La situación política madrileña actual no depara grandes alegrías para la mayoría social y las fuerzas del cambio. El día 2 de mayo conocimos el resultado de varias encuestas sobre intención de voto para la Asamblea de la Comunidad francamente preocupantes. Los chefs de la demoscopia sitúan a Podemos como cuarta fuerza, a la cola, […]
La situación política madrileña actual no depara grandes alegrías para la mayoría social y las fuerzas del cambio. El día 2 de mayo conocimos el resultado de varias encuestas sobre intención de voto para la Asamblea de la Comunidad francamente preocupantes. Los chefs de la demoscopia sitúan a Podemos como cuarta fuerza, a la cola, con un Ciudadanos en ascenso, un PSOE que no arranca, pero sigue hegemonizando electoralmente el espacio de izquierdas y un PP que pese al declive muestra gran capacidad de resiliencia. La formación morada aparece sin perfil ni proyecto, en estado de emergencia.
Sin embargo, y como contrapunto al estancamiento institucional, es de destacar que, de forma molecular pero persistente, están apareciendo luchas de resistencia en importantes empresas, el estudiantado se ha movilizado frente al máster de la mentira, las y los jubilados están dando muestras de una firmeza ejemplar. Y lo que es un dato central del momento: las mujeres, el movimiento feminista, han irrumpido con fuerza marcando la agenda política en importantes temas.
Podemos ensimismado
En plena crisis Cifuentes y con una movilización popular creciente, la dirección de Podemos lejos de centrar toda su fuerza en la batalla contra la corrupción, el machismo institucional, las políticas neoliberales del gobierno regional -en consonancia con el estatal- y la actitud de Ciudadanos, partido muleta del PP y candidato a llevarse sus votos, metió a la organización en un proceso interno de primarias para revalidar en las urnas al candidato designado por el secretario general para unos comicios que tendrán lugar dentro de muchos meses.
En vez de hablar de las cosas que interesan a la población, la jugada maestra de los politólogos de salón consistió en abrir una competición interna por los puestos de una futura lista, competición ajena a las preocupaciones e intereses actuales de la mayoría social. Los últimos movimientos en torno a Podemos en la Comunidad de Madrid son ya conocidos. Tras una semana de crisis pública, en medio del episodio Bescansa, Iñigo Errejón y Ramón Espinar, con el aval de Pablo Iglesias, escenificaban un acuerdo de lista conjunta que trataba de cortocircuitar la pelea abierta entre sus dos fracciones. Un acuerdo precipitado y por arriba, sin programa político, con un discurso orientado a seducir a los votantes de centro-izquierda y una perspectiva estratégica limitada a cogobernar con el PSOE y a ofrecer apenas un retorno a un orden que nunca ha sido tal para las clases populares.
La lista que presenta el aparato a las primarias, encabezada por Errejón, es a la vez un síntoma de la crisis de un modelo y una declaración de intenciones: es una candidatura de puro aparato. En su mayoría sus componentes son profesionales de la política y bastantes de ellos no han ejercido anteriormente profesión alguna. Casi todos trabajan en Podemos, ya sea de concejales, diputados o liberados y presentan una elevada homogeneidad generacional y de sector social de origen. A la vista de la misma cabe preguntarse ¿Cuántos proceden o están ligados a los movimientos sociales? ¿Cuántos representan a la famosa sociedad civil? ¿Cuál ha sido su participación en las luchas? La lista deja patente que se establece una delimitación definitiva con lo que pasa fuera del mundo de Podemos. Y ello es percibido con ajenidad por amplios sectores de activistas sociales. En una reciente conversación con sindicalistas sobre el asunto se referían una y otra vez a Podemos como lo que pasa «dentro». Puede que mucha gente siga votando a Podemos, pues en gran parte del territorio es la opción electoral de amplias capas de las clases trabajadoras, pero ya no considera «suyo» lo que pasa «dentro». Se rompió el encanto, acabó el enamoramiento.
