La sabiduría anida en los discursos sencillos. Cuanta mayor es el recorrido biográfico y la experiencia vital, más simples son las enseñanzas. El maestro deja a un lado la palabrería y la retórica huera para transmitir la esencia de las cosas. Por eso hay que escuchar a Lucio Urtubia (Cascante, Navarra, 1931), un anarquista que […]
La sabiduría anida en los discursos sencillos. Cuanta mayor es el recorrido biográfico y la experiencia vital, más simples son las enseñanzas. El maestro deja a un lado la palabrería y la retórica huera para transmitir la esencia de las cosas. Por eso hay que escuchar a Lucio Urtubia (Cascante, Navarra, 1931), un anarquista que ha realizado «expropiaciones» metralleta en mano (con la «Thompson» heredada del guerrillero libertario Quico Sabaté), ha falsificado documentos, billetes y pasaportes y ha construido su casa con las manos, gracias al que ha sido su oficio de toda la vida, albañil; hay que escucharlo cuando anima a la autogestión, a construir cooperativas y a no instalarse en el lamento. «Lo importante es luchar, hablar entre nosotros es fácil porque aquí estamos los convencidos, pero hemos de llegar al resto de la sociedad», ha afirmado en un acto organizado por el Centro Social La Dahlia en Mislata (Valencia).
Sobre la peripecia vital de Lucio Urtubia no falta material bibliográfico. «Ediciones B» publicó en el año 2001 «Lucio Urtubia, el anarquista irreductible», de Thomas Bernard; y en 2008 y 2014 la editorial Txalaparta editó dos autobiografías, «La revolución por el tejado» y «Mi utopía vivida». El documental «Lucio», de Aitor Arregi y José María Goenaga también aproxima a un personaje real, de carne y hueso, que falsificó cheques del First National Bank (por valor de tres mil millones de pesetas de la época) hasta el punto de casi provocar la quiebra de la entidad financiera. De acuerdo con el «ideal», destinó estos recursos a financiar las guerrillas latinoamericanas y europeas. Fue condenado a seis meses de prisión después de un acuerdo extrajudicial con el banco. En mayo de 1974 la policía le detuvo en París junto a otros compañeros, acusados de secuestrar, en una acción de los Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista (GARI), al director del Banco de Bilbao en la capital francesa.
Nacido en una familia muy pobre con cinco vástagos, hoy con 85 años Lucio se expresa con sinceridad, sin cortapisas ni jerga políticamente correcta. «Hemos de hacer un esfuerzo; no hemos de esperar nada del socialismo -Felipe González creó un ejército para matar vascos- ni de Podemos ni de ningún cristo así». Opina por el contrario que las ideas libertarias están muy vivas, de hecho, considera que el anarquismo es actualmente una «necesidad». Pero teniendo presente que nadie «tiene la única solución». Las palabras de Lucio tienen un fuerte trasfondo moral, que apela a los viejos militantes de la CNT: «Hemos de ser personas responsables, como nos decía la gente de la Confederación en Andalucía, Cataluña o Valencia; aquéllos libertarios fueron un ejemplo para el mundo entero». Cuando se les asocia a la violencia, responde Lucio Urtubia, ellos no hacían sino «defenderse» y en ocasiones había que «responder». «¿Cómo debían estar para matar al arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevila, en 1923?» Así, el discurso se retrotrae al pasado y vuelve al presente, va y viene, también engarza recuerdos personales con los problemas del mundo real. Y del hecho concreto trasciende a la categoría genérica. «No nos ganaremos el amor de los pueblos con bombardeos», afirma en relación con los ataques aéreos de Francia en Mali o Libia. «Jamás ha habido un poder decente, no se puede gobernar sin crimen… Ya lo decía Maquiavelo».
Instalado en París ya en 1954, Lucio Urtubia conoció la prensa obrera y libertaria gracias a los compañeros de las juventudes anarquistas, al tiempo que escuchaba conferencias de Albert Camus, André Breton o a músicos como George Brassens y Léo Ferré. Pero siempre fue un hombre de accion. De «acción directa». «No hay que esperar nada, tampoco a ser millones de personas para hacer algo; entre un religioso que no hace nada y un anarquista que tampoco, no hay ninguna diferencia; uno es lo que hace…». La penuria de sus orígenes, que Lucio considera una «suerte», le ha movido siempre a preguntarse por la realidad histórica: «¿Cómo iba a respetar a una sociedad -la de Navarra y el País Vasco- podrida de iglesia y fascismo, cuando mi familia no tenía pan ni alpargatas? ¿Qué tenía yo que ver con aquellos criminales? ¿Cómo iba a querer a aquella tierra?».
