Madrid debe 8.000 millones de euros, el doble que el resto de ciudades del Estado juntas. Cada año en torno a 1.000 millones van directamente a los bancos, lo que supone una cuarta parte del presupuesto. La ciudad debe cumplir un plan de ajuste hasta 2022 que obliga a abandonar las inversiones, reducir servicios básicos, […]
Madrid debe 8.000 millones de euros, el doble que el resto de ciudades del Estado juntas. Cada año en torno a 1.000 millones van directamente a los bancos, lo que supone una cuarta parte del presupuesto. La ciudad debe cumplir un plan de ajuste hasta 2022 que obliga a abandonar las inversiones, reducir servicios básicos, destruir empleo público, subir tasas e impuestos y malvender el patrimonio público. La totalidad del sector público municipal está en liquidación, la situación es insostenible en Madrid Arte y Cultura, EMVS y Madrid Espacios y Congresos; en los próximos meses veremos EREs en todas ellas. La realidad es que la fiesta olímpica de Gallardón nos ha dejado una resaca de 14 años, en el mejor de los casos.
Sin embargo, contra toda lógica, el Ayuntamiento de Madrid (con el apoyo de Comunidad y Gobierno Central y PSOE) ha seguido adelante con el proyecto olímpico. Y aquí estamos, con el corazón en vilo a ver si somos capaces de quedar bien ante una de las instituciones más corruptas del mundo, como es el Comité Olímpico Internacional (COI); escuchando cómo PP y PSOE exponen machaconamente los beneficios que los juegos van a tener para la ciudad, sin ninguna evidencia empírica, ni informe económico que sustente esas afirmaciones.
Uno de los argumentos más utilizados por el equipo de Botella es que ya se han construido el 80% de las infraestructuras necesarias. Sin embargo, vemos que esta afirmación no es del todo cierta. Pese a la faraónica política de inversiones de Gallardón (en torno a 12.000 millones de euros) todavía quedan por construir casi todos los elementos centrales para unos Juegos Olímpicos, como son el Estadio Olímpico, otro «arena» para la gimnasia, el fastuoso Centro Acuático, la reforma de Las Ventas para el baloncesto, la Villa olímpica, los canales de remo… Además de un buen número de infraestructuras de transporte.
La candidatura habla de un gasto en infraestructuras de 1.668 millones de euros, en lo que parece una previsión que podemos calificar más de excéntrica (admito apuestas a que el gasto real final duplicará, como poco, el inicial) que de optimista. Además hay que contar con el gasto que supone organizar los Juegos; en torno a 2.400 millones que se supone que se recuperarán con patrocinios y venta de entradas, en caso de no ser así (y nunca es así) la diferencia también la pagan las Administraciones.
Otro argumento muy usado es el supuesto impacto económico que puede tener el evento en la ciudad. Aquí hablamos, principalmente, del impacto que tiene en el empleo durante la construcción de las infraestructuras, pero ¿no sería más interesante gastarse 1.700 millones en infraestructuras que fueran necesarias, que supusieran alguna mejora para nuestro modelo productivo, que vayan a tener un uso sostenido en el tiempo? Las anteriores candidaturas ya nos han permitido ver lo inútil de la mayor parte de las infraestructuras construidas, pues si todas las sedes olímpicas tienen graves problemas para dar un destino a las infraestructuras tras los Juegos Olímpicos, Madrid tiene el dudoso honor de no saber qué hacer con ellas mucho antes.
Por supuesto está el argumento del efecto que tiene el evento para la hostelería y el turismo durante las tres semanas que dura. Este quizá sea un buen argumento para otro tipo de países o ciudades, España ya es una gran potencia turística que no necesita posicionarse en el mercado. Más bien al contrario, igual que en Londres, los Juegos Olímpicos pueden hacer retraerse a otro tipo de turistas que teman aglomeraciones o fuertes subidas de precios. En todo caso, parece evidente que hay cuestiones más estratégicas para desarrollar Madrid como destino turístico, de poco sirven los gastos suntuarios en Juegos Olímpicos para unos pocos días mientras desmantelamos Iberia o tenemos el Aeropuerto de Barajas funcionando muy por debajo de su capacidad.
Por otra parte, ni siquiera estamos hablando de un proyecto olímpico que pretenda introducir transformaciones urbanísticas profundas en la ciudad, como ocurrió en Barcelona o Londres. El «barrio olímpico» se sitúa en una zona no desarrollada de la ciudad, que sigue creciendo en extensión, como si nada hubiera pasado, sin cerrar sus cicatrices, ni ajustar cuentas con un modelo que no ha tenido más estrategia industrial o territorial que llenarle los bolsillos a los señores del ladrillo y el hormigón.
Por estos motivos vamos a apoyar las movilizaciones que distintos colectivos han convocado durante la visita del COI, porque entendemos que la candidatura olímpica sólo va a tener beneficios políticos para quienes la defienden y beneficios económicos para quienes la inspiran. El proyecto supone una huida hacia adelante a través de un modelo que ya ha quebrado dejando a las élites con los obscenos beneficios y a las mayorías sociales con el paro, la pobreza, la deuda y los desahucios.
Acabado el ciclo en el que la ideología dominante nos decía que el progreso era poco más que la yuxtaposición sin estrategia ni sentido de grandes eventos, infraestructuras y espectaculares operaciones urbanísticas; Madrid 2020 más bien nos recuerda a esa distopía de título sugerente y espectacular taquilla, en la que los distritos ofrecen sacrificios humanos a las élites gobernantes con el fin de organizar unos crueles juegos que, a través de una orwelliana televisión, garantizan el control social y el sostenimiento del régimen.
Debemos frenar una apuesta enloquecida que sólo pretende dotar a la derecha y a su aparato mediático del «proyecto de ciudad» que no tiene y a las grandes constructoras de los contratos públicos que ahora escasean. Otra operación en la que las élites se quedan los beneficios y las mayorías las deudas. Debemos evitarlo.
Jorge García Castaño es concejal de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Madrid