Efectivamente, hay alguna gente valiosa en la lista, pero más que criticar voluntades individuales, es el momento de una reflexión de fondo para no quedarse en los síntomas. Es todo un modelo político-organizativo el que ha producido una lista así, alejada del «movimiento real». Las primarias en Podemos tenían como objetivo originalmente agregar y sumar sectores sociales al campo político; a día de hoy, sólo sirven para ratificar plebiscitariamente las propuestas del aparato y generar desafección.
Déficit democrático
El sistema de primarias que se ha impuesto no es democrático porque no respeta el pluralismo. No permite la representación real en los órganos de dirección de la voluntad de la organización. Progresivamente las primarias se han convertido en un ritual sin debate político que ha tenido como objeto disciplinar a los sectores críticos de Podemos.
El sistema «Desborda» que se va a aplicar en Madrid sobre representa a la opción más votada y penaliza a quien no gane. No se respeta el principio de la proporcionalidad. Las reglas están diseñadas para obligar a negociar a los sectores críticos, obligándoles a integrarse si quieren seguir en el juego a cambio de renunciar a sus propuestas o a competir en un sistema que, a cambio de una semana de confrontación ficticia, los liquida políticamente a un año de las elecciones. Si los sectores críticos hubieran aceptado el sistema propuesto, hubieran aceptado un marco que, incluso con un 30% de los votos, los convertía en un actor marginal dentro de la política madrileña.
Hubo propuestas por parte de la candidatura Errejón-Espinar para posibilitar la «integración» (subalterna) de algunas pocas personas (en menor número del que su realidad en la organización requeriría) del sector Podemos en Movimiento. Aceptar esos puestos sin ni siquiera haber debatido sobre el programa ni poner encima de la mesa proyectos políticos era de todo punto inaceptable para un sector, aún más amplio que la misma corriente de Podemos en Movimiento, que también ha hecho su experiencia a lo largo de estos años y que ha venido reivindicando la centralidad necesaria de un programa político de transformación.
Una paciente experiencia frente a los acuerdos de despacho
Anticapitalistas y otros sectores han probado todo tipo de fórmulas para tratar de democratizar Podemos, evitar los enfrentamientos cainitas y buscar su apertura a otros sectores con generosidad y flexibilidad. Han participado tanto compitiendo como acordando en los diversos procesos internos; en ambos casos poniendo en primer lugar la orientación política, la claridad, la publicidad y la transparencia. Y todo ello manteniéndose fieles al espíritu que inspiró el 15 M y la misma creación de Podemos. Desgraciadamente la vida interna en Podemos no ha seguido ese camino.
Basten dos ejemplos. Hace poco los errejonistas madrileños -que habían perdido la Asamblea Ciudadana regional- pactaron con Ramón Espinar para imprimir un giro a la derecha en Podemos en la Comunidad de Madrid. Este pacto contra lo aprobado por las y los inscritos, culminó con la liquidación del sector anticapitalista en los órganos internos pues suponían un obstáculo. Recordemos también la experiencia en Vista Alegre II, donde el sector que representa Errejón abanderó la democracia interna y que el sector agrupado en torno a la figura de Pablo Iglesias defendía «crear contrapoderes», es decir, en ambos casos, una política de congreso que asumía formalmente las propuestas anticapitalistas. Quienes defendieron la democracia interna en la Asamblea Ciudadana estatal han abandonado sus propuestas democratizantes en este proceso de Madrid, a cambio de que Iglesias apoye a Iñigo Errejón como cabeza de cartel. Por su parte, una vez finiquitado el tramite congresual, el pablismo ha vuelto a la lógica política no rupturista con el sistema. Donde digo «digo», digo Diego.