En los años del servicio militar en Logroño, recuerda, ya se dedicaba a «robar» al ejército franquista. «¡Qué placer!» En el regimiento de artillería riojano empezó a ver camisas, pantalones y relojes, «yo que nunca había tenido nada». Se dedicó a robar, vender y traspasar la frontera. Cuando le critican el latrocinio y las actividades de contrabando, porque aquello significaba hurtar a la patria, Lucio tiene clara la respuesta: «Sí, pero una patria de criminales». También se congratula de que en septiembre de 2015 el Ayuntamiento de Pamplona le retirara el nombre en una plaza a Tomás Domínguez Arévalo, Conde de Rodezno, un ministro de Justicia franquista a quien se considera responsable de 50.000 ejecuciones. O de que el Ayuntamiento de Barcelona decidiera en julio de 2015 retirar el busto del exmonarca Juan Carlos de Borbón del Salón de Plenos municipal. Sus recuerdos y esperanzas los explica allí donde le convocan, «yo, un albañil que no es más que nadie», en las universidades de la Sorbona, Oxford, Brighton, Salamanca o Granada, también en el programa «Salvados» de La Sexta.
El albañil y revolucionario se mantiene fiel a los principios que han orientado su vida. «Hay que robar y expropiar, sobre todo a los bancos». Aunque la «acción directa» le haya supuesto cinco órdenes internacionales de busca y captura, también de la CIA. «Un periodista me preguntaba hace poco si no sentía vergüenza; ninguna, le respondí». El discurso de Lucio Urtubia es firme, rotundo, a penas vacila y tiene el pensamiento diáfano. Tampoco deja silencios ni puntos suspensivos en medio de las reflexiones. Sobre la prisión, «mi padre entró carlista en la cárcel y salió de ella socialista; la mejor escuela revolucionaria de entonces era la cárcel; todos los revolucionarios pasaban por ella», explica en la autobiografía «La revolución por el tejado». Se muestra contrario a los penales «incluso para mis enemigos: a Rodrigo Rato o a la hija del rey hay que quitarles lo que no es suyo… ¿Para qué la prisión?». También explica que en su día pudo, con lo «expropiado», haberse comprado un automóvil y vivir de las rentas, «pero defiendo el trabajo, aunque haya jóvenes que me critiquen por ello; la mala leche y la rabia se adquieren trabajando». Con su esfuerzo, Lucio creó dos pequeñas empresas y el Espacio Louise Michel (educadora y escritora anarquista que batalló durante la Comuna de París) en la capital gala, que presta para exposiciones y conferencias. «Podía haber puesto en marcha un café o una tienda, pero no lo hice; poco o mucho, todos tenemos la capacidad de dar siempre algo; éste es mi ideal, la puerta siempre está abierta». Los anarquistas le enseñaron en París el valor del trabajo. Un compañero anarquista, Germinal García, que tenía abierto su piso de la rue Lancry para los huidos de España, le pidió un día a Lucio si podía albergar a un «sin papeles». Resultó ser el guerrillero catalán Quico Sabaté. «Para mí en aquella época era como la aparición de san Francisco Javier, un milagro». Se hicieron íntimos amigos. Quico Sabaté le enseñó su metralleta y su navaja. «Entré en un banco, y salí de allí millonario», ironiza.
Hace quince días Lucio le preguntó en Segovia a un profesor de la Universidad Complutense «qué es la inteligencia». El hecho de no recibir una respuesta satisfactoria, el docente no tenía clara una definición, reafirmó a Lucio Urtubia en una de sus teorías: a las personas se les conoce por su práctica. Por eso cuando le salió bien la primera «expropiación» bancaria, continuó con otras. «Pero nada me pertenece, nada es mío, y todo lo que sé me lo han dado los anarquistas; Quico Sabaté, la CNT, aquellos libertarios que, con todos sus defectos, querían con un amor enorme cambiar la sociedad». Entonces se defendía la autogestión, «hoy hablamos también de ella, pero al final siempre le echamos la culpa al estado». El albañil y militante libertario considera que además hay siempre una cuota de responsabilidad personal: «La autogestión requiere un esfuerzo mucho mayor que ser asalariado o funcionario». Recuerda que los jóvenes de la CNT en Ciudad Real estaban «cabreados» por no tener trabajo, pero después constituyeron una cooperativa: «Es lo que hay que hacer». «Aquí nadie es más que nadie, aunque todos seamos diferentes…», reitera.
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