La Falange inició en 1941 una ofensiva para plasmar en la capital de España su proyecto de ciudad, aprovechando la reconstrucción que la victoria militar imponía en Madrid.
Urbanismo franquista
La Falange inició en 1941 una ofensiva por plasmar en la Capital de España su proyecto de ciudad, aprovechando la reconstrucción que la victoria militar imponía en Madrid. La capital sería un escaparate del nuevo orden totalitario emergente en Europa. Para ellos, la jerarquía establecida en torno a una élite era el eje que movía el progreso urbano, y el inter-clasismo de los barrios y la propiedad familiar de la vivienda serían los elementos del diseño urbano falangista. El inter-clasismo y la “justicia social”, modulados por la “jerarquía”, terminarían con la lucha de clases, mientras la propiedad otorgaría al productor un nuevo sentido de la dignidad, opuesto al clasismo marxista. El urbanismo falangista chocó en Madrid, como primera y principal experiencia, con los intereses de los propietarios inmobiliarios, representados por el equipo municipal, a la vez que los suburbios de la capital planteaban problemas a los urbanistas del régimen, para los que no disponían de soluciones. Acabado el sueño de la unidad de destino en lo universal, se dedicaron a ganar dinero en las provincias donde fueron aterrizando.
Paradójicamente, setenta años más tarde, la democracia se enfrenta a la vivienda con la misma escasez de recursos que los totalitarios. Aunque los falangistas pensaran la capital con un discurso populista, reconocible en los eslóganes actuales (i) más cotidianos; algo nos dice que todo conduce a la afirmación de J.J. Rousseau, quien ya en el siglo XVIII decía que “el origen de la desigualdad humana reside en la propiedad, en la primera vez que una persona se adjudicó un trozo de tierra cómo propio, y los demás se lo consintieron”.
Plan Bidagor
La Falange emprendió en 1941, con la venia del Caudillo, una batalla política para hacer de la Capital de España una ciudad imperial y nacionalsindicalista. Aprovechando la reconstrucción que imponía la victoria militar, iniciaron una intervención para rescatar Madrid y restaurar la capital de los Austrias, en una trasposición a España del nuevo orden fascista que parecía imparable en la Europa de 1939. Ese proyecto fue el Plan Bidagor de 1941-44; cuyos antecedentes, según múltiples trabajos de investigación urbanística, fueron, entre otros, el proyecto de Secundino Zuazo en 1929, con sus cuñas verdes por los arcos del valle del Manzanares y del arroyo del Abroñigal (ii) y el Plan de Azaña y Prieto para terminar con el chabolismo madrileño, construyendo un anillo de poblados satélite en los pueblos de la periferia, separados por las cuñas verdes del citado Plan Zuazo (iii).
Se creó una Comisión Técnica, presidida por Pedro Bidagor, para “imponer unas ordenanzas previas que se ajustasen a las líneas generales del plan en estudio”, el cual contenía en doce ordenanzas el plan de urbanismo de Madrid: cinco de ellas definían las conexiones interiores de la capital, zonificación y jardines (la ejecución se completó a finales de los años 1980). La sexta ordenaba la prolongación de la Castellana. La séptima, los núcleos del extrarradio y los suburbios; octava, la ribera izquierda del Manzanares y el cierre del conjunto con anillos verdes; novena, la previsión de zonas para la industria y los nuevos poblados satélite que incorporarían los pueblos limítrofes a la capital. Las últimas, de la diez a la doce respondían a las ambiciones imperiales del régimen: la cornisa real del Manzanares y la Almudena; la vía de la Victoria con el Arco de la Moncloa apuntaba al Escorial y el Valle de los Caídos, una entrada NO a Madrid que copiaba el simbolismo de la autopista nacionalsocialista, Munich-Berlin (iv), que conectaba la “ciudad-cuna del partido nazi” con “la capital”.
El plan de Madrid y la ideología falangista
El carácter emblemático de Madrid, capital del nuevo orden y centro geográfico, administrativo y político de la nación, era muy valorado por los falangistas. Según Bidagor, “el pueblo no puede existir sin ordenación urbana, sin esa fuerza de configuración autoritaria tan emparentada con la Arquitectura misma” (v). En su imaginario ideológico, la jerarquía establecida en torno a una elite era el eje que movía el progreso urbano. Eduardo Aunós lo expresaba así, “la ciudad es el sitio donde se pierde la intromisión rural en la vida de las individualidades, y éstas adquieren libertad, pero no igualdad, porque la igualdad mata el carácter ordenador de la ciudad; la cual cumple su misión civilizadora por la jerarquía que la somete a las élites. Contra este fruto de la civilización se eleva el innegable peligro del igualitarismo” (Arriba, 4-2-46).
