habitantes en ambos lados de la frontera; los miembros de esta etnia cuentan con las dos nacionalidades, estadounidense y mexicana. El gobierno de Estados Unidos paga a los ancianos pensiones y otorga los beneficios del welfare (seguro de desempleo) en general y por ser tribu reconocida. El Nacimiento, México, es el territorio de las ceremonias religiosas y la reproducción simbólica del grupo, con escasa residencia permanente, mientras la reservación texana, donde se asienta el casino, es el espacio principal de la actual actividad económica y residencia del grupo, con lo que esto significa para la identidad y resistencia étnicas.
Para el Kikapú, su paso de jornalero a trabajador del casino redundó en una pérdida de los valores laborales y sociales que se sustentan en la solidaridad y la ayuda mutua, para caer bajo las influencias del consumismo, el individualismo, la ganancia privada y el porvenir personal, así como los pésimos hábitos alimenticios del estadounidense promedio, el alcoholismo, las adicciones varias, que incluyen el apego a la televisión chatarra, especialmente entre los infantes.
El casino mereció un capítulo aparte, pues constituye el arma de destrucción masiva más dañina de todas a las que han enfrentado los Kikapús a lo largo de su dramática historia. Resumiendo: con el casino la religión ya no dirige las normas de la convivencia; los poderes económicos y espirituales se separaron; el territorio de la reserva está bajo control federal, el trabajo absorbe un tiempo considerable, los aleja de sus actividades tradicionales; se introduce la división, la competencia, mientras los niños ya son educados en las instituciones estadounidenses, se pierde el idioma, etcétera.
Un análisis generacional «muestra el peligro de una deserción cultural en las dos primeras generaciones, es decir, hasta los cuarenta años. Después se nota una cierta estabilidad respecto a su identidad y cohesión grupal, con compromisos con la sociedad dominante.»
Los dos últimos capítulos sobre la cohesión y la resistencia grupal en El Nacimiento y las conclusiones no logran superar las predicciones más descorazonadas para el pueblo Kikapú, incluso si tomamos en cuenta lo que la propia autora afirma en el inicio de éstas últimas: «La cultura de una tribu se encuentra en peligro cuando depende económicamente de la sociedad dominante sea nacional o internacional: en el caso Kikapú, de Estados Unidos».
Si tomamos como base las conclusiones a que hemos llegado en la investigación denominada con el acrónico de Latautonomy, en torno a «las autonomías indígenas en América Latina como condición indispensable del desarrollo sustentable», la situación de los Kikapus representa el otro polo equidistante de los procesos autonómicos zapatistas y de los que se desarrollan en otras etno-regiones de México y América Latina. Tomando analógicamente los criterios hipotéticos de estos procesos autonómicos, observamos que los Kikapù están seriamente afectados en las bases mismas de su reproducción y su autonomía comunitarias. No obstante, siempre es posible que de las entrañas culturales de un pueblo de lucha y resistencia, se produzcan las rebeldías necesarias para prevalecer «como los que andan por la tierra».
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