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Mafia y democracia neoliberal

Fuentes: Gara

Nos sacan así, de pronto, un reportaje hablando de los elevados índices de corrupción en las altas esferas de la administración mundial. Como es habitual en todos estos informes vehiculizados por los grandes medios (como ése de la tortura sistemática negada por Bush y por Rice), amagan sin dar, es decir, trivializan y muestran como […]

Nos sacan así, de pronto, un reportaje hablando de los elevados índices de corrupción en las altas esferas de la administración mundial. Como es habitual en todos estos informes vehiculizados por los grandes medios (como ése de la tortura sistemática negada por Bush y por Rice), amagan sin dar, es decir, trivializan y muestran como algo puramente esporádico, excepcional y, por tanto, fácilmente eliminable, lo que en realidad es inherente a esas ¿democracias? de mercado actuales que nos venden como el mejor de los mundos posibles: la corrupción y el comportamiento mafioso de sus instituciones (las mafias sólo pueden perdurar mediante cohabitación y/o simbiosis con el poder público) y el hecho de que el gran crimen organizado se ha convertido ya en una potencia militar, económica y moral en la escena internacional, con gran autonomía e incluso con capacidad de decisión geoestratégica.

Sabemos, desde luego, que esa cuna de la democracia que dicen son los EEUU llevan decenios (por lo menos desde Roosevelt, Truman y Kennedy) siendo, en la práctica (que es lo que cuenta), un sistema corrupto/mafioso dirigido por las grandes multinacionales y por la Cosa Nostra; lo que implica que el dinero del crimen (droga, prostitución, armas, falsificaciones, inmigración clandestina…) es reinvertido tanto en la economía informal como en los circuitos legales e institucionales.

Pero, ¿podemos igualmente afirmar, como hace Jean-François Gayraud en su «Le monde des mafias», que la gran mayoría de las democracias se están convirtiendo en sistemas criminalizados o mafiosos, agazapados tras el humo espeso de la «guerra contra el terrorismo»? ¿Es errónea esa representación ideológica del mundo impuesta por los medios, que sitúa el llamado crimen organizado en el terreno de lo marginal y lo asocial, y que no podremos comprender nuestra historia contemporánea (lo que nos está pasando) mientras no situemos a las mafias en el corazón mismo de nuestro «democrático» sistema?

Al parecer, no se trata de casos esporádicos ni excepcionales ni, desde luego, triviales. No es sólo que la Tate Gallery de Londres haya pagado recientemente 5 millones de euros a mafiosos balcánicos para recuperar obras robadas, o que la Forza Italia de Berlusconi (como la Democracia Cristiana de Andreotti) desprenda un olor tan fuerte a Cosa Nostra. Son innumerables los ejemplos que demuestran que ignorar el parámetro mafioso puede tener consecuencias graves para ese «mundo seguro» por el que tantas tropelías cometen Bush, Blair y sus acólitos.

Ahí tenemos el hecho comprobado de que, tras la «caída» del muro de Berlin, las mafias italianas invirtieron enormes cantidades en Europa oriental; o esos datos que demuestran que las Tríadas de Hong Kong, tras la reunificación, iniciaron fuertes «inversiones» en la China continental, blanqueando así su dinero a cambio de apoyar la transición política y económica pacífica de la isla y de colaborar en el desarrollo del gigante asiático. Ahora que nos informan por activa y por pasiva de la detención de un «genocida» croata, tampoco conviene olvidar que el vacío político dejado por los serbios expulsados de Kosovo por la OTAN lo llenó la UCK que, aunque se autoproclamase ejército de liberación nacional, no era sino un disfraz de la mafia albanesa que, con la aceptación internacional, ha convertido la zona en una «pequeña Colombia» balcánica, desde la que se desplazan incesantes flujos de estupefacientes, armas y prostitutas. Otro ejemplo sangrante y paradigmático de esta relación entre democracias de mercado y mafias sería el objetivo principal del golpe de estado contra Aristide en 2001: la militarización yanki de la isla, de cara no sólo a presionar a Cuba y Venezuela, sino también a proteger el comercio multimillonario de drogas que pasa por Haití hacia EEUU, y proporciona miles de millones de dólares al gran crimen organizado y a las instituciones financieras que le blanquean ese dinero negro.

Los números cantan: es evidente que gran parte del edificio económico y bancario mundial se debilitaría e incluso se vendría abajo si esos cientos de miles de millones de euros a que ascienden los beneficios anuales del crimen se retiraran bruscamente de los circuitos «legales», y dejaran de invertir en bolsa, en construcción, en obras públicas, en industria del espectáculo y del turismo, e incluso en clínicas privadas, asilos para ancianos o tratamiento de basuras y residuos. En consecuencia, esas redadas puntuales contra miembros de las mafias o las protomafias (los cárteles latinoamericanos, las «bravta» rusas…) no son sino una pantalla tras la que se oculta la creciente penetración mafiosa en los negocios y en la alta política, favorecida por el neoliberalismo salvaje, la mundialización de la economía y la desregulación de los mercados y del trabajo.

Nueve son las mafias existentes: cuatro italianas, una albanesa, una turca, una china, una japonesa y una norteamericana. Entre las nueve constituyen una especie de «burguesía» mafiosa que domina al resto de organizaciones criminales, que se codea con las élites mundiales y que aparece como inquietantemente indestructible e impermeable a la represión. Las nueve conforman, en palabras de Gayraud, «un crimen de muy alta intensidad y de muy baja visibilidad», cuya creciente influencia implica lo que el autor llama «la criminalización del mundo moderno», y que evidencia el carácter criminalizado o mafioso de esa democracia que los amos del mundo quieren exportar a sangre y fuego a Irak, Irán, Sudan, Corea del Norte, Cuba, Venezuela, y demás «países canallas».

Una vez más llegamos a la misma conclusión: del mismo modo que las peras no dan manzanas, un sistema criminal como el capitalista no puede engendrar sino robo y crimen; nunca democracia real.

Socialismo o barbarie. –