El punto 26 de falange“La vida es milicia”, junto con los conceptos organicistas del Madrid imperial de Bidagor, permiten vislumbrar las ensoñaciones falangistas de sus primeros años victoriosos. No sería exagerado decir, que su percepción arquitectónica del país futuro tenía resonancias de un “cuartel de La Legión” en día de revista de policía, higiénico, aireado, ordenado y limpio. Todo un “banderín” viviendo en comunidad, sin mezclar las clases, y todos a la vista para facilitar la vigilancia. El ideal militar de la convivencia en un mismo edificio de la tropa y los oficiales fomenta la pedagogía por el ejemplo y la emulación hacia los superiores. El Plan de Madrid de Pedro Bidagor estaba pensado en términos de intendencia y logística, pero sobre todo de Jerarquía, y en la visión militar del interclasismo. Sus barrios no implicaban a todos los escalafones, pero quería evitar construir solo para la “tropa”. En el manifiesto de los arquitectos falangistas de 1939 habían proclamado levantar barrios, dentro de los cuales “estaría comprendida toda la jerarquía desde la máxima hasta la mínima; (porque) la zonificación urbana es la tradición material de la lucha de clases socialista que había que desterrar” (vi).
La propiedad familiar de la vivienda era el otro elemento central de la ciudad falangista. La revolución nacionalsindicalista eliminaría la lucha de clases con la “justicia social” y la “jerarquía”; dando seguridad a las familias obreras por medio del mutualismo y la previsión social, y la propiedad otorgaría dignidad a la vida del trabajador. La cultura de jerarquía y comunidad se adquiriría con la difusión de los valores de la clase media tradicional española, para lo cual era requisito esencial la convivencia en barrios inter-clasistas, porque los valores se transmiten en las interacciones de la vida cotidiana (vii). La propiedad de las viviendas familiares garantizaría la estabilidad de residencia, y actuaría como elemento suavizador del estatus jerárquico, inevitable compañía de las clases sociales, algo que los falangistas no pretendían abolir (viii).
Acabar con el Madrid castizo y pobretón, rodeado de miseria
En los más de treinta años del siglo XX anteriores a la guerra civil, Madrid había superado los límites del extrarradio, creciendo en mancha de aceite; creando núcleos de viviendas agrupadas sin orden ni concierto, sin transporte urbano y sin urbanización. En la posguerra, Madrid era, además, una ciudad que había sufrido bombardeos de aviación y artillería, dejando sin hogar a 60.000 habitantes que vivían entre las ruinas de la capital (ix). Hacinados entre los escombros habitaban, y a veces se escondían, viudas e hijos de republicanos fusilados y de “rojos” encarcelados que, faltas de otra forma de supervivencia, buscaban cualquier medio de subsistencia. Donde los niños vagaban por las calles y se calcula que solo una tercera parte de ellos asistía a la escuela (x).
Para los falangistas, el reto era explotar la devastación y construir una nueva capital. Pero, ¿cómo reconstruir aquellos barrios devastados? Los documentos de arquitectos de la época hablan de la penosa impresión que se experimentaba al visitar estos barrios, resaltando la especulación, la suciedad y la insolidaridad. Para el falangista Bidagor, regenerar Madrid era misión de la Arquitectura: “haciendo que cada uno de los sectores uniformes y anárquicos de la urbe, se convierta en un miembro definido (por la) función que le corresponde en la misión conjunta de la ciudad como órgano del Estado”.