La decisión adoptada por Podemos en Movimiento en Madrid, del que forma parte Anticapitalistas, no puede separarse ni de una trayectoria ni de una coyuntura. Hay una percepción en la mayoría de estos sectores de que la regeneración, la apertura y el cambio de rumbo de organizaciones políticas como Podemos no va a producirse por evolución estrictamente interna, ni solamente desde «dentro». Es necesario que el contexto presione y motive a favor de ese cambio.
Esta percepción no se basa en cuestiones «morales» (son políticas) ni en «querer estar» (la batalla de los sillones es cosa de otros). De hecho, en la mayoría de estos sectores de base y militantes existe un balance negativo de los logros obtenidos en la política institucional y del papel desempeñado por los partidos y candidaturas del cambio. Una veterana compañera lo expresaba con sinceridad en una asamblea, cuando afirmaba que en los movimientos sociales ya no le hacía gracia a nadie estar vinculado orgánicamente con Podemos. Esta afirmación no puede generalizarse ni sus manifestaciones son iguales en los diversos movimientos y organizaciones. Podemos ha perdido contacto entre los sectores que defienden posiciones más combativas del movimiento, pero ha ganado relación con otros vinculados a la izquierda tradicional, como los grandes sindicatos.
Solamente teniendo en cuenta estas y otras experiencias puede entenderse la decisión de los sectores críticos de no competir ni pactar en las primarias convocadas -aprisa y corriendo y a destiempo- en Madrid. Pareciera que las corrientes mayoritarias en la dirección de Podemos no saben hacer las cosas de otra manera.
¿Quo vadis Podemos?
La cuestión, asunto viejo en la política, es que, para impulsar ciertos cambios en la orientación política hacia una homologación como partido aceptable por el régimen, debe de ejercerse un control interno que silencie las voces disidentes. Esto forma parte de un cambio estructural en Podemos. Una organización con apoyo electoral, escasa estructuración (sustituida por el poder omnímodo de la dirección y el reglamentismo), el vaciamiento interno, débiles lazos sociales y un modelo cada vez menos democrático. Acompañado de un cierre hacia los sectores más dinámicos y radicales, la «social-democratización» de su propuesta política, el abandono de ejes programáticos tan básicos como las nacionalizaciones de los sectores estratégicos de la economía, la desobediencia frente a la austeridad (como se ha visto en el Ayuntamiento de Madrid, con la aceptación del PEF y la destitución de Carlos Sánchez Mato) o lo que fue su seña de identidad más notable al nacer: la ruptura con el régimen de 1978 y el planteamiento de un horizonte constituyente.
Con una política dirigida a las clases medias, el actual «bloque del cambio» no conecta con los sectores precarizados de la sociedad. Los que faltan son los que se han quedado atrás, un porcentaje altísimo de la población para el que el inicio de la salida de la crisis no ha significado, en absoluto, una mejora de sus condiciones de vida. Mientras que Ciudadanos puede recurrir a la demagogia racista y nacional-liberal para conectar con esos sectores sociales, una fuerza que se ubica en la izquierda solo puede hacerlo invirtiendo en organización, fomentando la auto-organización, con un trabajo a pie de calle paciente. Que haya mesas con propaganda de Ciudadanos en Vallecas y que no pase absolutamente nada solo es el preludio a una derrota segura en el plano electoral. Ni todos los discursos, ni minutos en la televisión, ni artículos en la prensa «progre», nos salvarán del monstruo naranja.
El preludio de la Unidad Popular
Sólo se puede entender el movimiento de Anticapitalistas y de Podemos en Movimiento de no presentarse a las primarias como una maniobra ofensiva. Se trata de cambiar el marco y proponer otro, basado en la experiencia real del movimiento. La propuesta es muy simple, no tiene más historia que otras que ya han funcionado.
Se trata de impulsar y proponer un marco unitario y democrático en el que quepan todos los actores. Unas primarias plurales deben ir acompañadas de asambleas, en la que los sujetos sociales que operan sobre el terreno definan las líneas programáticas adecuadas para combatir al neoliberalismo en la Comunidad de Madrid. Es obvio que el gesto tiene como objetivo impulsar un proceso que impida un cierre por arriba de Podemos o un «pacto de botellines» entre Podemos e IU incapaz de generar una dinámica de ensanchamiento por abajo.
