Nota de edición. La crisis persiste. Las desigualdades aumentan. Marx está de vuelta. Cerramos el año conmemorativo del bicentenario de su nacimiento con uno de sus últimos textos, tan breve como enjundioso por sus reflexiones sobre la comuna rural en Rusia. La primera edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista, traducido por Bakunin, fue hecha […]
Nota de edición. La crisis persiste. Las desigualdades aumentan. Marx está de vuelta. Cerramos el año conmemorativo del bicentenario de su nacimiento con uno de sus últimos textos, tan breve como enjundioso por sus reflexiones sobre la comuna rural en Rusia.
La primera edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista, traducido por Bakunin, fue hecha a principios de la década del 60 en la imprenta del Kólokol. En aquel tiempo, una edición rusa de esta obra podía parecer al Occidente tan sólo una curiosidad literaria. Hoy, semejante concepto sería imposible.
El capítulo final del Manifiesto, referido a la posición de los comunistas frente a los diversos partidos opositores en los diferentes países, demuestra con la mayor claridad el terreno restringido que por entonces (diciembre de 1847) ocupaba aún el movimiento proletario. Pues en él faltaban, precisamente… Rusia y los Estados Unidos.
Cuán reducido era el terreno de acción del movimiento proletario en aquel entonces (diciembre de 1847) lo demuestra mejor que nada el último capítulo del Manifiesto: Actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición en los diversos países. Rusia y los Estados Unidos, precisamente, no fueron mencionados aquí.
Era el momento en que Rusia formaba la última gran reserva de toda la reacción europea y en que los Estados Unidos absorbían el exceso de fuerzas del proletariado de Europa mediante la emigración. Estos dos países proveían a Europa de materias primas y eran al propio tiempo mercados para la venta de su producción industrial. Los dos eran, pues, de una u otra manera, pilares del orden vigente en Europa.
¡Cuán cambiado está todo hoy! Precisamente la emigración europea ha hecho posible el colosal desenvolvimiento de la agricultura en América del Norte, cuya competencia conmueve los cimientos mismos de la grande y pequeña propiedad territorial de Europa. Es ella la que ha dado, además, a los Estados Unidos, la posibilidad de emprender la explotación de sus enormes recursos industriales, con tal energía y en tales proporciones que en breve plazo ha de terminar con el monopolio industrial de la Europa occidental, y especialmente con el de Inglaterra. Estas dos circunstancias repercuten a su vez de una manera revolucionaria sobre la misma Norteamérica. La pequeña y mediana propiedad agraria de los granjeros, piedra angular de todo el régimen político de Norteamérica, sucumben gradualmente ante la competencia de haciendas gigantescas, mientras que en las regiones industriales se forma, por vez primera, un numeroso proletariado junto a una fabulosa concentración de capitales.
¿Y ahora en Rusia? Al producirse la revolución de 1848-1849, no sólo los monarcas de Europa, sino también la burguesía europea, veían en la intervención rusa el único medio de salvación contra el proletariado, que empezaba a despertar. El zar fue aclamado como jefe de la reacción europea. Ahora es, en Gátchina, el prisionero de guerra de la revolución, y Rusia está en la vanguardia del movimiento revolucionario de Europa.
El Manifiesto Comunista se propuso como tarea proclamar la desaparición próxima e inevitable de la moderna propiedad burguesa. Pero en Rusia, vemos que al lado del florecimiento febril del fraude capitalista y de la propiedad territorial burguesa en vías de formación, más de la mitad de la tierra es poseída en común por los campesinos. Cabe, entonces, la pregunta: ¿podría la obshchina rusa -forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primitiva propiedad común de la tierra- pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente?
La única respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la siguiente: si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se complementen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista.
Karl Marx, Friedrich Engels, Londres, 21 de enero de 1882
Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/manifiesto-comunista-prologo-a-la-edicion-rusa-de-1882/