Además de reconstruir la capital, los proyectos falangistas buscaban la desaparición del Madrid popular y castizo, que había sido semillero de revuelta durante más de un siglo y parecía rechazar toda noción de cultura totalitaria. Serrano Suñer hizo las siguientes declaraciones al diario Arriba en mayo de 1939, “queremos acabar con la españolería trágica del Madrid decadente y castizo, (…) con toda esa roña madrileñista”. O como lo expresaba Emilio Romero, años más tarde, “Madrid tiene una realidad peligrosa de casticistas. La Corrala, por ejemplo, ¿no es realmente el tipo de vivienda insalubre, de pobre y de hampón, indecorosa y sórdida?” La respuesta era estructurar el extrarradio mediante poblados satélite, con la doble finalidad de aliviar la escasez de viviendas en el casco antiguo y proporcionar localizaciones a la industria, lo cual serviría al proyecto falangista para cambiar la cultura popular, terminando con el mito castizo “del Madrid alegre y confiado, en el que pululan rentistas y vividores, y en el que, a quien trabaja, se le sigue considerando un desgraciado” (xi). Los núcleos industriales del cinturón, separados por corredores verdes, serían un dique contra la revolución proletaria, una obsesión de los falangistas, aún sobrecogidos por la reacción popular de julio de 1936, que habían interpretado como una revolución comunista en el suburbio de Madrid (xii).
Poco más tarde del fin de la guerra europea, aún en los cuarenta, el casticismo iba a ser un elemento importante del folklore y los chistes en el cine y los espectáculos, y motivo central de los programas de entretenimiento de RNE y la SER. Los personajes reproducían el lenguaje del “foro” para una audiencia de toda España convocada al grito de Juani, Pepi, abuela, niños… ¡Vamos, vamos, que empiezan los sainetes!(xiii). Giro en la cultura autárquica de un franquismo deseoso de ser integrado en la guerra fría y Europa, y fin del intento falangista de generar en Madrid una cultura nacionalsindicalista.
La oposición del alcalde Alcocer y el problema de los suburbios
El proyecto de ordenación de Madrid decía “abordar el problema de la ciudad, para que esté en condiciones de cumplir en primer lugar su misión fundamental de Capital de España, y en segundo lugar que sus funciones derivadas se desenvuelvan de una manera útil y agradable. Sentar el principio de colaboración y armonía de todos los extensos sectores que intervienen en la ordenación y expansión de la ciudad, para contener las libres competencias y las especulaciones desenfrenadas que habían roto los principios de ordenación interior (usos) y exterior (suburbios) clásicos en la ciudad».
Mientras los falangistas incidían en el urbanismo como pedagogía, Alberto Alcocer, primer alcalde franquista de Madrid, reclamaba un castigo colectivo al pueblo madrileño, que tan encarnizadamente había resistido a las tropas del Caudillo, para “sanear esta casa, donde tuvieron cobijo las bajas pasiones”. Negaba la responsabilidad franquista sobre los daños provocados por tres años de asedio y bombardeos, incluidas las evidencias del impacto de la guerra sobre el frente universitario y las fachadas Oeste y Sur de Madrid, atribuyendo los destrozos bélicos a los propios resistentes (xiv). Para Alcocer, los pobres, y la población desplazada por las devastaciones de guerra, eran sospechosos de mendicidad, delincuentes a los que aplicar la legislación de “vagos y maleantes”.
En cuanto al Plan de Ordenación y las leyes de vivienda, resultaban incómodos para el alcalde y su equipo, que veían las ruinas de Madrid como solares, oportunidades para la reconstrucción en la que implicar a los inversores privados. El concejal, y catedrático de arquitectura, Cesar Cort tachaba las políticas oficiales de vivienda de normas dañinas para las clases medias propietarias que habían apoyado el Alzamiento militar, y solicitaba, por ello, la liberalización de los alquileres. Cort reflejaba la ideología urbanística del equipo municipal de Alcocer, y la oposición sorda que, desde el inicio, plantearon los empresarios e inversores inmobiliarios frente el Plan Bidagor y sus reservas de suelo. En contra del concepto falangista de la Arcadia urbana interclasista y propietaria, Cesar Cort propugnaba abaratar con subvenciones los solares, para obtener una rentabilidad razonable de las inversiones en viviendas económicas de alquiler, y se oponía a las subvenciones que violentaban el mercado y contribuían a la ruina de los “caseros”.
Dirigía la revista del Colegio de Arquitectos, y en ella publicó: “La decisión de los Gobiernos de construir casas subvencionadas, porque decían que la gente no podía pagar los alquileres aceptados en los contratos, significaba desposeer a los dueños de casas de todos los atributos de la propiedad, creando un ambiente nada propicio para que el ahorro buscase el cauce, hasta entonces el más apetecible, de inversiones inmobiliarias urbanas. Para lograr la colaboración de los particulares en la solución del problema de la vivienda es indispensable devolver a los propietarios de fincas urbanas la plenitud de sus derechos dominicales (alquileres) y una garantía pública y solemne de que las nuevas casas que se construyan quedarán con plena libertad de contratación”.
