Ya tenemos encima las elecciones y el centro izquierda está quemando los últimos cartuchos para disputarle al PP hasta el último escaño. La política realizada en estos años, a pesar de un discurso cargado de buenas intenciones, ha sido consecuente con los intereses de las clases dominantes en todo lo que interesa, es decir, mayores […]
Ya tenemos encima las elecciones y el centro izquierda está quemando los últimos cartuchos para disputarle al PP hasta el último escaño. La política realizada en estos años, a pesar de un discurso cargado de buenas intenciones, ha sido consecuente con los intereses de las clases dominantes en todo lo que interesa, es decir, mayores beneficios a costa de salarios de explotación, el saqueo de recursos y represión indiscriminada. Unas clases económicas y financieras globalizadas, firmemente asentadas en el gobierno, que tienen garantizados sus intereses con los dos principales partidos políticos de este pseudoestado de derecho.
Es por este motivo que se ha publicado en Rebelión un artículo titulado «Morir en Madrid hoy«, donde montándose de la forma más oportunista posible en las recientes movilizaciones de los jóvenes madrileños, se reflexiona sobre la política que, en su opinión, debería realizar la «izquierda».
El infame asesinato de Carlos Palomino por un soldado del ejército español ha puesto en pie de guerra a la juventud organizada, representada por la Coordinadora Antifascista y movimientos sociales cercanos, y ha creado una alarma social en un sector de la sociedad que representa un nicho de votos que ni el PSOE ni IU se pueden permitir perder. Es así cómo el autor repasa la política de la derecha en España y la explica como consecuencia de la pérdida del poder político del PP.
Considera que la violencia y la reorganización del fascismo español tiene como objetivo conseguir que las «clases dominantes» accedan al gobierno, dando por buena la idea de que solamente la derecha del PP representa sus intereses.
Partiendo de esta premisa falsa, explica que la política de la derecha consiste en una «estrategia de tensión destinada, primero, a provocar la abstención, y después, a justificar una nueva campaña de deslegitimación de los resultados electorales…». En consecuencia, y en línea con el argumento de que a «las clases dominantes» se las vencerá en las elecciones si gana el PSOE, propone «una política de frente único que agrupe a todos los sectores». Este frente estaría dirigido por el llamado Foro Social de Madrid (FSM), una sigla que agrupa al llamado centro izquierda, representado por el PSOE, IU, el PCM, los sindicatos CCOO y UGT más una serie de siglas acompañantes de ONGs y federaciones de vecinos.
El lector poco entendido seguramente se sentirá tentado a apoyar una propuesta de «unidad». A fin de cuentas, una parte importante de la sociedad no termina de aceptar que el partido de Isidoro hace mucho que dejó de ser obrero y socialista. Por otra parte, la «unidad» ha sido desde hace tiempo, la palabra mágica que resolvería todos los problemas de la izquierda.
Sin embargo, somos cada vez más las trabajadoras y los trabajadores que sabemos que el PSOE no representa nuestros intereses, aunque le sigamos dando los votos cada cuatro años no solamente por la «falta de conciencia» sino por carecer de una oposición verdaderamente anticapitalista en la calle, que evite que nuestro voto sea exclusivamente una opción estética.
Desde las «gloriosas» elecciones de 1982, la realidad nos ha puesto delante a un gobierno experto en privatizaciones, reajustes estructurales, trabajo precario, centros de detención de inmigrantes, distintos conflictos bélicos como Afganistán o Líbano, leyes infames como las antiterroristas o de extranjería, planes vergonzosos como el Plan África, privatización de los servicios sociales a manos de las ONGs, además de corrupción, políticas inmobiliarias que nos han dejado sin vivienda y hasta un grupo paramilitar…
Colaboradores necesarios de estas políticas han sido los sindicatos verticales amarillos de UGT y CC.OO. Los gobiernos del PSOE no las hubieran podido llevar adelante si no hubieran contado con estos sindicatos, verdaderos interlocutores de los empresarios ante los trabajadores, que utilizan todos los medios a su alcance para impedir que dirigentes honestos lleguen a destacar, dejando que trabajadoras y trabajadores vayan perdiendo, uno a uno, todos los derechos conseguidos en décadas de lucha.
No se si la juventud que hoy busca su camino en la sopa de letras de los movimientos sociales tiene presente esta historia, pero ya que se ha puesto de moda lo de la memoria, no está de más recordar qué se esconde en esta propuesta de «movilización unitaria» del FSM. Las manifestaciones masivas contra la guerra de Irak nos han dejando un sabor amargo, de decepción, al comprobar que ellos pusieron la pancarta y nosotros la gente y los principios, y que fuimos utilizados para asegurar sus sillones.
Esta experiencia reciente nos obliga a preguntarnos si al fascismo se le puede derrotar en las urnas y con movilizaciones masivas dirigidas por organizaciones que representan el brazo ejecutor de las políticas capitalistas y patriarcales, y cuando trabajadoras y trabajadores, inmigrantes, mujeres feministas y jóvenes estudiantes precarios contamos con organizaciones endebles carentes de propuestas sólidas…
La consigna «lo llaman democracia y no lo es», es muy ilustrativa. Los hijos y nietos del 36, que crecieron con unos ideales y unos principios de igualdad y justicia, no nos creemos el cuento de la «izquierda» amplia y plural, conducida por empresarios y burócratas. Los jóvenes organizados que están haciendo su experiencia en el movimiento alternativo, son la única izquierda posible y hoy por hoy se aglutina en el ámbito de la Coordinadora Antifascista y el campo extraparlamentario.
No obstante, los que duden pueden darle al FSM un voto de confianza. A fin de cuentas, si de verdad quieren luchar contra el fascismo, la izquierda institucional no necesita de «los jóvenes antisistema», como llaman desde sus medios a los que hoy lloran el asesinato de Carlos. Ahí tienen el dinero, los medios y los 10 millones de votos que reciben en cada elección. Si de verdad creen que dirigiendo la «movilización del conjunto de los trabajadores madrileños», se conseguirá «aislar a los grupúsculos fascistas y el medio social en el que se apoyan», no tienen más que ponerse a ello y demostrarlo.
La izquierda de abajo, que cree y lucha por otro mundo posible, sabe que el fascismo no se vence con una movilización de cartón-piedra o en unas elecciones. Hace falta construir alternativas a este sistema, con herramientas y organizaciones revolucionarias que no sean de pastel, construyendo redes horizontales y democráticas, anticapitalistas y antipatriarcales, de hombres y mujeres que crean en que el verdadero poder surge desde abajo, con las trabajadoras y los trabajadores, nativos y extranjeros.
Allá ellos, con sus aparatos y su superestructura. Es su lucha, no la nuestra.