Por ahora IU en la Comunidad de Madrid se ha mostrado firme a la hora de defender un proceso de estas características, en una de esas ironías de la historia en las que el aparente perdedor del ciclo asume el programa que originalmente defendía la fuerza hegemónica. ¿Estamos, por tanto, ante una idea radical, «extremista», de los anticapitalistas? Tan loca como la propuesta y el tipo de proceso ilusionante que permitió ganar el Ayuntamiento de la capital, Ahora Madrid. Ni más ni menos, eso sí, esta vez con la lección aprendida de los errores de esa experiencia: ni en reyes, ni en jueces ni tribunos está el supremo salvador.
Para desbloquear una situación política que corre el riesgo de empeorar, para establecer una línea de resistencia y el posterior avance a favor de la mayoría social, una fuerza como Anticapitalistas tiene la obligación de defender lo que considera más correcto para el movimiento en cada momento. Tiene la obligación de empujar, de contribuir a avanzar. Así lo hizo cuando importantes dirigentes de Podemos llamaba «pitufos gruñones» a IU; por ello defendió que el acuerdo era positivo para el pueblo trabajador y finalmente, IU ha dejado de ser un adversario para ser un aliado. Lo mismo ocurrió cuando defendió un proyecto municipalista amplio en Ahora Madrid. Y en ambas ocasiones, se impuso la razón, a pesar del desprecio inicial.
Tonterías ni una
Con Ciudadanos en auge y el PP en crisis, y la movilización de nuevo en el centro (paradojas de la política) es necesario un proyecto político de apertura, de unidad. Es responsabilidad de la dirección de Podemos impulsarlo, pero el resto de los sectores no pueden ser actores pasivos en una lógica fraccional que solo genera disputas sin soluciones y una autentica pérdida de tiempo que desgasta la pasión militante y genera dinámicas solipsistas.
Es lógico que existan diferentes opiniones al respecto de cómo hacer las cosas. Sólo los pensamientos totalitarios creen que diversas opiniones son un impedimento para la unidad. La tarea de los sectores anticapitalistas y de movimiento no es fácil, pero es la única posible, ante la urgencia del momento. Se trata de removilizar, con paciencia, casi molecularmente, a esas fuerzas sociales desafectas o ajenas a ciertas lógicas pero activas socialmente, para decir que queremos un proyecto donde quepa todo el mundo, donde todo el mundo pueda aportar su granito de arena a la transformación de la sociedad.
Esto llevará tiempo, porque la decepción es grande: reuniones, conversaciones, alianzas, agrupar, convencer a los que se han ido y atraer a los que sólo están mirando, regenerar y redescubrir prácticas que parecían enterradas. Ese capital político colectivo acumulado por los sectores críticos (diputados y diputadas, concejalas y concejales, alcaldes y alcaldesas, caras públicas) no es un capital que nos pertenezca como algo a atesorar, a conservar como un jarrón chino sin saber muy bien para qué. Ese capital político debe estar al servicio de procesos políticos útiles a la gente trabajadora y a los movimientos.
No hay muchas excusas: si no hay una candidatura de unidad popular en Madrid que sea capaz de desbordar las lógicas de los intereses partidistas, plural, con unas primarias democráticas que permitan la representación diversa y proporcional, abierta a todo el mundo y con un programa elaborado con la participación de las personas que día a día luchan por transformar las cosas en favor de los abajo, nos encontraremos con un escenario que no beneficiaría a nadie. Sólo a Ciudadanos.
Lorena Cabrerizo y Manuel Garí son economistas y militantes de Anticapitalistas.
Fuente: https://ctxt.es/es/20180509/Firmas/19549/primarias-podemos-errejon-espinar-anticapitalistas.htm