En la práctica, la oposición municipal a la política de vivienda de Falange fue llevada a término en 1944 por el equipo del Patronato Municipal de Viviendas de Madrid, edificando un conjunto de “grupos de viviendas” en el Paseo de Extremadura, en régimen de arrendamiento, terminadas en 1945 con el nombre de “Colonia Moscardó” (xv). Los alquileres implicaban una renta del 8 por 100 anual sobre el coste, muy por encima del 4 por 100 de las viviendas sociales en alquiler del INV. Esos precios cerraban el paso a las familias humildes, al tiempo que se violentaba las consignas de propiedad.
Ese año, cuando los aliados fascistas se hundían, el problema crónico de los suburbios marcó un punto de no retorno al enfrentamiento entre Falange y el alcalde Alcacer. Según Bidagor, “el problema más urgente y que más podía afectar a la prestancia urbana de la capital era el de abordar y orientar el problema de los suburbios, para evitar a la Ciudad quedar asfixiada en un cinturón de anarquía” (xvi). Pero el alcalde solo veía en los suburbios a los obreros de 1936, lo cual lo enfrentaba a todos los falangistas. Víctor de la Serna los calificaba como “entronización de la cochambre”, índice de que “Madrid era una ciudad abandonada, sin sistematizar, sin policía que impidiera la anarquía de los constructores y proyectistas” (xvii). Arriba hacía lo propio en su editorial: “varios cientos de miles de españoles, convocados en Madrid para excitar las conciencias y para ilustrar las contradicciones y las lacras de nuestra época se desenvuelven en un clima de pobreza y desamparo que no admiten calificativos”, y el ABC protestaba de que los trabajos para reconstruir Madrid eran “tan lentos que nadie ha podido darse cuenta”.
El equipo municipal se había parapetado en reclamar la anexión de los municipios limítrofes a la capital, demostrando carecer de un plan para la ordenación de las nuevas zonas. La parálisis municipal dio pie a Moreno Torres para pedir desde Regiones Devastadas una actuación urgente; en una conferencia de 1944 sobre el proyecto “Gran Madrid”, primero matizaba la visión social del alcalde: “la vida de los habitantes de estos llamados suburbios en muchos casos es incompatible con la existencia de una sociedad cristiana y organizada (…) Madrid podríamos compararlo a un lujoso y bello edificio que guarda entre sus paredes un sinfín de tesoros y riquezas, pero que todo él está cimentado sobre verdaderos bloques de dinamita, debiendo yo añadir, por mi parte que recordéis en el año 1936. Moreno Torres compartía las aprensiones antipopulares del alcalde y (estaba conforme con eliminar) “de una manera previa, pero con decisión y energía, todos aquellos elementos nocivos o extraños que (allí) se han asentado, trasladándolos, bien a sus puntos de origen, a campamentos de vagos y maleantes”, pero sabía que la nueva situación en 1945 desaconsejaba medidas tan radicales de dictadura.
Prefirió reconocer el desorden urbanístico y la especulación, causas principales de la fractura social de los suburbios en Madrid, ciudad cuyo crecimiento de población había ido “muy por delante de las previsiones de urbanización”, con el resultado del “hacinamiento y carencia de bienestar para sus habitantes, quienes, abandonados de toda enseñanza, (se habían) llenado de bajas pasiones y malvados instintos” (una clara concesión al alcalde Alcocer). La opinión de Moreno Torres basculaba, por lo tanto, entre la represión y la reconstrucción y, para ésta última, proponía tres actuaciones, que apoyaban claramente el diseño de Cinturones Verdes del Plan Bidagor:
1.- Delimitación de las actuales zonas de los suburbios mediante la creación de espacios verdes o no edificables en profundidad conveniente.
2.- Construcción de barriadas satélites alrededor de esta barrera de espacios verdes.
3.- Que la red de comunicaciones de estas barriadas satélites con el centro de la capital tenga como características la rapidez y la amplitud necesarias en capacidad y horas de servicio (xviii).
El gran Madrid, cese de Alcocer y final de la arcadia falangista
El primer intento de acometer de forma global el problema del extrarradio madrileño fue el proyecto del Gran Madrid, presentado en Cortes por el entonces ministro de la Gobernación en 1944, Blas Pérez. El proyecto, enmarcado en el Plan Bidagor de 1941, prometía recortar el rendimiento de los solares, es decir de la especulación, a favor de jardines y parques de recreo, e incorporar en breve los municipios del extrarradio a la capital. Esto último aun tardaría cinco años en lograrse; lo otro, frenar la especulación, simplemente no ocurrió, a pesar de las promesas (xix).
El proyecto del Gran Madrid reconocía que los suburbios trascendían social y políticamente la capacidad y competencias del Ayuntamiento. Por eso, cuando el Gobierno lo aprobó, Alcocer agradeció la iniciativa. La crónica de ABC sobre la presentación del proyecto decía: “El alcalde se extendió en explicar la anexión de los Municipios limítrofes, premisa a la creación de una faja de verdura que ceñirá a la capital, y al arrasamiento de aquellos suburbios, en que una parte de la población madrileña –más de cien mil almas- vive en condiciones infrahumanas. El plazo previsto para la transformación del extrarradio no excede de cinco años, y la fecha preconcebida para el comienzo de las obras no pasa del próximo semestre” (xx). (Tardó 35 años).
El Gobierno se encontraba con un país sin recursos, sin presupuesto y con las fronteras cerradas, en quiebra fiscal y de pagos exteriores, mientras se agudizaba el problema social. A los refugiados para esconderse de la represión, se empezaron a unir los que huían de la ruina agrícola y la falta de trabajo, consolidando unos arrabales que dificultaban la toma de decisiones, y daban a Madrid la configuración caótica descrita por Moreno Torres: en los poblados del suburbio, “las vías son angostas, con trazados incomprensibles, y alternan las casas de pisos, con alturas desproporcionadas al ancho de las calles, con las que solo constan de una o dos plantas” (xxi). De hecho, era el único que adelantaba soluciones concretas; empezando por pedir al Alcalde un esfuerzo económico: “Créame el Sr. Alcalde de Madrid, aquí presente, que para mí, como madrileño, sería una satisfacción el enterarme algún día de que el Ayuntamiento se había empeñado hasta los ojos por haberse gastado los millones en resolver este problema de tanta humanidad (…), problema cuya solución económica no debe pesar exclusivamente sobre la generación actual, ya que van a ser las siguientes las que han de recoger el fruto de esta labor”.
Ante la acumulación de críticas, la Alcaldía publicó una “nota”: la resolución del problema de los suburbios supone un gasto que excede de los 400 millones de pesetas. Pues “no se trata solamente de derruir unas casuchas miserables y construir unas viviendas ultra-económicas, es preciso expropiar terrenos que tienen sus propietarios, y urbanizar la zona”. Recordaba a los críticos que el Ayuntamiento había pedido ayuda al Gobierno un año antes, y que estaba en trámite de desarrollo el plan de Gran Madrid, para el cual aún no había consignación presupuestaria. Por último, el ayuntamiento reivindicaba haber reconstruido y ampliado las colonias Moscardó y Cerro Bermejo (ABC, 20-11-1945) (es decir, había terminado proyectos que venían de la República y donde se alojaban funcionarios y empleados municipales).
Con la aprobación en Cortes del Plan Bidagor el 1 de marzo de 1946, Alcacer y su equipo fueron destituidos. Franco terminaba con la polémica en el Ayuntamiento de Madrid nombrando alcalde a José Moreno Torres, bajo cuyo mandato se realizó todo el proceso de anexiones de las poblaciones periféricas, que multiplicó por diez la superficie de la capital. En su primera declaración a la prensa, Moreno fue muy cauto. El editorial del periódico resaltaba el perfil de Moreno Torres, “gestor eficaz, poco amigo del colosalismo, frente a una cierta desgana del equipo anterior”. El diario falangista aprovechaba la ocasión para mostrar su enemistad al anterior equipo municipal (Arriba, 15-03-1946). El nuevo alcalde demostrará una capacidad muy superior al anterior edil para manejar las grandes cantidades de terreno anexionado, proporcionando así a la O.S.H y el I.N.V. el suelo que necesitarán para los proyectos de los años cincuenta. Partidario sin complejos de la segregación zonal, era político y se daba cuenta que la vivienda social, en condiciones de emergencia, solo podía ser de promoción pública. Inició la alcaldía con el anuncio de un Plan de Obras para la ciudad y la emisión de un importante empréstito de mil trescientos millones, financiados con venta de suelo municipal (25%), deuda municipal (72%) y del I.N.V. (3%); se dotarían terrenos para las obras de un Plan de viviendas bonificables (promocionar viviendas de clase media para “combatir el paro obrero”) (Arriba, 20-07-1946) y la construcción de viviendas protegidas en Madrid se dejaba en manos del I.N.V, al cual el Ayuntamiento proporcionaría suelo barato.
Para facilitar el trabajo al nuevo alcalde, se nombraba a Francisco Prieto para la Comisaría General de Ordenación Urbana de Madrid, encargada de la aplicación del Plan Bidagor mediante el desarrollo de los “Planes Parciales”. Prieto se ocupó, en primer lugar, de rebajar las tensiones con los promotores mediante la negociación de las Ordenanzas de Edificación, quienes, por su parte, vieron en los “Planes parciales” un medio para eludir las exigencias del Plan de Urbanismo (xxii). La doble apuesta de Prieto por los intereses de los propietarios del suelo, y por construir barrios “interclasistas” en los pueblos anexados, apaciguó los ánimos. Su propuesta de cambiar los “barrios de casitas” por la edificación en densidad, permitió empezar en 1954 la trasformación de los suburbios más cercanos, Tetuán, Ventas, Puente Vallecas, Usera, Puente de Toledo y Paseo de Extremadura (xxiii).
Entrevistado por ABC, el nuevo alcalde manifestaba estar cómodo en el ayuntamiento de la Capital (ABC, 31-3-1946). Dado el volumen de la agenda, pedía “un margen prudencial de tiempo” para las realizaciones. Antes que nada, había que racionalizar la construcción en la capital, elevando la edificabilidad. Arriba saludó al alcalde, como un enemigo del colosalismo, y dijo de él ser un gestor negociador, publicó una nota de la remodelación de la Plaza de España de Madrid, donde se edificaría un rascacielos de nombre “Torre de España”, y no hubo discusión. Todos los diarios le siguieron, como el ABC, (31-03-1946): “La gran ciudad pone sus esperanzas en su nuevo alcalde; uno de los hombres públicos que hoy están dotados de más recia vitalidad, capacidad constructiva y temple organizativo”, y se cerró la discusión en Madrid.
El nombramiento de Moreno Torres a la alcaldía de la capital había permitido al Gobierno zanjar la polémica en torno al Plan de Urbanismo de la capital, estableciendo una distribución de marcos diferentes según la cuestión que se afrontara. El Patronato Municipal de Madrid asumía que la vivienda en propiedad tenía prioridad en las promociones oficiales, mientras la ordenación urbana del suelo sería contemplada como el ámbito del negocio inmobiliario. Falange se garantizó la participación en este último, mediante la ocupación masiva de las corporaciones municipales, proceso que culminó en la elección de 12.188 concejales del “tercio sindical” en 1954 (Arriba, 1-12-1954).
Fin de la pugna por el control ideológico del urbanismo
Con el Plan de Ordenación Urbana de Madrid, Falange había dado una batalla ideológica por consolidar un mensaje hegemónico, y la perdió. En un contexto amenazante, marcado por la derrota total de sus referentes europeos en la II Guerra y la quiebra financiera del Estado, el ambiente social franquista no estaba receptivo al mensaje nacionalsindicalista; los sectores poderosos que apoyaron a Franco tenían intereses inmobiliarios, que eran impermeables al discurso de la “conciliación de clases”. La clase media, por su parte, acogió la cultura de propiedad, y se empapó de ella; pero también conservó su propia identidad, uno de cuyos signos es el “pánico” a la posibilidad de verse mezclada, confundida, con las clases “inferiores”. El resto, las clases trabajadoras y humildes, no parece que percibieran ningún mensaje, aunque estaban bien dispuestos a recibir un piso que los sacara de la chabola, si es que tal cosa llegaba a ocurrir.
Tras la batalla de Madrid, la pugna por el control ideológico del urbanismo estaba perdida para los falangistas. Pero Falange no era un grupo menor; bien situados en los ayuntamientos, coparon las elecciones “de tercios” a los municipios franquistas y, poco a poco, se adaptaron a los nuevos tiempos y a ellos acomodaron los ideales. Se apoyaron en el arbitraje del Caudillo y, a través de la alcaldía de Moreno Prieto, salvaron los muebles de la cultura de vivienda en propiedad, y con ella un mensaje de política social que les sería muy útil en los años cincuenta y sesenta. Y, desde su ubicación privilegiada en las corporaciones municipales, se posicionaron con ventaja ante las oportunidades de negocio inmobiliario de las décadas siguientes, alumbrando esa clase media peculiar que ha marcado la cultura urbana del último medio siglo.
Notas:
(i) Los materiales de este artículo proceden de los trabajos para mi tesis de doctorado y para mi libro: José Candela Ochotorena (2019) Del Pisito a la Burbuja Inmobiliaria. Valencia, ed. PUV
(ii) Luis AZURMENDI, “Orden y desorden en el Plan de Madrid del 41” en Madrid cuarenta años de desarrollo urbano (1940-1980) Madrid, Ayuntamiento de Madrid.1981, p 14.
(iii) Santos JULIÁ, “Madrid Capital de España” en Juliá, Ringrose y Segura, edit. Madrid, Historia de una Capital, Madrid, Alianza Editorial, Historia, 1994, pp. 236-455.
(iv) EDITORIAL, “Reformas urbanas de carácter urbano de Berlín”, REVISTA NACIONAL DE ARQUITECTURA (R.N.A), Nº 5 1941, p. 4.
(v) F. LINDSCHEIDT, “Epílogo a la exposición ‘Nueva Arquitectura Alemana” en RECONSTRUCCIÓN, nº 26,1942.
(vi) Jesús LÓPEZ DÍAZ, “La vivienda social en Madrid 1939-1959”. UNED, Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII Hª del Arte, t. 15, 2002 pp. 297-338, sobre la Asamblea de Arquitectos de FET-JONS.
(vii) José María PORCIOLES, “discurso de mayo de 1957”, en P. DUOCASTELLA JS. (edi.) Semana del Suburbio de Barcelona, Obispado de Barcelona, 1957.
(viii) Ver el Texto Fundamental del Régimen: FUERO DEL TRABAJO.
(ix) Pedro BIDAGOR, “Primeros problemas de la reconstrucción de Madrid”, Reconstrucción, 1940 nº 1.
(x) Assumpta ROURA, Mujeres para después de una guerra, Barcelona, Flor del Viento ed. 1998, p. 80.
(xi) MONEO, “Madrid los últimos veinticinco años”. Madrid, Información Comercial Española (ICE) febrero, pp. 81-99. 1967, p. 86.
(xii) José MORENO TORRES, “Congreso de Técnicos de la reconstrucción nacional, 5 a 9 de octubre”, 1941, Reconstrucción, nº 16.
(xiii) Juana GUINZO, Mis días de radio. “La España de los 50 a través de las Ondas”, Madrid, Edit. Temas de Hoy S.A. 2004.
(xiv) Sofía DIÉGUEZ, Un nuevo orden urbano, “El Gran Madrid” (1939-1951) (Prólogo de Pedro Bidagor Lasarte), Madrid, Edit. Ministerio Administraciones Públicas-Ayuntamiento de Madrid.1991, p. 34.
(xv) Ver reseña en Arriba, 2-1-1945. Se trata del proyecto para terminar la Colonia Usera, que venía de la época republicana.
(xvi) Pedro BIDAGOR, prólogo al libro citado de DIÉGUEZ, (1991).
(xvii) Zira BOX, “Hacer patria…, p. 22.
(xviii) José MORENO TORRES, El problema……
(xix) Carlos SAMBRICIO, “De nuevo sobre el Plan Bidagor”……, pp. 12-19.
(xx) ABC, 21-1-1945.
(xxi) José MORENO TORRES, el problema de…..
(xxii) Alfredo MEDINA, Promoción inmobiliaria y crecimiento espacial, Santander 1955-1974, Edit. Universidad de Cantabria, 2004, p. 70.
(xxiii) Jesús LÓPEZ DÍAZ, “Vivienda social y Falange, Ideario y construcciones en la década de los 40”. Scripta Nova Vol. VII num., 146(024) pp. 1-18. 2002.